El Ágora /

'El arte y la cultura son las feas de la fiesta y nadie quiere bailar con ellas'

Es una artista ecuatoriana que ha hecho carrera en El Salvador gracias a que es una empresaria cultural y, según dice, exitosa. Carga con la frustración de haber sido funcionaria de la Secretaría de Cultura, y con la satisfacción de haber vencido los prejuicios que levanta ser la esposa de un diplomático. Katya Romero ha embotellado sus recuerdos para despedirse del país desde el Marte, uno de los imposibles
que logró conquistar con su modelo de autogestión.


Miércoles, 9 de abril de 2014
María Luz Nóchez

Katya Romero. Foto Emely Navarro
Katya Romero. Foto Emely Navarro

Hace cuatro años y medio Katya Romero regresó a El Salvador. La artista había conocido estas tierras y su dinámica cultural entre 1998 y 2001, en esa época formó parte de la Junta Directiva de la Fundación Julia Díaz (Museo Forma). Ese El Salvador que se encaminaba al cambio de década con el que la artista tuvo su primer encuentro cumplía apenas seis años de haber firmado la paz, y aunque no existía aún el Museo de Arte, había, según explica, una comunidad artística entusiasmada por abrirse espacios para exponer y por saber hacia dónde los llevaría la recreación del Consejo Nacional para la Cultura y el Arte, adscrita entonces al Ministerio de Educación. El regreso fue un designio de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que nombró a su esposo representante de la institución en el país centroamericano. Pero ella muy pronto hizo sus propios planes y se impuso algunas metas, entre ellas tener una exposición personal en el Museo de Arte de El Salvador (Marte).

Ahora le toca irse de nuevo de El Salvador y cerrar este ciclo en el Marte es para la artista una misión cumplida más en su currículum. “Cuando supe que venía para El Salvador en septiembre de 2009 hablé con Rodolfo Molina (artista y curador de arte) y le dije que quería exponer en el Marte, y él me dijo que era imposible”. El reto estaba planteado.

Ante el imposible, Romero, decidió tomar un camino que muy pocos artistas consideran siquiera contemplar como posibilidad: decidió comportarse como una empresa y construir una marca para entrar a competir en el mercado de las artes plásticas salvadoreñas. Fue así como de la mano del curador Jorge Palomo y los colaboradores que la apoyan en el área de diseño, fotografía y gestión de medios, empezó a tocar puertas de la empresa privada, a buscar espacios de renombre para mostrar su obra, a pujar por un espacio en la subasta que organiza cada año el Marte para que así la junta directiva empezara a identificarla.

Romero se considera una sin patria, ya que cada cuatro años y medio tiene que migrar de código de área por el estado diplomático de su esposo, y fue la condición nómada la que la hizo decidir aprovechar la brevedad de sus estancias en cada país para sacarle el máximo provecho a lo que ha aprendido en el anterior. Su primera patria fue Ecuador, la que la vio nacer, en donde se formó en escultura con el maestro ecuatoriano Juan Ormaza en la Facultad de Artes Plásticas de la Universidad Central, en Quito, y también donde obtuvo el título de Maestra de la Asociación Interprofesional de Maestros Artesanos del Ecuador. Además, en dos ocasiones, en el mismo año, 2007, representó a su país en el Salón Iberoamericano de Arte, en el Museo Katzen, y en el Instituto Mexicano de Cultura, bajo la curaduría de Jack Rassmussen, director de American Universtiy Museum, en Washington, D.C.

Aunque su faceta de artista plástica es la que más se conoce, también ha dedicado parte de su vida a la danza, al teatro y a la literatura. Asegura que en El Salvador tuvo dos maestras en esta última rama, las escritoras Jacinta Escudos y Nora Méndez. La gestión cultural también ha sido gran parte de su vida y en los últimos 54 meses en San Salvador tuvo la oportunidad de intentarlo desde la institución rectora, la Secretaría de Cultura de la Presidencia (Secultura). Y aunque reconoce que no se le dio la libertad ni la confianza para hacer su trabajo, trató de hacer lo mejor a pesar de las limitaciones impuestas. 'Cuando yo llegué a dirigir la Sala Nacional de Exposiciones, la Colección Nacional estaba embodegada, apilada una obra sobre otra, sin cédulas. No había guías para hacer las visitas guiadas, y el único teléfono que había pasaba ocupado porque las asistentes pasaban pegadas haciendo llamadas', dijo a El Faro en 2013. Al cabo de siete meses, cuando los roces entre la titular de la Secultura y ella eran insuperables, decidió dejar el cargo, con la satisfacción de legarle a la Sala Nacional, ubicada en el parque Cuscatlán, un plan de recorridos guiados, recursos audiovisuales para hacer interactivas las visitas y una rampa para discapacitados. 

Como en muchos ámbitos, el artístico no está libre de prejuicios y a Romero le ha tocado lidiar con ellos, en particular por ser la esposa del representante de la OMS en El Salvador. Ante las voces que opinan que su inclusión en el ámbito artístico responde a que siendo la esposa de un diplomático necesitaba algo en qué ocuparse y que cuenta con los contactos y medios a su disposición, responde con desenfadado: “Sé que existen esos comentarios y es natural que los haya, pero a mí eso no me va a detener”.

¿Qué marcó para usted la diferencia entre El Salvador que conoció en los años 90 al que encontró en 2009?
La primera vez que vine no se hablaba mucho de los curadores, del concepto de arte contemporáneo, no se conocía la palabra emergente, las propuestas conceptuales eran distintas. Esos casi nueve años (de 2001, cuando se retiró, a 2009, cuando retornó) hicieron casi un siglo de diferencia y aunque sucedieron cambios muy significativos también hubo un resquebrajamiento en la plástica salvadoreña.

¿En qué se evidencia ese resquebrajamiento?
Lo noté por los amigos, los colegas, los espacios que se habían cerrado a nivel privado. Había pocos espacios para los artistas y para poder difundir su obra, poco interés en los medios para formar periodistas culturales que dieran notas certeras o críticas constructivas sobre la obra de los artistas y una gestión cultural empírica.

¿Es decir que nos estancamos y empezamos a retroceder?
El hecho de que los artistas sean recursivos ayuda mucho a que puedan mantenerse en estándares internacionales para poder competir igual que cualquier otro artista en cualquier bienal. Eso significa que a pesar de que localmente hubo un resquebrajamiento, eso mismo hizo que lograran salir, emerger y estuvieran codeándose con artistas internacionales en cualquier bienal. Cuando vine la primera vez a El Salvador encontré un país pujante en materia de las artes visuales, había una identidad, una unión. Me impresioné de ver lo que podía encontrar no solo en El Salvador, sino a nivel centroamericano. Pero también me alegró y me emocionó conocer la historia de la plástica salvadoreña, que era muy fuerte, que tenía, como en otras historias de países latinoamericanos, una marcada presencia social. En ese tiempo me formé como gestora, como curadora, como museógrafa, estudié de manera académica para ofrecer esto a El Salvador.

Antes de volver a El Salvador pasó por Colombia, Panamá y Washington. ¿Fue muy drástico regresar aquí en donde además dice que encontró un quiebre en la promoción de las artes plásticas?
Sí, es muy fuerte, muy intenso trabajar aquí en el país, un lugar donde cuatro años son muy poco para desarrollar procesos. Sin embargo, vengo ya con un bagaje del otro país que dejé y descubro que ese país lo debo explotar porque para qué buscar exposiciones afuera si esos cuatro años son los que me van a dar estabilidad y el equilibrio para llevar lo que quiero presentar a otro país. Esta exposición es así, lo mismo me pasó en Washington, Bogotá, Panamá... porque uno trabaja más o menos en el proceso de adaptación del primer año. Es decir, yo trato de adaptarme lo más pronto posible.

Usted ha dicho en otras entrevistas que cuando está en un país prefiere quedarse en el mundillo artístico local que buscar exposiciones en otras latitudes…
Quizá es porque no tengo patria en ese momento, entonces es porque me quiero aferrar esos cuatro años y medio a ese país. Ese es mi hogar en ese momento, es mi patria de asilo. Entonces, ¿para qué salir? Si me coinciden los viajes y puedo hacer una exposición, lo hago, pero no los busco. No es mi afán buscar una expo para sacar la obra. Sé que en cuatro años y medio me voy a ir y en el país donde vaya voy a volver a exponer. Cada cuatro años y medio son 40 años de vida. También hay que tomar en cuenta que la sociedad a la que uno llega tiene que adaptarse a uno, también la gente lo tiene que conocer a uno.

Parte de que la conozcan también implica la creación de prejuicios. Sabrá que hay quienes dicen que usted se hizo artista porque es esposa de un diplomático y necesitaba ocuparse en algo...
Claro que lo sé y muchos de los que van a mi casa son los mismos que andan diciendo esas cosas. Yo tuve una educación para llegar a esto, mi familia me motivó. Soy una mujer completamente apasionada por lo que hago. Soy una mujer guerrera, una buscadora incansable, una artista que no va a dejar de hacer lo que le gusta. Todo lo que he logrado me lo he ganado con trabajo, con autogestión. ¿Cómo se forma eso? Golpeando la puerta a las empresas privadas, a las instituciones y haciendo propuestas coherentes para que la gente crea en uno. La obra puede hablar, decir, llevarte a donde quieras. Y yo creo que aprendí desde muy temprano el arte de vivir del arte y lo pongo en práctica para cuando hago en mis exposiciones. Las embajadas en todos los países en donde he vivido han sido partícipes de mis exposiciones. Creo que como artista ecuatoriana viviendo en el exterior lo mínimo que puedo hacer es involucrar a mis compatriotas para que puedan ellos sentirse orgullosos de una ecuatoriana en el exterior.

¿Siempre ha estado presente ese prejuicio o ha sido solo en El Salvador?
Es primera vez que me pasa. Cada país es distinto. Quito, por ejemplo, es una comunidad hippy, todos ayudándose entre todos. En Bogotá, en cambio, es más organizado. Ahí tuve la oportunidad de insertarme en un colectivo en donde todos teníamos los mismos intereses. En Washington tenía un estudio bastante grande, pero estaba muy encerrada, muy sola, la interacción es nula. Yo me inserté con la comunidad de artistas latinoamericanos, trabajé como asistente de Constance Bergfors, pero no podía desarrollar mi propia obra porque ahí hay que tener permisos para trabajar en el estudio.

Usted también ha estado en la gestión cultural desde el gobierno, en la Secretaría de Cultura. ¿Cree que ese resquebrajamiento que describía esté directamente relacionado con la inestabilidad institucional y el desinterés de los gobiernos por la cultura?
Yo no creo que debamos echarle la culpa al Estado de que no motiva a que sus ciudadanos aprendan a apreciar el arte, es falta de interés de la sociedad. Porque no hay una cultura para apreciar. El arte es para descubrir, para expresar, para conocer la sicología de los pueblos, pero no hay tiempo para el arte. El arte y la cultura son las feas de la fiesta y nadie quiere bailar con ellas. Y cuando aprendes a bailar con ella, las adoras. Es cuestión de tiempo, de interés y no es falta de recursos.

Pero usted estuvo ahí y seguramente no podía darse las mismas lincencias que como gestora independiente.
Cuando tuve la oportunidad de trabajar en 2012 para la Secultura hice igual con la empresa privada. Involucré a un sector que tenía empresas de responsabilidad social empresarial para un público vulnerable. Hay que tocar las puertas y saber a qué empresas les interesa aportar. Obviamente, como gestora cultural independiente me puedo tomar libertades porque no tengo a quién responder, pero en una institución pública tienes que respetar las reglas de una institución y, por supuesto, atenerse a los mandatos de la institución.

Detalle del montaje de la exposición Botellas y cuencos de Katya Romero. Foto Emely Navarro
Detalle del montaje de la exposición Botellas y cuencos de Katya Romero. Foto Emely Navarro

logo-undefined
CAMINEMOS JUNTOS, OTROS 25 AÑOS
Si te parece valioso el trabajo de El Faro, apóyanos para seguir. Únete a nuestra comunidad de lectores y lectoras que con su membresía mensual, trimestral o anual garantizan nuestra sostenibilidad y hacen posible que nuestro equipo de periodistas continúen haciendo periodismo transparente, confiable y ético.
Apóyanos desde $3.75/mes. Cancela cuando quieras.

Edificio Centro Colón, 5to Piso, Oficina 5-7, San José, Costa Rica.
El Faro es apoyado por:
logo_footer
logo_footer
logo_footer
logo_footer
logo_footer
FUNDACIÓN PERIÓDICA (San José, Costa Rica). Todos los Derechos Reservados. Copyright© 1998 - 2023. Fundado el 25 de abril de 1998.