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Iglesias hondureñas disputan almas a las pandillas en sus propios feudos

El pastor Efraín Amador dirige en una zona conflictiva de Tegucigalpa un modelo de organización juvenil que imita la estructura de las pandillas, las clicas, pero cuyo objetivo es alejarlos de la criminalidad y la violencia. Estas clicas evangélicas hacen grupos de oración y promueven actividades motivadoras, como una multitudinaria caminata infantil celebrada este sábado.


Sábado, 27 de septiembre de 2014
Noé Leiva (AFP) / El Faro

Letrero colgado de una ventana en la colonia Estados Unidos de Tegucigalpa (Honduras), controlada por el Barrio 18 a pesar de la fuerte presencia militar y de la intensa labor de las iglesias evangélicas. Foto Orlando Sierra.
Letrero colgado de una ventana en la colonia Estados Unidos de Tegucigalpa (Honduras), controlada por el Barrio 18 a pesar de la fuerte presencia militar y de la intensa labor de las iglesias evangélicas. Foto Orlando Sierra.

Tegucigalpa, HONDURAS. ‘Territorio 100% de Jesucristo’, proclaman grandes letreros colocados sobre las casas enrejadas y amuralladas de un barrio del noreste de la capital hondureña. En realidad, nos hallamos en uno de los feudos de la pandilla Barrio 18.

Los rótulos fueron puestos por iglesias evangélicas en una campaña contra la violencia en el barrio Estados Unidos y otras tres colonias de Tegucigalpa, desgarrados por la guerra que libran las pandillas Barrio 18 y Mara Salvatrucha (MS-13) por territorios para comerciar con droga o extorsionar a los vecinos.

Es sábado. El pastor Efraín Amador ha organizado una caminata, a ritmo de tambores y timbales, con unos 300 niños disfrazados de tigres, osos pandas, abejas y flores. Algunos adultos van de soldados romanos o personajes bíblicos y efectúan representaciones religiosas en plena calle, haciendo un llamado a la paz.

Dos días antes, en la noche, Amador reunió a 14 jóvenes –algunos expandilleros, como Feliciano, ex de la 18– en un amplio salón de la iglesia El Cordero, en El Sitio, otro de esos cuatro barrios de la capital atenazados por las pandillas.

“Si uno es pandillero activo y dice: 'Hasta aquí, le voy a entregar mi vida a Cristo', entonces hay que andar recto, derecho, porque si lo miran (los pandilleros) tambaleando, lo quiebran (matan)”, dice Feliciano –nombre ficticio–, un trigueño de 29 años y cabello liso con cresta brillante.

La única posibilidad de salirse de una pandilla, cuenta, es convertirse a la fe dentro de una iglesia. La 'deserción' equivale a la pena de muerte.

Tambores contra la guerra

Feliciano, quien viste una llamativa camisa a cuadros blancos y morados y pantalón formal, es ahora brazo derecho del pastor.

“Uno puede cambiar el rumbo de una colonia o de un país”, afirma el pastor Amador en la reunión, argumentando que si se hubiera hecho algo a tiempo, no habría crecido tanto el problema de las pandillas en Honduras, considerado en la actualidad el país más violento del mundo.

Junto a su esposa dirige un modelo de organización juvenil que imita la estructura de las pandillas o maras, pero cuyo objetivo es alejarlos de la criminalidad y la violencia.

Las maras están organizadas en pequeñas células –clicas, en su argot–, que controlan una zona determinada. Las clicas evangélicas hacen grupos de oración y promueven actividades motivadoras como la caminata infantil.

Por muy peligrosa que sea esa labor en medio de sanguinarias pandillas, los pastores y otros activistas (los católicos también tiene iniciativas en marcha) están protegidos por el respeto de los 'mareros' hacia los símbolos religiosos.

“Me respetan. Yo tuve una célula de unos 25 marihuaneros y pandilleros que reunía en la calle, al aire libre. Podían estar fumando marihuana pero cuando me miraban apagaban el puro, guardaban el guaro o las piedras y me escuchaban”, afirma Feliciano, en un sillón de una oficina de la iglesia.

“Cambiando el rumbo”

Atento a la caminata de los niños, José, un obrero de 28 años de piel oscura y cabello rizado, reflexiona sobre su barrio: “Somos una colonia tachada de violenta. Solo Dios puede sanar esto”.

“Acercarse a Dios es lo único que queda en estos barrios marginados”, coincide Marvin Rodríguez, de 48 años, aunque reconoce que este año “la situación ha mejorado con la Policía Militar” que, pese al rechazo de grupos humanitarios, creó el gobierno para intentar retomar el control de las colonias tomadas por las maras.

En la colonia Estados Unidos, territorio del Barrio 18, la policía militar se instaló en un viejo edificio de dos plantas con 25 efectivos que patrullan a bordo de imponentes camiones verde olivo.

En El Sitio hay muchos negocios, sobre todo pulperías y puestos de venta de frutas, verduras, granos o ropa. Es un botín en disputa entre las dos pandillas porque es buen lugar para las extorsiones.

Con frecuencia, incluso a plena luz del día, estallan balaceras que aterrorizan a los vecinos. Las otras dos colonias donde trabajan los evangélicos, La Trinidad y La Sosa, son de la MS-13.

“Pero uno puede cambiar el rumbo. Muchos pandilleros, incluso líderes, se han restaurado en la iglesia y ahora son un ejemplo”, repite enérgico el pastor mientras camina alegre con los niños.

© Agence France-Presse

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