Sebastopol, UCRANIA. “Sebastopol es una ciudad rusa”, grita la pensionista Zinaida Lazereva al lado de un grupo de señoras mayores que corean cantos guerreros de la época soviética en la plaza central de esta ciudad de Crimea. “Aquí hablamos ruso, tenemos una mentalidad rusa y queremos estar en Rusia”, explica Zinaida. A lo lejos pueden verse los buques militares de la flota rusa del mar Negro, amarrada en esta ciudad.
Ubicada en el suroeste de la península de Crimea, Sebastopol alberga la flota rusa del Mar Negro desde hace casi 250 años. Desde la destitución en Kiev del presidente prorruso Viktor Yanukovich, la ciudad se ha convertido en uno de los mayores focos de tensión en Crimea, un territorio de mayoría rusohablante.
En los últimos días, hombres armados, que según Kiev son prorrusos, han tomado el control de edificios oficiales en Sebastopol y han rodeado bases militares ucranianas en la península. El sábado, el Senado ruso autorizó una intervención militar en Ucrania.
“Los rusos no toman el poder, vienen aquí para salvarnos”, dice otra jubilada, Lidia Alexandrovna, luciendo los colores de Rusia en una placa sobre su chaqueta.
En la ciudad, mientras tanto, el ambiente es tranquilo. De un lado y de otro se ven corritos de gente charlando. En los edificios, las banderas rusas son mucho más numerosas que las ucranianas.
“Quieren quemar nuestras casas”
Influenciados tal vez por las televisiones rusas, que regularmente presentan a los manifestantes de Kiev como “fascistas”, muchos habitantes de Sebastopol ven al nuevo poder ucraniano como una amenaza. “Esos terroristas quieren venir a destruir nuestros monumentos y la historia de nuestro combate contra el fascismo”, afirma un exmiembro de las fuerzas submarinas, Vasily Gradsky.
“Quieren venir a quemar nuestras casas, y han dicho que colgarán a la gente que hable ruso”, añade. La preocupación por la lengua y la tradición cultural parece haber empujado a algunos a la acción.
Stanislav Nagorny, propietario de una tienda y ataviado con un pantalón militar impecablemente planchado, explica que la semana pasada se propusieron unas 5,000 personas para engrosar el grupo de autodefensa que representa.
“Viendo la reaparición del nazismo en el oeste de Ucrania y su llegada a hora a Kiev, uno no puede quedarse en su casa”, dice, aseverando que “nadie (le) paga por estar aquí”.
En una plaza en el centro de la ciudad, decenas de cosacos han venido desde la región rusa vecina de Kuban, con uniformes diversos y sus gorros tradicionales. “Siempre que nuestros hermanos rusos necesiten ayuda, vendremos a protegerlos”, dice su comandante, Serguei Savotin.
“Llegamos hace unos días, y nos quedaremos el tiempo que haga falta para trabajar con la policía y mantener el orden”, añade el comandante, mientras algunos colegas suyos intercambian apretones de manos y bromas con las fuerzas del orden locales.
Aunque a muchos habitantes les gustaría que Crimea se una a Rusia, otros no creen que haya que llegar tan lejos.
“No creo que terminemos uniéndonos a Rusia, pero sí que podríamos tener una mayor autonomía”, comenta Dina Toporskaya, una joven monitora de surf de unos veinte años de edad.
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