El Ágora /

“Teatro bajo mi piel” y el retoño de las piedras

Miguel Huezo Mixco presenta en cinco actos Teatro bajo mi piel, una particular antología de poesía escrita por 18 poetas de nacionalidad salvadoreña 'nacidos bajo el signo de la guerra civil' publicada por editorial Kalina, con ensayos académicos de Ana Patricia Rodríguez y Tania Pleitez. Fue presentada la semana pasada en El Salvador.


Domingo, 27 de abril de 2014
Por Miguel Huezo Mixco

Teatro bajo mi piel (Kalina, 2014) ofrece una perspectiva novedosa de la poesía y la literatura salvadoreña. Por primera vez, en un solo volumen, se juntan las voces de un conjunto de poetas nacidos bajo el signo de la guerra civil, que escriben desde El Salvador y Estados Unidos, en español y en inglés. A continuación, ofrezco las cinco cosas que más llamaron mi atención.

1. Teatro bajo mi piel es un libro-collage bilingüe. Contiene los poemas de 18 autores y autoras, un prefacio y dos esclarecedores ensayos que ofrecen refrescantes perspectivas sobre el fenómeno del transnacionalismo en la literatura salvadoreña, una colección de cuatro ilustraciones de igual número de ilustradores, y una nota sobre los desafíos que representó para los traductores verter al inglés y al español salvadoreños los poemas seleccionados. El libro cierra con las biografías del numeroso grupo de autores, traductores y colaboradores que participó en la publicación, urdiendo una intrincada red en varias ciudades de Estados Unidos y El Salvador.

Esta última parte permite distinguir claramente una convergencia de talentos literarios y académicos. La edición, en conjunto, apunta a una tesis principal: estamos frente a la irrupción de nuevos sujetos poéticos transnacionales, nacidos entre los años 60 y 80, que experimentan las secuelas de la violencia, la exclusión y el desarraigo producidos por el conflicto armado.

2. Tengo un reproche que quizás sea excesivo. La antología organiza a los poetas seleccionados en sus respectivas orillas geográficas. Las antologías de literatura centroamericana han venido presentando a los autores a partir de sus estados nacionales, y es explicable, pues Centroamérica es una ficción. El hecho de que en el corazón del trabajo de las editoras se parte del reconocimiento de que la salvadoreña se ha transformado en una sociedad transnacional, me hace pensar que lo congruente hubiera sido presentar a los poetas de allá y a los de aquí como parte de una misma entidad.

En la primera parte, bajo el título Fobiápolis, tomado del libro inédito de Krisma Mancía (1980), se agrupan los poetas que viven en El Salvador. La segunda, titulada Blues del inmigrante, prestado del poema del mismo nombre de William Archila (1968), reúne a los residentes en Estados Unidos. ¿Llegará el día en que las antologías de literatura salvadoreña dejarán de organizarse en clave territorial, y los nombres de los poetas de San Francisco, Santa Tecla, Washignton DC o San Salvador aparecerán entretejidos y diferenciados únicamente a partir de su voz?

3. Teatro bajo mi piel hace evidente que en Estados Unidos existe un poco conocido rebrote de excelentes poetas. Ellos, que emigraron siendo muy pequeños, llaman “hogar” a las ciudades norteamericanas en las que viven, pero mantienen un vínculo emocional con la patria de sus padres. En sus respectivos ensayos, tanto Ana Patricia Rodríguez como Tania Pleitez anotan que los escritores incluidos en el volumen “dialogan” entre sí en torno a los grandes temas del desarraigo y la violencia. En un sentido muy amplio podemos aceptar que el libro en sí mismo constituya un proceso de diálogo real entre los sujetos convocados por los editores. Sin embargo, es necesario que ese diálogo se haga efectivo mediante la realización de festivales y encuentros que pongan en contacto a los poetas y artistas de ambas orillas. No para solo reforzar la idea de que en conjunto son parte de la nueva poesía salvadoreña, sino también para otorgarle valor a la novedad de que la poesía de nuestros días se escribe en dos lenguas, y que la diáspora, como advierte Ana Patricia Rodríguez, hace posible la emergencia de nuevas identidades construidas en medio de otras culturas.

4. En la selección que nos ofrecen las editoras hay algo que distingue a los poetas residentes en Estados Unidos respecto de sus pares en El Salvador: la adopción del idioma inglés es vivido como un hecho doloroso. El poema que quizás mejor representa ese sentimiento es Lengua de pedernal de Lorena Duarte (1976), que habla de una lengua rota, cortada y dividida. Pero, inclusive, dentro de los poetas emigrados es posible identificar diferencias respecto a la aceptación de una nueva lengua. Es el caso del poema miyamidosame, de Gabriela Poma, que más bien celebra las sonoridades lingüísticas latinas, especialmente del Caribe.

5. Que nadie se equivoque pensando que en ese conjunto de poetas existe una sola temática. No hay, como bien anota Tania Pleitez, “una sola poética”. Que nadie se equivoque, tampoco, pensando que el transnacionalismo es la única lectura posible en la poesía que nos ocupa. Al encarar la lectura de estos poetas no debemos repetir el tipo de interpretaciones, como las que a menudo prevalecen sobre la poesía escrita en los años 80, que la limiten a ser un reflejo de la circunstancia histórica en la que se produce. Ni toda la poesía de la era del plomo respondió exclusivamente a las agendas políticas, como tampoco la poesía de comienzos del siglo XXI es un mero reflejo de los procesos que han hecho posible la migración de una tercera parte de la población.

Sus intereses son muy variados. Vladimir Amaya (1985), uno de los poetas más jóvenes de esta antología, propone el renacimiento de la palabra y anuncia la irrupción de una nueva sensibilidad:

Abramos amigos,
La champaña de este viejo cuerpo
(…)
¡Soñar, soñar, búhos veteranos!
Es el segundo del moho benévolo,
De la grasa piadosa que baja desde la úlcera de la noche,
¡Que broten las nuevas piedras
En el polvo de los guerreros vencidos!

Quique Avilés (1965), en su extraordinario poema Habitación sin retoques, al describir una habitación, no sólo habla de la precariedad de la vida del migrante, sino también de las zozobras de la intimidad.

espera
No des un paso más
Has llegado a la primera frontera
De este mundo escondido
(…)
Algún día nos amaremos sin tener que interrumpir
la privacidad del resto del mundo
¿y qué?
¿qué te parece mi mundo escondido?

Tampoco es posible leer únicamente en clave transnacional la desbocada prisa de un potro en competencia abierta, metáfora del camino como una conquista, como en el poema Race Horse de Jorge Galán (1973). Como tampoco es lícito, a partir de las ironías de El mito de Santa Tecla, de Elena Salamanca (1982), o en La Pelona…, de Leticia Hernández-Linares (1971), poema pringado con una larga historia de machismo, hacer una lectura exclusivamente desde la perspectiva de género.

Teatro bajo mi piel ofrece una variedad de contornos lingüísticos, temáticos y estéticos, no solamente vinculados a El Salvador o a Estados Unidos. Los textos seleccionados, cada uno en sí mismo, y en conjunto, permiten apreciar que estamos ante la renovación de la poesía, de la salvadoreña, sí, y de la latina y también de la iberoamericana. La poesía recupera su característica de decir “cosas sabrosas” capaces de mover el corazón. Búhos veteranos: brotan las nuevas piedras entre el polvo de los guerreros vencidos.

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