Opinión /

Semos malos


Lunes, 29 de septiembre de 2014
Carlos Dada

En pleno idilio con el costumbrismo, el escritor salvadoreño Salarrué publicó en 1933 el cuento Semos Malos. El texto breve narra el duro camino de un campesino —Goyo Cuestas— y su hijo hacia Honduras para vender un fonógrafo. Tras varios días de marcha, entrados en El Chamelecón, ya en Honduras, son asaltados por una banda de cuatreros. Goyo Cuestas y su hijo son asesinados sin más testigos que las aves de rapiña que se comen sus restos. Los cuatreros conectan el fonógrafo y ponen uno de los discos que cargaba el hijo de Goyo Cuestas. Escuchan emocionados la “fresca voz” de un cantante, “una canción triste, con guitarra” que termina sacándoles suspiros. Al final, el más viejo de ellos dice simplemente “Semos malos”, y todos lloran.

No aprecio particularmente este texto de Salarrué. Me parece lleno de lugares comunes y con un final cursi, que reduce el crimen a una telenovela. Pero también el mundo que habitó Salarrué nos es extraño. Ya nadie habla como hablaban sus personajes y ya no vivimos en aquel país rural. La gente se fue del campo a otros países. Desde aquella violencia común, contada justo el año después de aquella violencia mayúscula que fue la masacre de 1932, ha corrido mucha sangre por el norte de América Central. Tanto que parece que le hemos dado la vuelta entera al ciclo de la violencia y hoy los del triángulo norte del istmo habitamos en aquel Chamelecón.

Solo en estos últimos días, en San Salvador: Un amigo se fue de compras al Mercado Central. Un adolescente pasó corriendo por otro pasillo y dos más le daban persecución con pistolas en mano. Mi amigo y otras personas se refugiaron en uno de los puestos y escucharon los balazos. Tres. Allí terminó la vida del pandillero. “Ya ni venir a comprar aquí vamos a poder ahora”, le dijo la señora que atestiguó el crimen a su lado. Resignada. Como si no le jodiera la muerte, sino el que hubiera invadido su último albergue.

Otro me cuenta de un asalto a mano armada en Corazón de María, la iglesia católica de la colonia San Benito. Al parecer los ladrones aprovecharon el final de la misa para despojar a los feligreses de lo que no dieron de limosna.

Al siguiente día, una señora que conozco se subió a un bus. En una de las filas del otro lado venía un muchacho. Dos paradas más adelante se subieron otros dos bichos, uno junto al muchacho y otro detrás. Después de conversar durante un rato, el de atrás sujetó por el cuello al muchacho y comenzó a golpearlo; el de al lado también se fue a golpes sobre él. El conductor siguió manejando. En la siguiente parada los bichos se bajaron arrastrando al muchacho, casi inconsciente. Y allí, en la acera, enfrente de todos los pasajeros, sacaron una pistola y le dispararon por detrás, en la nuca. “Solo pensaba en la pobre mamá del muchacho”, dice la señora, a quien ya le mataron a un hijo. Allí quedó el muchacho, allí se detuvo el bus. Los dos bichos se fueron.

Esa misma semana dos amigos se detuvieron a auxiliar a un hombre que boqueaba en la calle, herido. Tres balazos. Lo llevaron en su propio carro al hospital. Riña de pandillas. “Yuca ver que terminás todo manchado de la sangre de alguien más”, me dijo mi amigo.

Esta mañana me llamó otro chero, acaba de sacar a su novia del país. Los pandilleros la amenazaron con matarla si no les ayudaba a tenderle una trampa a un compañero de trabajo… para matarlo, porque accidentalmente atestiguó un asesinato.

Son estos mismos días en los que los nuevos funcionarios se han floreado en sus discursos de cien días de toma de posesión; han cantado loas a la patria en el día de su independencia, se han lucido muy soberanos en desfiles y saludando amablemente a todas las fuerzas políticas. Luego desde el gobierno llegan los discursos. Totalmente desconectados de la semana de la gente; vacíos, sin ninguna capacidad de generar siquiera credibilidad; mucho menos ilusiones. Y los de la oposición: totalmente desconectados de la semana de la gente, vacíos, sin ninguna capacidad de generar siquiera credibilidad; mucho menos ilusiones. Y luego los de los partidos gangueros de los cuales uno no espera más que discursos vacíos y un guiño para conseguir otro cheque. Un sistema político absolutamente distanciado del país que administra. Corrupto.

La nueva campaña propagandística del gobierno luce al presidente Sánchez Cerén rodeado de jóvenes, estudiantes que sonríen junto a él soñando con un futuro que solo ellos, los diseñadores de la campaña, imaginan. Unos mensajes absolutamente desconectados de la realidad.

“Si es fácil formular el ideal de la paz, es muy difícil enfrentarse a la realidad de la violencia que históricamente parece inevitable mientras no se eliminen sus causas reales”, advirtió Monseñor Romero en su Carta Pastoral de agosto de 1978. Y nada de eso ha cambiado.

Honduras, Guatemala y El Salvador siguen encabezando listados de los países más violentos del mundo. Honduras tiene la más alta cifra de homicidios totales. El Salvador es el país más peligroso del mundo para menores de 20 años. Le sigue Guatemala.

En El Salvador, el ministro de Seguridad dijo estos mismos días que tiene controlados ya los homicidios, una declaración que parece originada en las mismas agencias publicitarias donde crean eslóganes en los que el futuro sonríe. El ministro —que, hay que decirlo, parece un hombre más sano que sus antecesores— ni siquiera puede controlar a su propia policía, infiltrada a tales niveles por el crimen organizado que ni el director ni el ministro pueden hacer mucho. Temen provocar una crisis en la institución, que ya tiene varios años en crisis.

Justo después de que el ministro hablara de su control sobre los homicidios, aparecieron dos cabezas y varios restos humanos en distintas partes del país.

El fiscal general usa grabaciones de conversaciones privadas para chantajear a acusados y lograr confesiones.

Un juez permitió la detención domiciliar para un expresidente acusado de corrupción que pasó varios meses prófugo. La medida, tan absurda como sospechosa, requirió de una Cámara de lo Penal para ser revertida. El juez es uno de una larga cadena de jueces cuestionados por la Corte Suprema de Justicia que cuestiona en privado y no puede depurar el sistema, plagado de jueces que no imparten justicia.

“Hasta El Chamelecón no llega su ley; hasta allí no llega su justicia. En la región se deja —como en los tiempos primitivos— tener buen o mal corazón a los hombres y a las otras bestias; ser crueles o magnánimos, matar o salvar a libre albedrío. El derecho es claramente del más fuerte”, escribió Salarrué en el párrafo —quién lo habría adivinado— menos obsoleto de Semos Malos. Ochenta años después, El Chamelecón ha extendido sus dominios.

Los pandilleros siguen mandando mensajes: ¿Homicidios controlados? Nada de eso. Aquí mandamos nosotros. Pum. Pum. Pum.

Sin instituciones el derecho es claramente del más fuerte. Sin justicia, sin estado, sin sistema político eficiente. Lo que ha cambiado es quién es el más fuerte. Los antiguos terratenientes siguen concentrando buena parte de la economía nacional, pero ya no tienen el monopolio del Estado. Son aún parte esencial de ese mundo de elites económicas y políticas cuyos protagonistas de izquierda y de derecha libran batallas entre sí que les parecen más importantes que el resto del país. Por eso quien las gana gana el poder, pero de un país cada vez menos viable.

“Que aprendan lo que se siente ser atropellado, que se jodan” me dijo, recién decretada la victoria electoral de Sánchez Cerén, uno de los hombres de su equipo de campaña. Se refería a los empresarios. Se refería a que cortarles el acceso a la administración del Estado como un ente a su servicio no era suficiente. Que tenían que sufrir, ellos y toda la derecha. Se refería a los areneros. Que había que devolverles los años de abuso, de acoso, de mierda. Y eso lo ha logrado el Fmln en los últimos años, ejerciendo el poder de la misma manera en la que lo hacía la derecha. Que se jodan. Esa ha sido la consigna. Revolución o venganza. Venceremos. Y la gente sigue en las mismas condiciones que denunciaba el pastor. Sin acceso a la justicia. Y eso, decía monseñor Romero, justificaba la violencia contra el régimen.

Los grandes empresarios salvadoreños tampoco han hecho mucho por la patria. Han construido una de las sociedades más desiguales del planeta y no han tenido nunca, nunca, mayor problema con ello. Ni siquiera cuando se les vino encima la guerra. No les avergüenza ni hacen nada para remediarlo más allá de la “caridad cristiana”, que implica invertir un poco en fundaciones para darles otra limosna. A ellos, los pobres, que aunque sean una casta inferior sufren y hay que ayudarles, pobrecitos. Hay que ayudarles a que sobrevivan.

Así ha sido tradicionalmente y las nuevas generaciones vienen calcadas. Es el analfabetismo de la elite salvadoreña que ni siquiera es capaz de aprender de su propia historia. Ya no digamos del mundo. Honrosas excepciones —y las hay— disculparán.

El martes de la semana pasada CNN en Español estrenó un programa especial con cuatro empresarios salvadoreños. Ahí estaba el heredero de la mayor fortuna del país; el heredero de la principal cadena de supermercados; un joven “nuevo rico” que ha hecho su dinero en los años de los servicios, trabajando desde San Salvador (donde la mano de obra es mucho más barata) para el mercado estadounidense; y una productora de lácteos.

Fue un programa dividido entre básicamente tres temas en los que coincidieron los cuatro grandes empresarios: 1.- Nosotros creemos en El Salvador y por eso damos empleos a tantos y tantos y tantos salvadoreños. 2.- El gobierno no nos da facilidades para invertir, no crea un clima de confianza; quieren hasta cobrarnos más impuestos; eso y la inseguridad ahuyentan la inversión. 3.- Nosotros somos empresarios con responsabilidad social, por eso destinamos tantos y tantos miles de dólares en (caridad) programas sociales (o en educación, dijo uno que al menos elabora un discurso. En su privada universidad de negocios y administración de empresas, debió haber aclarado; porque por falta de fondos, por falta de ingresos del Estado, la Universidad Nacional no tiene presupuesto para investigación. La Universidad Nacional. Pero ellos, los empresarios, creen en la educación). Ese mismo día, en La Prensa Gráfica, uno de esos mismos “nuevos empresarios” intentó aportar al debate sobre cómo sacar adelante al país: uniéndonos y rogando a Dios. Que si lo oyera Monseñor…

De ninguno de los cuatro entrevistados para toda América Latina salió siquiera mencionar la palabra “desigualdad”. No es conveniente. Eso se lo enseñaron sus abuelos a sus padres y sus padres a ellos. Una vez, no hace mucho, uno de los más reaccionarios de su club, dueño de El Diario de Hoy, dijo que la desigualdad era un designio divino. Que Dios había decidido que no todos fuéramos iguales y que no todos naciéramos en la misma cuna. Son estas voces, las de los más reaccionarios, las de los más trogloditas como el de El Diario de Hoy, las que parecen salvarle la cara a las nuevas generaciones, que siguen diciéndonos que su inversión es lo que va a sacar al país adelante.

Nos siguen diciendo lo mismo desde que este país amnésico conserva registros, y ni lo han sacado adelante ni se ve ahora claro cómo, ni quiénes ni, sobre todo, con quiénes lo van a sacar adelante.

La última encuesta de La Prensa Gráfica les debería alarmar a empresarios, derechistas y (ex) revolucionarios: Ya no son capaces de generar esperanzas. Ya nadie les cree. El 43 % de los salvadoreños quiere irse del país, según la encuesta. Corrección: el 43 por ciento de los salvadoreños que aún no se han ido quieren irse del país. Pero a esa encuesta en El Salvador se respondió con desfiles, con declaraciones de grandeza y orgullo patrio, con estrategias publicitarias. Como siempre.

Decenas de miles de niños de El Salvador, Guatemala y Honduras están detenidos en la frontera sur de Estados Unidos. En Washington y Nueva York están más preocupados que en San Salvador o Tegucigalpa. En la frontera sur de Estados unidos, dicen todos, hay una crisis. Como si la crisis estuviera allá y no en nuestro enorme Chamelecón de tres países. Será que semos malos.

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