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Un colibrí y un torogoz llevarán a El Salvador a la era espacial

Un par de emprendedores salvadoreños se ha propuesto que para 2017 El Salvador haya hecho llegar un vehículo más allá de donde algunos consideran el fin de la atmósfera terrestre: 120 kilómetros sobre el nivel del mar. Ese es el proyecto Torogoz. Pero antes, en diciembre de 2014, esperan que el proyecto Colibrí culmine con el vuelo de una sonda estratosférica hasta 30 kilómetros de altura.


Domingo, 29 de junio de 2014
María Luz Nóchez

Luis Salaverría posa junto al prototipo de Torogoz de la fase 1, el 31 de diciembre de 2013. Foto cortesía de Luis Salaverría.
Luis Salaverría posa junto al prototipo de Torogoz de la fase 1, el 31 de diciembre de 2013. Foto cortesía de Luis Salaverría.

Dos jóvenes salvadoreños han liderado desde 2011 dos proyectos que, esperan, para 2017 haya colocado a El Salvador entre el puñado de países que han logrado lanzar vehículos no tripulados al espacio exterior. Se trata de dos proyectos, el Colibrí, que pretende el lanzamiento de una sonda a la estratosfera (la segunda capa de la atmósfera ubicada entre los 18 y los 50 kilómetros de altura) para finales de este año, y el Torogoz, que proyecta lanzar un cohete hasta una altura de 120 kilómetros en alguna fecha de 2017.

El éxito de estas iniciativas permitirá al país, según ellos, posicionarse como el primero en construir una sonda estratosférica que pueda autopilotarse, y ser el quinto en América en lograr el vuelo suborbital con un cohete diseñado y construido en su territorio. Para tener una referencia cercana, entrar al espacio y superar los 120 kilómetros sobre el nivel del mar es el equivalente a escalar 50 veces el volcán de Santa Ana, cuya elevación es de 2.382 kilómetros sobre el nivel del mar. A diferencia de un satélite, estos dispositivos no quedan en órbita, pero superan al resto de países que no han enviado al espacio vehículos construidos por ellos mismos. En el mundo, solo 20 lo han logrado.

La entrada de El Salvador a la carrera espacial lleva ya 57 años de retraso desde cuando la Unión Soviética lanzara su primer satélite artificial, el Sputnik 1, y 72 años después de que Alemania hiciera volar su cohete V-2. Este retraso de más de medio siglo para los ingenieros Napoleón Cornejo y Luis Salaverría es lo de menos, pues las barreras que a ellos les interesa botar son mentales, esas que están ligadas al fracaso porque las cosas no resultaron a la primera, así como borrar prejuicios hacia afuera y que El Salvador figure internacionalmente por sus logros científicos y no por la violencia.

Aunque este no es un país que ha logrado destacar con suficiente fuerza por su espíritu innovador a nivel científico, las iniciativas de Cornejo y Salaverría han logrado colar en el gobierno, la empresa privada y, primordialmente, en las universidades. La Universidad Don Bosco (UDB) y la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) son las que han abrazado ambos proyectos a nivel técnico y económico, convirtiéndose además en un semillero para que los estudiantes aprendan a fabricar sus propios materiales y que 'con el conocimiento se puede transformar basura en tecnología', explica Salaverría.

El revelador vuelo del Colibrí

Lograr que Colibrí sobrevuele la estratosfera le permitirá a El Salvador obtener datos específicos de cómo la emisión de gases que producen el efecto invernadero afectan al país. Hasta la fecha, los datos obtenidos se registran vía satélite, pagando un servicio en el extranjero, y no son los suficientemente precisos como para hacer análisis a partir de ellos.

En términos sencillos, este colibrí de fibra de carbono subirá hasta la estratosfera, a una altura de 30 kilómetros (30,000 metros) sobre el nivel del mar, con la ayuda de un globo llenado con helio. Más allá de filmar el ascenso y descenso del vehículo, la misión principal la tiene la sonda estratosférica que resguarda la armazón de la nave, la cual tomará mediciones de metano, dióxido de carbono, la temperatura y la humedad de la atmósfera sobre territorio salvadoreño. Aunque se trata de un proyecto 100 % realizado por salvadoreños, el concepto nació en Holanda.

Napoleón Cornejo tiene 33 años y vive desde hace siete en Delft, en Holanda, en donde obtuvo su máster en Ingeniería Informática. Entre 2008 y 2009 trabajó en el diseño de un nanosatélite, que se puso en órbita al año pasado, como parte de su tesis. Rodeado de científicos y demás estudiantes, lo embargó la incertidumbre de por qué existiendo talento en El Salvador, el país no despegaba en este ámbito. 'Hay muchas razones, pero llegué a la conclusión de que, aparte de carencias de financiamiento y recursos, eran principalmente dos: un problema de actitud y un problema de cultura de trabajo. El deseo por demostrar que en El Salvador es posible hacer cosas interesantes me llevó a pensar en algún proyecto de tipo aeroespacial que pudiera realizarse con alguna universidad en El Salvador', explica Cornejo.

En 2011 aprovechó un viaje de visita a su familia y decidió incluir en su itinerario una reunión con Carlos Rivas, el vicerrector académico de la UCA, quien compartió la idea a los demás catedráticos de la facultad de Ingeniería y llamó a la UDB para sumarse al proyecto. Para introducir al país en esta era, la idea de un nanosatélite era demasiado ambiciosa, reitera, así que optó por algo más modesto: un pequeño planeador (avión) sin motor, que pudiera volar a grandes altitudes y descender en caída controlada a punto programado en sus computadoras de vuelo. Y así nació Colibrí. 

Con las responsabilidades de Cornejo en el exterior, necesitaba un ancla que se encargara de la parte administrativa y logística del proyecto. Fue entonces que la UCA propuso a Cosme Durán, un exalumno de esa universidad que además cuenta con un Máster en Gestión de Medio Ambiente, quien en 2012 tomó las riendas del proyecto y organizó a los equipos encargados de los cinco subsistemas que conforman el Colibrí, de los cuales dependerá el éxito de su misión.

A junio 2014, el proyecto tiene un 32 % de avance. Y aunque aún falte un poco más de la tercera parte, el reto más grande que han tenido que enfrentar los gestores del proyecto es la comprensión de que la elaboración de prototipos hechos en casa tiene mayor valor que ocupar materiales importados de otros países: 'no solo estamos ganando en generación de conocimiento, sino que los muchachos aplican el saber hacer', añade Durán, quien ha estado asesorando a los estudiantes desde la cátedra de Gestión y desarrollo de proyectos hasta sus trabajos de graduación. En total, en el equipo de 25 personas, 18 son estudiantes de ambas universidades.

Si los avances en cada uno de los subsistemas cumple con los plazos establecidos, Colibrí 1 podría emprender su vuelo en diciembre de este año. Para poner a prueba el progreso de la sonda, se han realizado dos lanzamientos, de los cuales solo uno fue exitoso. Que el primero no haya funcionado significa que perdieron comunicación con la sonda y no supieron donde aterrizó. El único factor que podría interponerse con los planes de lanzamiento para diciembre es que los vientos que marcan el fin de año superen los 45 kilómetros por hora.

El entusiasmo por el proyecto ha llegado hasta la empresa privada y ha sido tan contagioso que completó el financiamiento para el desarrollo del planeador, el cual tiene un costo de entre 15 mil y 18 mil dólares. Además de las universidades involucradas, Colibrí está subvencionado por la Fundación Meza Ayau, del empresario salvadoreño Roberto Murray Meza, y la empresa holandesa S&T Corporation, en la que trabaja Cornejo, el padre de la iniciativa. El otro interesado en este proyecto es el Ministerio de Medio Ambiente, pero su forma de demostrarlo ha sido más precavida, según explica Durán: 'a ellos les interesa mucho, pero se han mantenido al margen, como 'hasta no ver no creer''.

El mítico viaje del Torogoz

Para realizar estos lanzamientos, Salaverría y su equipo se trasladaban hasta Hacienda Vieja en el departamento de La Paz. Foto cortesía de Luis Salaverría.
Para realizar estos lanzamientos, Salaverría y su equipo se trasladaban hasta Hacienda Vieja en el departamento de La Paz. Foto cortesía de Luis Salaverría.

Lograr que este cohete llegue al espacio le permitirá a El Salvador ser considerado como un país espacial frente al resto de países en el mundo, de los cuales solo 20 han logrado enviar un vehículo construido en casa al espacio. La trayectoria de Torogoz no se limita a eso, ya que su breve visita, 16 minutos durará su recorrido, permitirá captar imágenes con ayuda de cuatro sensores multiespectrales que arrojen información específica sobre la deforestación en el país. Debido a la sobrepoblación, actualmente se han hecho estimaciones de que el impacto es grande, pero no hay datos certeros. El vuelo del torogoz abrirá una nueva ventana a la investigación científica.

Hasta 2011, Luis Salaverría había logrado sobreponerse a la recesión económica en El Salvador instalando paneles solares en Llano Grande, en San Vicente. Un año antes Salaverría había regresado a San Salvador por motivos familiares, lo que le había significado dejar su trabajo como ingeniero de diseño en el ensamblaje final de la línea Boeing 787, en Washington.

Crear su propia empresa de Instalación de dispositivos que captaban energía solar en áreas rurales le había devuelto sentido a su vida profesional. Siendo un ingeniero aeroespacial graduado en el extranjero, las oportunidades en el país eran realmente escasas. Sin embargo, nunca dejó de lado su sueño de construir un cohete que llegara al espacio “por algún motivo no podía dejar de pensar en eso”, cuenta, y releer Entrando al espacio. Creando una civilización espacial, de su colega y escritor estadounidense Robert Zubrin le dio el empujón final para echar a andar el proyecto que le permitirá a El Salvador decir que es un país espacial.

Para lograrlo, Salaverría y su equipo persiguen la construcción de un cohete suborbital (es decir que no permanece en el espacio en órbita como sí lo hace un satélite) que logre una altura de 120 kilómetros sobre el nivel del mar. Superar los 100 kilómetros implica traspasar la Línea de Kármán, que marca la división entre la atmósfera y el espacio exterior. Torogoz tendría un recorrido que durará 16 minutos, incluyendo el descenso. Ahora bien, que el dispositivo no permanezca a esa altura no le resta mérito al proyecto, ya que, en palabras de Salaverría, es más valiosa la construcción del vehículo y realizar el lanzamiento en El Salvador que pagar a una estación para colocar un satélite. No solo se gana en el aprendizaje de producir todos los insumos a nivel local, sino que además es más económico. El lanzamiento del prototipo final costará 100 mil dólares, producido localmente; mientras que pagar a una agencia espacial tiene un costo de 4 mil dólares por kilogramo. Que el lanzamiento del Torogoz tenga otra sede le costaría a los científicos salvadoreños 12 millones.

Que el costo del proyecto sea elevado no quiere decir que conseguir los materiales sea complicado. Para producir el combustible que le dará propulsión al cohete se necesita una combinación de magnesio y nitrato de amonio. Para obtener el primer componente la búsqueda se resume a visitar hueseras para comprar las partes de las culatas de los modelos 'escarabajo' de Volkswagen, que tiene un costo de cinco dólares. Reducirlo a polvo es un proceso aparte para el que también se están preparando y entre sus planes está la construcción de una máquina que les permita obtener materiales más puros. Hacerla acá tendrá un costo de 10 mil dólares, mientras que comprarla afuera e importarla, 100 mil.

Pese a que Torogoz aún se encuentra en lo más embrionario, ya que está en la fase 1 de 5, ya han iniciado las primeras pruebas de prototipos y de lanzamiento. A la fecha se han hecho aproximadamente 50 intentos, de los cuales solo 2 han sido exitosos. 'Los primeros 25 o 30 se quemaron', explica Salaverría, producto de la combinación del combustible. El último de ellos fue realizado el 31 de diciembre del año pasado y alcanzó los 50 metros. A pesar de las fallas en estos intentos, a Salaverría y su equipo le sirven como insumos para identificar adónde están las fallas principales. Por ejemplo, para que el lanzamiento del prototipo final sea exitoso, el cohete debe tener un despegue en línea recta, que se vaya hacia un lado implica que aún es muy pesado.

A diferencia del Colibrí, esta ave de fibra de vidrio y de carbono aún no cuenta con todas las fuentes de financiamiento. El gobierno ya está apoyando a Salaverría por medio de Proesa, pero funciona más como un respaldo que lo acompaña a reuniones con posibles financistas y ayuda en la búsqueda de apoyos. De momento todo es autofinanciado, y las pruebas realizadas hasta la fecha se han podido llevar a cabo gracias a los réditos que dejó otro proyecto que está realizando de manera simultánea, financiado por el alcalde de Nuevo Cuscatlán Nayib Bukele. Y no es que esta iniciativa no resulte suficientemente atractiva, porque ofertas que financien al Torogoz sí ha habido, pero Salaverría ha preferido rechazarlas por miedo a que su proyecto se convierta en algo comercial: 'Mi interés es académico y no quisiera que una marca se apropie de él. Lo que me interesa es demostrar que, como ciudadanos del mundo, tenemos el mismo chance de alcanzar nuestros sueños, y que con trabajo y esfuerzo podemos lograrlo'.

Este fue el segundo lanzamiento exitoso de 50 intentos que se han realizado hasta la fecha. Los primeros 25-30 intentos se quemaron. Fotos cortesía de Luis Salaverría.
Este fue el segundo lanzamiento exitoso de 50 intentos que se han realizado hasta la fecha. Los primeros 25-30 intentos se quemaron. Fotos cortesía de Luis Salaverría.

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