Washington, ESTADOS UNIDOS. El viscoso líquido negro causó la muerte de más de 250,000 aves y miles de ballenas, nutrias y peces. Las imágenes de los cormoranes hundidos en petróleo fueron como una terapia de choque para Estados Unidos en cuestiones medioambientales, y ayudaron a reforzar las reglas del transporte marítimo de crudo.
Por su amplitud, la catástrofe del 24 de marzo de 1989 solo fue superada en 2010 por la marea negra en el golfo de México tras la explosión de la plataforma Deepwater Horizon.
Pero Alaska, el Estado estadounidense más septentrional y cuya economía depende en gran parte de la explotación de los recursos marítimos, nunca se recuperó totalmente del naufragio del Exxon-Valdez. “Todavía hoy queda mucha amargura”, dice Steve Rothchild, miembro de una asociación que vigila las actividades del sector de los hidrocarburos en el estrecho del Príncipe Guillermo, donde encalló el Exxon-Valdez.
Un cuarto de siglo más tarde, la ira de los lugareños contra Exxon, rebautizada en 1999 como ExxonMobil, permanece intacta. Para Rothchild, el grupo estadounidense no cumplió su promesa de “reparar enteramente el daño sufrido”. “Después del juicio, las personas recibieron apenas centavos y no los dólares que merecían”, recuerda.
En primera instancia, el gigante petrolero fue condenado a pagar $5,000 millones a 32,000 residentes y pescadores de la región. Pero en junio de 2008, la Corte Suprema rebajó el monto de la multa a $500 millones.
Exxon también gastó $2,000 millones para la limpieza de los 2,000 kilómetros de costas afectadas y de los fondos marinos.
Sin embargo, las poblaciones de arenque y salmón no se reconstituyeron totalmente y la pesca de ciertas especies está sujeta ahora a estrictas regulaciones.
Nacimiento de una conciencia ecológica
La marea negra “realmente hizo muy mal a las poblaciones locales”, se lamenta Angela Day, cuyo marido trabajaba como pescador en el pequeño puerto de Cordova, sur de Alaska, antes de tener que abandonar la ocupación.
“Él pescó durante 30 años, se crió con la pesca. En el momento de la marea negra, tenía dos barcos”, cuenta a la AFP. Según ella, el cataclismo de la marea negra devastó la economía local y provocó el consumo de “más alcohol, suicidios, más divorcios”.
Obligados a vender sus herramientas de trabajo para pagar las deudas, los pescadores perdieron su medio de vida. “Mi marido ni siquiera obtuvo la cuarta parte del valor de sus dos embarcaciones”, cuenta Angela Day, autora de un libro sobre el Exxon-Valdez.
Tras el derrame de petróleo la madrugada del 24 de marzo de 1989, tuvo lugar la “emergencia de una conciencia ecológica”, agrega. “La catástrofe incitó a las personas a preguntarse sobre la manera en la que buscábamos la energía”. La nueva legislación impuesta obliga a que todos los petroleros que transitan por el estrecho del Príncipe Guillermo tengan doble casco y estén escoltados por dos remolcadores.
Pero la naturaleza ha mantenido los estigmas. Aún se pueden encontrar restos de petróleo en calas aisladas. Un estudio llevado a cabo por Exxon en 2010 mostró que unas cincuenta playas tenían todavía rastros de hidrocarburos, un total de 2.5 kilómetros.
La mayoría de las especies, no obstante, logró sobrevivir a la catástrofe. “La bahía de Príncipe Guillermo tiene un ecosistema que funciona. El agua está limpia”, dice Rothchild. “La naturaleza es una cosa maravillosa, la naturaleza hace su trabajo, es capaz de regenerarse”.
© Agence France-Presse