El Faro Académico /

Los sacrificios de las familias transnacionales

'Uno nunca entiende por qué una madre lo abandona, por qué se fue si nada cambió. Nada es mejor. Todo es peor,' le dijo una joven hija de migrantes salvadoreños a la socióloga Leisy Abrego, quien nos presenta con gran humanidad y compasión los resultados de la investigación sobre familias transnacionales.


Miércoles, 4 de junio de 2014
Leisy J. Abrego *

Por lo general, cuando le menciono a una persona salvadoreña que mi trabajo consiste en investigar las experiencias de familias transnacionales, rápidamente me ofrecen una de las siguientes opiniones: 1) Esas son las personas que arruinan el país con sus remesas que malgastan en los centros comerciales y le suben el precio a todo. 2) De nada sirve que se vaya esa gente si lo primero que hacen es encontrarse otra pareja allá y se olvidan de la familia que dejaron aquí. 3) Por esas familias estamos como estamos. Dejan a los hijos con las abuelitas que ya están muy viejitas para disciplinarlos. Los niños se sienten abandonados y se meten a las maras.

En mi estudio, basado en entrevistas a profundidad con 130 integrantes de familias transnacionales, reconozco un poco de veracidad en estas opiniones y observaciones, pero resulta que la gran mayoría de familias tienen otras experiencias que, como sociedad, borramos muy fácilmente al generalizar.

Les comparto un ejemplo. En un colegio de San Salvador, hablé con el director y algunas maestras sobre la posibilidad de entrevistar a estudiantes cuyos padres viven en Estados Unidos. Inmediatamente, todos me sugirieron que hablara con “Mayra” – una estudiante de 16 años cuyo padre vive en Houston, Texas. Me contaron que siempre anda estrenando zapatos y ropa de marca y que recibe del papá mensualmente más de lo que ganan los maestros.

Y sí. En nuestra entrevista, Mayra confirmó que su papá manda remesas para los gastos de la casa y aparte le manda $400 a ella y otros $400 a su hermano para todos sus gastos. Al final, después de pagar la colegiatura mensual de $160, ocupa el dinero en “cosas personales” – ropa, productos de cabello, zapatos y bolsones.

Pero a pesar de que para la comunidad de ese colegio, y en la mente de muchas y muchos salvadoreños, Mayra representa una experiencia común entre jóvenes que reciben remesas, en mi estudio encontré que la gran mayoría de estas familias viven otras experiencias. Entre 83 jóvenes, muy pocos reciben tan alta suma mensual. Ni siquiera los otros tres jóvenes que conocí en el mismo colegio de Mayra viven como ella. Al contrario, ellos me comentaban sus estrategias para ahorrar para asistir a la universidad o mencionaban cómo muchos de sus fondos van para el cuidado médico de sus familiares. Pero porque no ostentan su atuendo ni llaman la atención con su comportamiento, los profesores ni siquiera se daban cuenta que ellos también tenían familia en EEUU.

Una estudiante de una universidad privada, “Beatriz” cuyo padre vive en el estado de Maryland en EEUU y les manda entre $800 y $900 mensuales, dice que la suma cubre gastos básicos del hogar, y le permite costearse su educación y la de sus hermanas. Lo que les sobra lo van ahorrando porque saben que siempre hay emergencias—especialmente porque su abuelita es muy mayor y tiene problemas de salud.

En realidad sólo los jóvenes que reciben cantidades de $500 o más mensuales pueden asistir regularmente a la universidad sin tener que trabajar. En estos casos, usan el dinero para comprar libros, pagar matrícula y costearse el transporte y comida diaria. Y aparte de añadirle un cuarto a la casa, comprarse colchones más cómodos o salir a comer afuera de vez en cuando, les va quedando muy poco para lujos y gastos innecesarios.

Pero muchos de los jóvenes simplemente no reciben el dinero necesario para vivir tan lujosamente como cree la mayoría de la sociedad salvadoreña. Lo más común es que a mediados que va subiendo el costo de la vida, reciben menos de lo necesario para vivir establemente, poder adquirir una educación de colegio privado, o asistir a la universidad.

En muchos de estos casos, las madres y los padres migrantes no se han olvidado de sus hijos, sino que se ven en situaciones en que se les hace casi imposible encontrar trabajos estables que paguen sueldo digno y suficiente. Por ejemplo, para migrantes indocumentados en EEUU, cambios en las leyes y la manera de implementarlas les han hecho la vida bastante difícil. Muchos viven con temor a ser deportados, por lo cual no se quejan cuando los jefes los explotan. A muchas mujeres les va particularmente mal porque aparte de ganar sueldos inferiores a los hombres, también tienen que preocuparse de ser posible blanco de varios tipos de violencia, tanto de parte de sus empleadores como de sus parejas.

Entonces, no es simplemente que un padre o una madre hayan olvidado a su familia, sino que están luchando dentro de un contexto legal y social que no les permite lograr las metas que inicialmente los llevaron a emigrar. Por años se quedan pagando la deuda del coyote que los guió al país norteamericano y lo poco que les queda para mandar a sus hijos no es suficiente para mejorar sus vidas de manera notable como lo habían anticipado.

Entre las madres y los padres migrantes que entrevisté, mi estudio revela que muchos de ellos hacen sacrificios inmensos para enviar remesas a sus hijas e hijos. Las madres, especialmente, tienden a mandar un gran porcentaje de las pocas ganancias que obtienen trabajando como domésticas, en limpieza de edificios y hoteles, o en fábricas de costura. Al mandar la mayoría de sus sueldos, se quedan con ingresos muy limitados. Varias madres han aguantado hambre, consentido a condiciones peligrosas de vivienda, aceptado abuso laboral, y hasta han vivido con parejas violentas porque en todos estos casos, los sacrificios les han permitido remitir cuotas mayores a sus hijas e hijos.

Es cierto que algunos padres encontraron parejas nuevas y establecieron nuevas familias en EEUU. Pero esto no significa que en todos los casos hayan dejado de comunicarse o de ayudar a sus familias en El Salvador. Algunos siguieron mandando dinero mensualmente por años y la gran mayoría hace lo posible por mandar fondos para ayudar durante situaciones de emergencia.

A pesar de la gran diversidad de experiencias económicas que viven las familias transnacionales, emocionalmente todos sufren la separación. El dolor es especialmente obvio entre los jóvenes que no han recibido remesas suficientes para mejorar sus vidas. Cuando no tienen para comer bien a diario o para pagar el transporte para ir a la escuela, suelen sentirse abandonados y descuidados. Por ejemplo, Lucía, de 16 años, me comentó:

Va a pensar que estoy loca, pero cuando estaba pequeña, oía decir que el McDonald’s es comida americana, así es que cada vez que pasábamos por el McDonald’s del centro, trataba de ver por la ventana, a ver por un ratito a ver si veía a mi mami… La vida es puro sufrir sin ella. Uno nunca entiende por qué una madre lo abandona, por qué se fue si nada cambió. Nada es mejor. Todo es peor.

Aún entre los jóvenes que viven bien, que reciben remesas mensualmente y que han alcanzado logros concretos a raíz de la migración de sus madres y padres, existe un vacío. Jóvenes de este grupo dicen entender la estrategia de sus madres y sus padres y les agradecen sus sacrificios y esfuerzos, pero eso no quita su gran dolor al haber crecido sin el contacto diario. Como lo explica, “Javier”:

Yo a mi papá y mi mamá los respeto, verdad, y yo les agradezco el sacrificio que han hecho y, es algo que nunca se va a perder y tampoco se va poder recuperar. Perder es porque el sacrificio de ellos lo estamos aprovechando y recuperar es porque todo el tiempo, nuestra niñez… eso quedó en el vacío, verdad…. [Para cada navidad, con mis hermanos] nos sentábamos … en mi cama y nos poníamos a acordar, “púchica, mi papá y mi mama.” Abríamos los álbumes, y así nos poníamos a llorar…

Aparte de extrañar a sus seres queridos, muchos jóvenes también se sienten aislados socialmente porque se habla de manera tan negativa de las familias transnacionales en El Salvador. Muchos confesaron no tener con quien desahogarse en sus escuelas y colegios cuando extrañaba a sus familiares y preferían sufrir a solas los días de fiesta en que sus compañeros compartían con sus familias.

Es por este nivel de sufrimiento que la gran mayoría de jóvenes hubiese preferido que sus madres y padres permanecieran en El Salvador. Como lo declara la joven de 17 años, “Mirna,”

No es bueno que las familias se separen… Debería de haber aquí, en el gobierno, atención, ayudando a las personas, a las familias a que salgan adelante, aquí en el país. No andar en otros lugares, este, que los traten mal, porque dice mi papá que muchas, el llegar allá y que los discriminen, que los miren de menos y eso no es necesario.

A pesar de las cifras anuales en El Salvador – más de $3.9 millones de dólares anuales en remesas – las experiencias individuales revelan que estas sumas tienen gran costo social y emocional. Las remesas requieren de grandes sacrificios, tanto físicos como emotivos, de cada integrante de estas familias transnacionales. Mirna le da voz a miles de familias quienes exigen el derecho a no tener que emigrar, y no tener que vivir separados por años para simplemente poder sobrevivir. Las y los jóvenes también piden ser aceptados en la sociedad – que se hable menos peyorativamente de sus familias para limitar la aislación social que les complica aún más la vida.


* La Dra. Leisy Aberego es Assistant Professsor de Estudios Chicanos en la Universidad de California en Los Angeles (UCLA). Publicó en su reciente libro Sacrificing Families: Navigating Laws, Labor, and Love Across Borders, Stanford University Press, 2014.

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