Opinión /

¿Ya viene el cambio?


Lunes, 28 de abril de 2014
El Faro

Sánchez Cerén ha demostrado tanto dotes de guerrero como de conciliador. Es el primer guerrillero en alcanzar la presidencia y ha demostrado, siempre, una sencillez que contrasta hoy con muchos líderes de su partido y con quienes tendrá que lidiar. Le faltan cuatro largas semanas para asumir el poder.

Cuatro semanas en que buena parte del aparato político del Estado está buscando afianzar posiciones para tener una mayor capacidad de negocación con las nuevas autoridades.

Para algunos estos reacomodos significan la posibilidad de tener mayor incidencia en las decisiones del nuevo gobierno, de tal manera que estas se acerquen más a su agenda política; es decir que se parezcan más a las soluciones que su línea política cree que son las idóneas para sacar al país adelante.

Para otros, en cambio, significan materializar la urgencia de conquistar cuotas de poder que les permitan negociar con el nuevo gobierno para mantener privilegios, contratos del Estado o impunidad por corrupción.

Hace cinco años el presidente saliente prometió cambios estructurales en El Salvador, y eso le llevó a ganar la elección en un país desigual, injusto, pobre, violento, impune y corrupto. Ya habrá tiempo de analizar el país que deja el presidente Funes, pero hereda un enorme desafío a Sánchez Cerén porque se avanzó poco en algunos como la desigualdad, la violencia o la pobreza y se retrocedió en otros como la corrupción, el nepotismo, el compadrazgo y la impunidad. Y todavía le quedan cuatro semanas.

El primer reto de Sánchez Cerén, un mes antes de tomar posesión, es el de enviar el mensaje claro de que no tolerará corrupción ni enriquecimiento de nadie a costa del Estado. Ni siquiera de su propio partido. La corrupción es un cáncer que impide que el Estado brinde los servicios que los ciudadanos urgen, y el presidente entrante tiene hoy la enorme oportunidad de referirse a ese problema y actuar en consecuencia aun antes de iniciar su periodo.

En materia de corrupción, ya a pocos, de izquierdas o derechas, les queda duda de la urgencia de combatirla sin ambages y sin estrategias tuertas; excepto aquellos que se beneficiaron y aquellos que se aún se benefician ahora de ella.

Sánchez Cerén no es un hombre cualquiera. Es un comandante revolucionario que tomó las armas y arriesgó su vida y la de sus hombres en pos de la construcción de una sociedad más justa, intentando cambiar un sistema en el que quienes gobernaban abusaban de su poder y se enriquecían a costa de una población mayoritariamente pobre y condenada a la pobreza, la enfermedad, la injusticia, la violencia y la ignorancia.

La necesidad de pactos y el pragmatismo político no pueden estar por encima de la honestidad, el estado de derecho, la rendición de cuentas cabales y sobre todo de la memoria de los sueños que buscaban aquellos que lucharon por una sociedad más justa, sin que ningún corrupto les quite lo poco que pueden tener los más necesitados. Eso, la intolerancia a la corrupción, ya sería un verdadero cambio. Uno que el actual presidente fue incapaz de hacer, acaso por las tentaciones que le puso enfrente el poder.

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