El Faro Académico /

Historias de tres familias transnacionales con madres migrantes

No es posible comprender el problema de las familias transnacionales sin escuchar las voces de los afectados, sus historias de sacrificios, separaciones, sueños, decepciones, éxitos... Leisy Ábrego nos presenta algunos de los estudios de caso que realizó para su libro Sacrificing Families: Navigating Laws, Labor, and Love Across Borders, Stanford University Press, 2014.


Martes, 24 de junio de 2014
Leisy J. Ábrego *

1

Al salir embarazada de 16 años, Esperanza tuvo que hacerse responsable tanto por su niña, Margarita, como por su mamá viuda y sus hermanas y hermanos menores. No quería heredarle a su hija la misma pobreza en la que ella se crió: 'Nosotros fuimos niños bien pobres. Yo hasta iba sin zapatos a la escuela. Mi mamá no tenía qué darnos de comer.'

Al ver que no les alcanzaba el dinero ni para lo más básico, se dejó convencer por su amiga de que la respuesta estaba en salir a trabajar a Estados Unidos. Su amiga logró que la mujer que traía gente indocumentada a EEUU aceptara traerse a Esperanza sin pago anticipado. A pesar de la buena suerte, Esperanza sufrió mucho:

Cuando yo la dejé a mi niña... (llora) Yo le compré unas ginas, le llamamos ginas nosotros allá, sandalias... unas rosadas que ella cómo las quería... Me levanto a la una de la madrugada... (llora).

Mi corazón estaba hirviendo de tristeza, o sea... yo veía jugar a mi niña y decía, Dios mío dame fuerzas para irme.

Dormí la niña en la noche. Y la niña automáticamente se dio vuelta hacia la pared. Y ella siempre está conmigo y me abraza, y ese día no lo hizo. Yo creo que ella percibía mi ida, no.

Me levanto a la una de la mañana, la agarro conmigo. Ella se quedó ahí. Yo estaba llorando, yo estaba llorando y se despierta mi niña y me dice, 'mami... quiero leche' (llora), 'quiero leche, mami' (llora).

Esa palabra me dio la fuerza de venirme.

Y yo le dije, 'no hay leche, mamita, pero te prometo que te la voy a conseguir.' Y me dice: 'mami, te quiero.' Y le digo, 'yo también te quiero.' Y luego ella se durmió, hasta la mañana.

Venía el bus. Ese bus siempre pitaba al comenzar el pueblo, y empezó...

Cambié a mi niña, le puse sus chancletitas rosadas y la senté en la mesa y le dije a mi mamá, 'agárrala, mami. Se la dejo en sus manos. Ámala como si fuera tu propia hija.'

Esperanza tuvo un viaje difícil que duró más de un mes. Al llegar a Los Ángeles, sin conocer a nadie porque su amiga inmediatamente comenzó a trabajar encerrada en una casa, Esperanza tocó puertas de desconocidos y poco a poco encontró trabajos domésticos: primero de tres días, luego de una semana. Desafortunadamente, cada vez surgían problemas. Por fin logró encontrar un trabajo donde duró un año, pero sus empleadores la maltrataban:

Esa casa era como un espejo, brillaba de limpio, a mí me encanta lo limpio pero ahí me, wow, dije yo, no, esto es horrible.

Llega un día, en un cuadro, pone el dedo, siempre la mota, el polvo entra. Y me lo quiso poner en mi cara... No, dije yo, hasta aquí llegó. No sé cómo fue y yo le agarro su mano y le digo no. En ese mismo ratito se me vino todo lo que había pasado, dije yo no este es el tiempo de que yo tengo que levantarme, ya no, yo ya no... Créame que yo le quería pegar. Le dije yo, te acercas más y yo te puedo pegar, mejor quítate.

Estuvo allí un año, trabajando todo el día, acostándose hasta las 10 de la noche y le pagaban solamente $100 semanales. En todo ese tiempo y diez años después, sigue mandando dinero mensualmente para su familia:

Yo aquí me he quedado sin nada, yo me he endeudado, no me importa, pero mi mamá siempre tiene lo que necesita.

Yo siempre le he mandado 300 a mi mamá y a mí me pagaban 100 semanal. Yo mandaba 300 mensuales, me quedaba con 90 porque yo ponía el envío...

Era horrible. (Silencio). Era horrible porque tenía que estar un mes... con 90 dólares (Silencio).

Yo compraba (ríe), compraba cada semana una docena de sopas, de vaso, que ahora yo no las puedo ver. (Ríen). De verdad. Y yo digo, o sea, el fin de semana aquí se goza, se supone, no, si quiere va comer afuera o... (silencio). Para mí era una sopa de vaso tres veces al día... Pero, era la mujer más feliz del mundo porque mi niña tenía qué comer.

Los sacrificios de Esperanza le ayudaron a su familia por muchos años. Después de 12 años de vivir fuera de El Salvador, cuando la entrevisté estaban por salir sus papeles y cuando la conocí estaba entusiasmada de que pronto iba poder visitar a su hija y a su mamá. También pude conocer a su hija, Margarita, quien recordaba a su mamá con mucho cariño y esperaba ansiosa su reunión. Margarita, muy consiente de los sacrificios de su mamá, hacía un gran esfuerzo también por estudiar y aprovechar las oportunidades que le brindan las remesas.

2

En algunos casos, el tiempo y la distancia pueden llevar a resentimientos, especialmente en contra de las madres migrantes. En el caso de Lydia, por ejemplo, ella sufrió bastante por migrar sola cuando su esposo, quien había emigrado años atrás, dejó de mandar remesas. A Lydia la asaltaron en el camino, luego vivió duros momentos de pobreza en los primeros años cuando todo su dinero iba para pagar la deuda del coyote. Desde 1989 ha trabajado en la costura y mientras pasan los años, le ofrecen trabajo más difícil, con menos sueldo. A pesar de todo, ella le ha mandado dinero a sus tres hijos en El Salvador con consistencia. Desafortunadamente, porque sus hijos quedaron con los abuelos paternos, ellos nunca le hablaron bien de Lydia y ahora su hijo le guarda mucho rencor.

Todos los sábados les hablo pero igual, yo no entendía porqué no me quieren.

Más que todo con el varón porque él no me pedía, para él era orden de que le mandara dinero... Y me decía de que sólo esperaba para venir para venírmelo a decir, para hacer una guerra en contra de mí, para que yo sintiera porque tenía que sufrir en carne propia lo que chiquitos no les había dado... El es bien rencoroso.

Y le digo yo, '¿y tu papa?' 'Pues él es hombre,' me dice, 'el hombre puede hacer lo que quiera, pero la mujer no,' me dice.

En una sociedad en que se valora a la mujer más que nada por su labor materna, suele resultar muy doloroso cuando una madre está ausente, aún cuando ella emigra precisamente para proveer por sus hijos. Sin el apoyo de las personas que quedan a cargo de los hijos, el dolor puede convertirse en resentimiento.

3

Pero también hay muchos casos en los que las familias logran evitar el rencor y aprenden a apreciar los esfuerzos de las madres. Esto ocurre, inclusive cuando todos los esfuerzos de las mamás migrantes apenas son suficientes para mejorar la calidad de vida de sus hijas e hijos. Tal fue la situación de Sonia:

Mi mamá se fue cuando yo estaba pequeña, cuando tenía ocho años. Sólo me acuerdo de que fue en la madrugada que ella se fue, y nosotros nos queríamos ir con ella.

Somos cinco. A mi papá no lo conozco.

Ella nos dijo de que, incluso mis abuelos también, verdad, dijeron de que era un sacrificio, pues, que ella iba hacer, en dejarnos porque, para que nosotros pudiéramos estudiar, no para comprarnos todo lo que queríamos, verdad, pero sí por lo menos comida.

Entonces, este, a explicarnos ellos y ella también. Pero como acuérdese cuando uno está pequeño no entiende. Yo sentía que nos estaba dejando.

Pero dos de mis hermanos estaban enfermos y las operaciones eran muy caras, porque muchas operaciones tuvieron.

A pesar de lo mucho que sufrieron al ver que su madre se iba, la vida mejoró para Sonia y sus hermanitos.

Antes de que ella se fuera, verdad, este, cuando podía comíamos y cuando no, no. Ajá. Entonces y ella, como éramos cinco, entonces, y cuando empezó a trabajar ella allá, nos mandaba pero era poquito. Ajá. Pero sí nos alcanzaba para el estudio y para la comida. Y no nos vestíamos bien y todo, sino que repasábamos la misma ropa. Ajá. Entonces, pero sí, para el estudio y para la comida sí siempre había... Era mensual que mandaba 150 dólares.

Al haber migrado sin papeles, su mamá solo pudo conseguir trabajo irregular en la costura. Esto significa que ganaba tan poco que se quedaba sin recursos propios mensualmente. Veinte años después, aún 'no ha podido hacer nada' en Estados Unidos. Al mandarles mensualmente a sus hijos, no pudo ahorrar y sin papeles, no logró mejorar su situación económica. Pero mientras tanto, todos sus hijos terminaron el bachillerato – logro que no hubieran podido alcanzar sin las remesas que mandaba su madre. Cuando por fin le salieron los papeles a los 16 años, la mamá de Sonia regresó a El Salvador a visitar a sus hijos.

Fue muy emocionante, ajá, sí, porque, después de 16 años, de no verla... Y la relación es excelente... Pudimos mantenerla siempre porque, de parte de mi abuelo fue una gran ayuda porque ellos siempre nos enseñaron a que ella era nuestra mamá y que la teníamos que respetar y siempre tuvimos comunicación con ella, por eso es que la relación de nosotros es buena...

La familia de Sonia, al mantener una imagen positiva de su mamá, logró sobresalir académicamente y emocionalmente. La buena relación con su mamá a través de la distancia y el tiempo ayudó a impulsarlos adelante aún cuando nunca vivieron grandes lujos con las remesas.


* La Dra. Leisy Abrego es Assistant Professsor de Estudios Chicanos en la Universidad de California en Los Angeles (UCLA). Los casos presentados aparacen en su libro Sacrificing Families: Navigating Laws, Labor, and Love Across Borders, Stanford University Press, 2014, que se puede adquirir en este enlace.

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