Opinión /

Los deudos de Chepe Luna


Miércoles, 2 de julio de 2014
Héctor Silva Ávalos

A Chepe Luna le ajustó cuentas la calle. El bajomundo. Lo acribillaron seis balazos cerca de su negocio en Comayagüela, Honduras, donde había recalado tras huir sin mucho apuro de la justicia salvadoreña en 2009 y se había convertido en un próspero empresario de transportes. La policía hondureña dice que el asesinato puede ser un ajuste de cuentas pagado por la competencia en el negocio de buses y camiones, pero no descartan que el tema venga de viejas deudas en el mundo del narco centroamericano.

Chepe Luna, socio fundador de Los Perrones de Oriente -la primera banda de narcotransportistas salvadoreña, nacida y crecida al amparo de la corrupción en la Policía Nacional Civil, la Fiscalía General de la República y el Órgano Judicial en pleno-, está muerto. Le sobreviven amigos de uniforme o de los que usan saco y corbata en despachos del gobierno o en la Asamblea Legislativa. Le sobrevive una lista de funcionarios que le ayudaron a enriquecerse a cambio de que los enriqueciera, que le ayudaron a pasar droga y personas indocumentadas a cambio de que les pasara a ellos la cuota pactada.

Chepe Luna está muerto. Le sobrevive, en El Salvador, un sistema corrupto hasta la médula, que ya transa con sus sucesores en el bajomundo; que ya extendió la mano, ofreció el uniforme, la placa, el protocolo notarial... el Estado para seguir haciendo negocios.

Lo último que leí, en un diario hondureño, es que a José Natividad Luna Pereira -ese es su nombre según los registros salvadoreños- le iban a rendir honores fúnebres en Pasaquina. Él nació, según su partida de nacimiento, en Santa Clarita, un cantón de ese municipio unionense en el que creció con quienes luego serían sus compañeros de andanzas en Los Perrones. No es para menos: Chepe Luna, como luego aparecería nombrado en informes policiales de cuatro países centroamericanos, financió campañas locales al partido ARENA, metió plata en el Municipal Limeño y el Atlético Balboa cuando ambos equipos de fútbol estaban en Liga Mayor o en trámite de subir, pagó fiestas patronales y, sobre todo, pagó sobornos, muchos sobornos.

Chepe Luna se convirtió en el oriente salvadoreño, desde Barrancones hasta Santa Rosa de Lima y San Miguel, en caso de manual de la infiltración del crimen organizado en el estado salvadoreño después de dos décadas de pagar protección al estado, sus agentes y a los partidos políticos.

Chepe Luna se escapó en El Salvador de cuatro operativos que el Estado entero -ministerios y casas presidenciales desde Flores hasta Saca- y sus asesores estadounidenses le montaron sin saber, o visto lo visto es muy probable que con conocimiento de causa, que él, don José Natividad, tenía a sueldo a varios de los comensales en las mesas donde se planeaban sus capturas.

Chepe Luna fue amigo, muy amigo, de un director de la PNC: lo invitaba a jaripeos y le ofrecía aventón en sus todoterreno. Y antes de ser amigo de ese director, el comisionado Ricardo Mauricio Menesses Orellana, fue amigo, o al menos conocido-con-beneficios, de sucesivos jefes de las divisiones antinarcotráfico, de finanzas, de inteligencia, de fronteras y de investigación criminal de la PNC.

En mi libro “Infiltrados”, que presenté en El Salvador en mayo pasado, escribí un capítulo completo sobre Chepe Luna y sus amigos policías. Reproduzco un párrafo que habla del alcance de este narco-contrabandista que hizo del Estado nacional su mejor concubina, la más fiel y leal:

“En poco tiempo, Luna Pereira... empezó a consolidarse como el contrabandista más poderoso de oriente gracias al control territorial que ejercía sobre los humedales salvadoreños aledaños al Golfo de Fonseca, a su acceso a mercancía en Nicaragua y Honduras y, lo más importante, a una extensa red de colaboradores que afianzó poco a poco en el estado salvadoreño, sobre todo en la Policía, pero también en la Fiscalía y en el sistema judicial. Un informe que el Ministerio de Hacienda elaboró en San Salvador en 2004 lo explicaba así: “el contrabando de todo tipo de mercaderías se acrecentó (sic) pues los jefes policiales manifestaban que recibían dádivas de las estructuras grandes… a finales de 2003 y los primeros 9 meses de 2004 los policías favorecían a los contrabandistas de tal forma que (a) los dueños de mercadería que pagan dádivas no los tocaban”.

Su alianza con los estados centroamericanos, el salvadoreño primero y el hondureño después, fue tan eficiente que los operativos fallaban, las cortes botaban casos contra él, las órdenes de captura se perdían y él, tranquilo, sonriente como en la última fodo que se le conoció -la que publicó la prensa hondureña tras su enésima captura y liberación-, hacía crecer sus negocios. Y seguía sobornando, abrazándose al poder.

La plata, sin embargo, no le alcanzó a Chepe Luna para acallar las armas automáticas que sus sicarios le vaciaron en Comayagüela. El de Santa Clarita, además, se había metido en el negocio de informar a las policías centroamericanas sobre sus ex compañeros de viaje en El Salvador, según me contaron dos miembros de esas policías en Estados Unidos y en San Salvador. Y ratear, se sabe en el bajomundo, no es buen negocio.

Puede que la lápida de José Natividad Luna Pereira, de 1.65 metros, nacido en Pasaquina y con documento de identidad salvadoreño número 2936356, sea colocada sobre su tumba en los llanos del oriente, o que lo entierren en Tegucigalpa -siempre fue un tipo escurridizo. Bien podría decir: aquí yace Chepe Luna, hombre de muchos amigos en el estado salvadoreño.

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