El Ágora /

Los pueblos salvadoreños indígenas siempre han existido

'¡Ya olvidémonos del indígena de museo, con taparrabos y plumas!', propone el doctor en lingüística y Premio Nacional de Cultura 2010, quien reconoce como un hito la reforma al artículo 63, aprobada por la Asamblea Legislativa el pasado 12 de junio. Sin embargo, propone que el gesto no se quede en lo simbólico y que el Estado reivindique los derechos que por años le han sido negados a estos pueblos.


Lunes, 23 de junio de 2014
Jorge E. Lemus*

El nombre que utilicemos para referirnos a ellos no importa: “pueblos indígenas”, “pueblos originarios”, “poblaciones tribales”, “indios”, “pueblos autóctonos”, “primeros pueblos” (First Nations), y otros. Aunque en El Salvador son muy pocos los que aún se pueden llamar indígenas, en el mundo son un grupo social que suma más de 370 millones de personas distribuidas en más de 70 países. Habitaron estas tierras, que ahora llamamos salvadoreñas, mucho antes de la venida de los españoles. Con su trabajo y sudor han contribuido a la construcción de este país. Con su sangre han escrito algunos de los capítulos más tristes de la historia salvadoreña. Su lengua ha enriquecido con numerosos vocablos y topónimos al español que todos hablamos cotidianamente. Su sangre corre por las venas de la mayoría de salvadoreños gracias al mestizaje salvaje del que fueron víctimas durante la conquista y colonia españolas, que se prolongó con los criollos en tiempos de la república. Sin embargo, la Constitución de la República nunca los reconoció. Es decir, el Estado salvadoreño los ha ignorado desde su fundación. Siempre han sido un pueblo invisible, no porque no se ven, sino porque nunca han contado para el país. Por lo tanto, nunca han tenido derechos.

En la sesión plenaria del pasado jueves 12 de junio, la Asamblea Legislativa de El Salvador reformó la constitución al modificar el artículo 63 de la misma para agregar un inciso en el que se reconoce la existencia de los pueblos indígenas en El Salvador: “El Salvador reconoce a los Pueblos Indígenas y adoptará políticas a fin de mantener y desarrollar su identidad étnica y cultural, cosmovisión, valores y espiritualidad”. Este reconocimiento es un hito en la historia de El Salvador y en la lucha de los derechos indígenas, pero ¿llega demasiado tarde? No. Aún es tiempo de reivindicar los derechos que se les han negado por siglos.

En la discusión de la Asamblea Legislativa hubo oposición por llamarles “pueblos”. Esta oposición surge de la ignorancia y la falsa concepción que se tiene en El Salvador sobre la homogeneidad de la población y, por lo tanto, el rechazo a la diversidad étnica y cultural. El término “pueblo” se utiliza para referirse tanto a los pobladores de una aldea pequeña como a los habitantes de un país entero. El “pueblo estadounidense”, por ejemplo, incluye a todos los ciudadanos de aquel país del norte. Pero el pueblo estadounidense está formado por otros pueblos que tienen características propias y que por lo tanto forman un grupo social que, aun siendo parte del crisol estadounidense, mantiene su identidad. Los amerindios, por ejemplo, son parte del pueblo estadounidense pero forman, étnica y culturalmente, un pueblo propio; es decir, un grupo social propio, diferente de los otros grupos sociales (étnica y culturalmente hablando) que conforman la gran nación estadounidense.

Cuando en El Salvador los partidarios del concepto de nación como una sociedad homogénea, en términos lingüísticos, étnicos y culturales, se oponen a la existencia de grupos minoritarios con características propias, están tratando, como se ha hecho históricamente en el país, de borrar de un plumazo la existencia de todas las minorías, quitándoles su identidad y, por lo tanto, quitándoles la posibilidad de exigir sus derechos como grupo social. Los que piensan así están equivocados, ya que el mundo es diverso por naturaleza. Por otro lado, estamos los que creemos en una nación multicultural, en donde cada quien mantiene su identidad pero todos somos parte de la misma nación. Esto se puede ilustrar con el siguiente ejemplo. En los Estados Unidos, los partidarios del English Only y el Melting Pot consideran que todos los inmigrantes que históricamente han llegado a tierras estadounidenses pasan a formar parte del crisol estadounidense al fundirse unos con otros y perder su idioma y su identidad cultural al cabo de unas tres generaciones o menos y convertirse en “Americans”. Sin embargo, en una visión multicultural, se puede hablar de que la nación no es un crisol (melting pot) en el que todos se funden, perdiendo su identidad, sino un plato de ensalada, en el que todos los ingredientes se mezclan pero mantienen su identidad: el rábano sigue siendo rábano, el tomate sigue siendo tomate y la lechuga sigue siendo lechuga, pero juntos forman la ensalada. ¿Queremos que nuestra sociedad sea un crisol o un plato de ensalada? De la misma manera que la diversidad biológica mantiene la salud del planeta, la diversidad cultural, étnica y lingüística mantiene saludable a nuestra especie: el homo sapiens-sapiens.

Desafortunadamente, nuestros pueblos indígenas han perdido casi todas las manifestaciones tangibles de su identidad, como la vestimenta, la religión y el lenguaje, que encontramos en otras poblaciones indígenas alrededor del mundo (no en todas). Esto no quiere decir, sin embargo, que han dejado de existir como pueblo. Cualquier antropólogo que haya trabajado con los indígenas salvadoreños sabe lo difícil que es identificarlos y diferenciarlos de otros grupos sociales. Ser difícil no significa ser imposible. Yo mismo he propuesto algunos criterios que pueden servir de base para identificar al indígena del no indígena (ver Lemus 2011). Otros autores, como Alejandro Marroquín (1975) y McChapin (1991), han propuesto parámetros antropomorfos y socioeconómicos para su identificación, tales como la pobreza heredada y el color de piel. En realidad, estos criterios no son válidos ya que, debido al mestizaje, el color de piel moreno lo tienen tanto indígenas como ladinos, y la pobreza en este país es generalizada.

Con la reforma al artículo 63, el Estado adquiere, ante la nación y el mundo, el compromiso con los pueblos indígenas de “...mantener y desarrollar su identidad étnica y cultural, cosmovisión, valores y espiritualidad”. ¿Qué significa este compromiso? Primero, hay que definir qué significan los términos identidad étnica, identidad cultural, valores, cosmovisión y espiritualidad. ¿Se puede incidir estatalmente en el desarrollo de una identidad cultural o étnica? La cultura, al igual que el lenguaje, no es estática. Se encuentra en constante cambio, por lo que cada generación modifica su cultura debido al contacto con el medio, que incluye otras culturas que poseen valores distintos. Es imposible comparar a los indígenas contemporáneos con los indígenas del tiempo de la conquista y la colonia. Ni siquiera podemos compararlos con los indígenas que participaron en el levantamiento de 1932. Esa cultura ya no existe. Los indígenas de ahora poseen sus propios rasgos culturales, en gran medida similares a los del resto de la población debido a un prolongado sincretismo cultural.

De la misma manera, la cosmovisión es una visión de mundo compartida por todo un grupo social, que sirve para explicar la realidad, tanto física como espiritual. Es decir, la cosmovisión ya incluye los valores de un pueblo y su espiritualidad. ¿Difiere la explicación de la realidad que tienen los pueblos indígenas salvadoreños de la del resto de la población? Prefiero no contestar esta pregunta con un sí o un no. Prefiero discutirlo. Gracias a la religión católica, originalmente, y ahora, gracias a las iglesias evangélicas, las creencias religiosas originales de los indígenas salvadoreños se han perdido. El panteón indígena ya no existe y muchas tradiciones propias de los pueblos indígenas han desaparecido. Tlaloc, Ehecatl, Quetzalcoatl y otros dioses indígenas dejaron de ser adorados desde hace mucho tiempo. Los pocos autodenominados “tatas” o “sacerdotes” indígenas que encontramos en el país hacen referencia en sus rituales a dioses mayas (NB: todos han sido formados en Guatemala). No hay una religión indígena en El Salvador. La fe cristiana y los valores cristianos son los predominantes. La espiritualidad de los indígenas se manifiesta en cualquier religión que ellos profesen. No hay contradicción entre ser indígena y ser cristiano, o musulmán o judío. La contradicción sería tratar de que el indígena cristiano, o musulmán o judío se convirtiera a una religión indígena (sin nombre). Semejantes pretensiones nos podrían llevar a la adopción de visiones identitarias perversas, racistas, como la supremacía aria. La diversidad cultural que el Estado debe apoyar y promover en la sociedad es la tolerancia, el respeto y la comprensión de otras formas de ver la realidad, de otros estilos de vida, de otros idiomas, de otras costumbres, de otras religiones, etcétera. Todos somos salvadoreños pero todos somos diferentes. Puedo pertenecer a un pueblo indígena sin dejar de ser salvadoreño, y puedo ser salvadoreño sin pertenecer a un pueblo indígena.

En segundo lugar, y con base en la discusión anterior, lo que el Estado debe hacer es reivindicar a los pueblos indígenas. Pero, ¿cómo se hace eso? Obviamente no hay recetas prefabricadas. Cada sociedad tiene su propia historia y cada pueblo tiene sus propios derechos que reclamar. En el caso de El Salvador, a los indígenas se les negó el acceso a todos los beneficios de la sociedad moderna que el Estado podía proveer, como educación, salud, vivienda y trabajo digno. El efecto de esa negación de derechos ha condenado a los pueblos indígenas a estar, en su mayoría, bajo la media nacional en prácticamente todos los indicadores de desarrollo socioeconómico (ver Lemus 2009 para una comparación estadística). Además, la negación y folclorización de lo indígena provocó la negación de su identidad y, por lo tanto, el abandono de sus creencias, costumbres, idioma y todas las manifestaciones culturales que los identificaba como pueblo. Esta negación se vuelve evidente en el último censo nacional (2007) en el cual solamente alrededor de 9 mil personas se identifican como indígenas. Es decir, no basta parecer indígena o autoproclamarse indígena. Hay que sentirse indígena y ser aceptado por los demás indígenas como tal.

A continuación resumo algunas áreas en las que el Estado debe intervenir para resarcir parte de lo que por derecho les pertenece a los pueblos indígenas y cumplir con el nuevo mandato constitucional de establecer políticas estatales para este grupo social.

i) Tierra. Los ejidos y las tierras comunales les fueron arrebatadas a los indígenas por los españoles y los criollos. Obviamente, en este momento de la historia, el Estado no puede expropiar a unos para devolverles a los indígenas sus tierras. Lo que sí puede hacer es, en las comunidades que aún tienen presencia indígena, darles tierras que puedan ser trabajadas por la comunidad para su propio beneficio y bajo la administración de ellos mismos. En la actualidad, muchos indígenas y campesinos alquilan tierras para sembrar sus cosechas, generalmente para consumo propio, aunque el excedente se venda. También puede el Estado tomar el camino de los Estados Unidos, que ha abierto fideicomisos cuyas ganancias se distribuyen entre algunos de los pueblos indígenas (no a todos, solo entre aquellos pueblos que tenían recursos naturales, como agua, minerales, etcétera, que eran, y siguen siendo, explotados por el Estado). Para El Salvador, ya que los indígenas no son dueños de ningún recurso natural explotable, podría ser a través de una compensación económica una sola vez en la vida o, ya que están de moda, a través de subsidios focalizados.

ii) Educación. Ya Kant y Martí lo dijeron, de diversas formas: un pueblo educado es un pueblo libre y un pueblo ignorante es un pueblo esclavizado. La falta de recursos y oportunidades obliga a los niños y jóvenes indígenas (como a muchos otros grupos sociales sumidos en la pobreza) a abandonar la escuela por el trabajo. El acceso de la población a la educación básica, media y superior debe ser un hecho que se dé por sentado en el país. El Estado debe facilitarle a los grupos indígenas, a través de becas o subsidios, el acceso a educación de calidad. El indígena debe tener la oportunidad de ser abogado, médico, profesor, enfermera, antropólogo, lingüista, ingeniero, científico, etcétera. ¡Ya olvidémonos del indígena de museo, con taparrabos y plumas! El Estado podría tener un fideicomiso a favor de los pueblos indígenas para financiar su educación y, por ende, su inserción a los beneficios de la sociedad del siglo XXI.

iii) Lengua. El nivel de deterioro de las lenguas indígenas salvadoreñas es grave. De las alrededor de ocho lenguas originales que se hablaban a la llegada de los españoles (v.gr., pipil, lenca, kakawira, chortí, pokomam, mangue, popoluca y chontal), solo una ha sobrevivido, aunque en estado precario, hasta nuestros días: el idioma náhuat o pipil. Hay menos de 200 hablantes vivos en la actualidad, todos ellos adultos mayores. Los hablantes más jóvenes rondan los 60 años. La revitalización lingüística es la única alternativa que nos queda para impedir que el náhuat se extinga igual que las demás lenguas originarias. Ya existe un programa exitoso de revitalización lingüística impulsado por la Universidad Don Bosco. Hay más de 5 mil niños y jóvenes aprendiendo náhuat como lengua extranjera en alrededor de 40 centros escolares y un grupo pequeño de niños que participan en un programa de inmersión lingüística temprana, conocido como la Cuna Náhuat, en Santo Domingo de Guzmán, Sonsonate. El Estado debe financiar programas como este en todas las comunidades en las que aún hay presencia indígena reconocida. La UDB y el MINED mantienen un convenio de cooperación desde el año 2010 a través del cual el MINED subsidia parte del programa de revitlización (NB: no es necesario enseñar náhuat en todo el país para la revitalización, la revitalización siempre es focalizada). Es necesaria la formación y contratación de maestros especializados en un enfoque multicultural de la educación y bilingües (español-náhuat), la inclusión de la enseñanza del náhuat en el currículum de los centros escolares ubicados en zonas con marcada presencia indígena, la producción de textos para el aprendizaje de la lengua y literatura en náhuat (no sobre el náhuat), y la creación de espacios sociales para el uso del idioma.

iv) Cultura. Ya mencioné al principio de este artículo que la cultura no es estática y no es algo que se pueda enseñar en la escuela (excepto la alta cultura); es algo que se adquiere de la cotidianeidad, principalmente a través del lenguaje y la imitación, lo que nos permite comportarnos de acuerdo a las expectativas de los demás y predecir el comportamiento de otros y, así, evitar el caos. Lo que quiero decir es que sería artificial y contranatural tratar de “revivir” la cultura indígena precolombina, porque esa ya no existe, igual que el náhuat hablado antes de la conquista. Hoy se habla un náhuat diferente y se practica una cultura diferente. El trabajo de antropólogos y lingüistas es determinar el estado de ambas (lengua y cultura) para su mantenimiento y difusión. De inmediato, sin embargo, se puede iniciar el proceso de reconocimiento de los pueblos indígenas incluyendo en el currículo educativo nacional injertos programáticos culturales como un eje transversal en los cuales se revaloren, se estudien y se promuevan las manifestaciones culturales tangibles e intangibles aún presentes en los pueblos indígenas, además de conocer su historia y estado actual.

La aprobación a la reforma del artículo 63 de la Constitución es solamente el principio en la larga lucha de los pueblos indígenas para que se les reconozcan sus derechos como individuos y como grupo social. Aprobada la reforma constitucional, la siguiente fase es su aplicación. El Estado debe asesorarse con los expertos, dialogar con los indígenas de las comunidades, y no solo con las asociaciones indígenas, para proponer la mejor hoja de ruta para hacer cumplir el nuevo mandato constitucional. Recordemos que los pueblos indígenas salvadoreños siempre han existido sin necesidad de reconocimiento constitucional pero ahora es tiempo de hacer valer sus derechos.


*Jorge E. Lemus es el Director de Investigaciones de la Universidad Don Bosco, creador y director del proyecto de revitalización de la lengua náhuat, miembro de número de la Academia Salvadoreña de la Lengua, y doctor en Lingüística por la Universidad de Arizona. En 2010 fue reconocido con el Premio Nacional de Cultura.

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