El Ágora / Cultura y sociedad

Bunbury en IV actos

Para conocer la trayectoria de un rockstar puede ser útil conocer a uno de sus fans, pero no el fan que solo oye sus canciones, sino uno de los que lo persigue, lo estudia y lo cuestiona, para poder explicarlo. Acérquese a Enrique Bunbury de la mano de Orus Villacorta, para que pueda disfrutar mejor el concierto de este sábado 22 de marzo en San Salvador.


Jueves, 20 de marzo de 2014
Orus Villacorta

El músico español Enrique Bunbury, durante el concierto del 30 de enero de 2014, en el Auditorium Nacional de México D.F. / Foto cortesía de OCESA.
El músico español Enrique Bunbury, durante el concierto del 30 de enero de 2014, en el Auditorium Nacional de México D.F. / Foto cortesía de OCESA.

Aquella noche del 19 de abril del 96 había sido incómoda, placentera y dolorosa. Dormir a la intemperie, en el pavimento de alguna calle mugrosa de San Pedro Sula no es precisamente lo más sugerido por los expertos de Lonely Planet. Eso más bien es menester de vagos e indigentes. Pero esa noche estaba orgulloso de haberme alistado en el batallón de los andrajosos y harapientos, los salvadoreños que vestidos de negro nos habíamos apropiado de la que hoy es la ciudad que más muerte se inyecta en sus venas.

¿Por qué una madrugada así iba a resultar placentera? Quizás porque los vagos invasores que no alcanzamos a pagar un pinche hotel de 150 pinches lempiras nos merendábamos la agonía de la noche recordando el espectáculo que horas atrás habíamos presenciado, el concierto de un grupo de rock por el que ajusticiamos a algún cuche petrificado en Ilobasco y así reclamar las pesetas, tostones y suegras de sus tripas; y también así, poder montarnos a la giba de un bus atarantado y viajar al recital del estadio Francisco Morazán. Todo por cumplir el desafío de no perdernos el espectáculo de rugidos de un tipo al que los que escuchan música con los ojos ya acusaban –y siguen acusando– de intentar imitar fallidamente a Jim Morrison.

¿Y por qué aquella madrugada iba a resultar también dolorosa? Muchos años después me daría cuenta de que aquel 19 de abril, en esa misma noche, mientras los harapientos nos revolcábamos en los placeres de la pobreza y, sobre todo, del fanatismo, la banda que nos había convocado había tomado la decisión de separarse. Estaban agotados de deshacer el mundo.

Aquel batallón de andrajosos tenía nombre. Éramos “El club oficial de fans de Héroes del Silencio en El Salvador”, fundado a comienzos de aquella década por “El Dumbo” y “El Hugo”, de quienes lamento no tener la precisión de recordar sus nombres como fueron inscritos en el registro civil. Por meses habíamos estado reuniéndonos en lugares como Metrosur o en hospicios para los que padecen de sed insaciable, como “El Pescador”. Formar parte de aquellas asambleas solo necesitaba del fiel cumplimiento de un requisito indispensable: ser fan de Héroes del Silencio, la banda de rock española integrada por Pedro Andreu, Joaquín Cardiel, Juan Valdivia y el león enjaulado por el que El Faro me ha pedido que escriba unas cuantas líneas previo a su regreso a El Salvador este sábado 22 de marzo.

Y esta es la parte en la que expongo una excusa barata: decir que años después formé parte de un grupo de rock dedicado a perfeccionar covers (“Eclipse”) y con el que realizábamos tributos a la H, la D y la S, solo serviría para sostener un argumento; decir que ya no me alcanzan los dedos de mis extremidades para contar las veces que he visto sobre una tarima a Enrique Ortiz de Landázuri Yzarduy sirve para darle cierto peso a la excusa barata; relatar que una noche tocábamos una canción llamada “La decadencia” en una discoteca de Quezaltepeque, mientras afuera desconocidos se agarraban a balazos, es útil para ponerle drama al argumento; y recordar que el periodismo me llevó a perseguir una pulpería en Nicaragua le da oficio a la excusa barata.

Y ese argumento –que en realidad es una excusa barata– es el siguiente: lo que van a leer a continuación no es “un artículo para valorar la trayectoria de Enrique Bunbury”, como me lo pidió El Faro. Esto, más bien, es un blow job de gacetilla rosa, casi colorada. Descarten al periodismo.

Acto III: un hijueputa en la pulpería

“Que se me hace que es mentira que toca bien esa guitarra…”, pensaba doña Luz Amanda Centeno. Un melenudo de sombrero y barba descuidada se había apoderado de la esquina de su pulpería. Llevaba varios días repitiendo el mismo ritual. Era 2003, año de rituales y de caos. Y aunque no es de importancia saberlo, ella no recuerda exactamente la fecha.

“Se sentaba en esa banqueta y se ponía a escribir sus cosas. Nadie lo reconocía”, me contó “Lucita”, como cariñosamente era conocida doña Luz. Siete años después visité el mismo lugar y a Lucita ya no le extrañó que le hiciera preguntas sobre ese tipo extraño. Para entonces ya sabía que el melenudo de la guitarra era Bunbury. Y sabía, sobre todas las cosas, que Enrique le había escrito una canción, que ella era una de las pocas mujeres con la capacidad de jactarse de haber sido musa para el artista español, aunque no de la forma que otras lo desearían. “Si pudiera volver a hablar con él, le agradecería mucho que haya hecho esa canción de la pulpería. Pero también le reclamaría que nunca me dijera quién era realmente”, me contó en algún momento Lucita, entre muchas cosas más, cuando por fin di con el epicentro de aquella canción.

Y es que en 2004 fue publicado un disco llamado “El Viaje a ninguna parte”, que encapsula en 19 canciones la impresión que Bunbury tuvo de una de sus incontables travesías, la que lo llevó a recorrer varios destinos latinoamericanos, entre ellos Nicaragua. Para aquel disco, el aragonés pintó al país de los lagos y volcanes en canciones como “Que tengas suertecita”, “Palo de mayo” y, sobre todo, “La pulpería de Lucita”.

En 2007, Bunbury me aclararía en una entrevista que la mitad de “El viaje a ninguna parte” fue concebida en un éxodo que lo llevó a recorrer Nicaragua “de punta a punta”. La otra mitad fue parida en Perú. Me contó también que las maquetas de “Radical sonora” –banderillazo a cuadros en forma de disco y que dio vida a su carrera como solista– se grabaron en Guatemala. Y también me contó que recuerda algunas cosas de El Salvador, como el haberse perdido en el camino (¿del exceso?) por andar visitando unas ruinas mayas y haber estado a punto de poner en aprietos el único concierto como solista que hasta la fecha ha ofrecido en el país de los vagos y harapientos que requieren de sus canciones más que comer. Aquello, ya en un lejano 5 de marzo de 1998.

“El viaje a ninguna parte” es, por si a alguien todavía le quedara la duda, un disco que descubre al carácter errante de este aragonés, algo que ya fue evidente desde 1993, cuando Héroes del Silencio publicó “El espíritu del vino”, un disco en el que el aporte de Bunbury fue parido tras la experimentación sensorial de un viaje a la India y Nepal. Sirve para entender que no es posible describir a este artista sin imaginarlo con una valija magullada y un pasaporte al que se le agotan las hojas. Y aunque pareciera que aquello fuera la proyección de una imagen muy convenientemente, en Nicaragua me di cuenta de que tiene su buen trozo de realidad. Por ejemplo, los invito de vuelta a los pies de la Laguna de Apoyo:

En Masaya, pequeño pueblo pegado a la capital nicaragüense como una garrapata a la res, cuentan que Enrique se escondía del mundo en el Hospedaje Masayita, una suerte de pensión en extremo humilde y que se encuentra ubicada en la esquina opuesta de la Pulpería Lucita. Una noche ahí valía 100 córdobas (cerca de 4 dólares) hace tres años. En 2003, seguro menos. Cuentan que cuando Bunbury volvía a la madriguera, demasiado avanzada la noche, la administración del Masayita ya no le quería abrir la puerta de acceso. Cuentan que aporreaba la entrada y que debido a esto, doña Socorro Páramo, la anciana que administraba la posada, le obsequiaba unos estridentes regaños masayenses. Aquello no está en canción. Solo se cuenta en Nicaragüa como “cuando dicen que dicen que vieron pasar...”

En Managua conocí a Sergei Cáceres, cantautor nicaragüense y muy fan de Bunbury. Él me aseguró que había conocido a Enrique en aquellos años. Incluso conservaba una fotografía que así lo demostraba y recordaba la fecha exacta, un 6 de febrero de 2003. Me contó cómo le temblaban la piernas cuando, luego de haber escuchado el rumor de la presencia de su ídolo, por fin lo ubicó en una tienda de discos. Sergei le pidió que le firmara sus discos y, después de un rato, este accedió. Recuerda que Bunbury compró muchos discos de música nicaragüense. Sergei recuerda también que su emoción comenzó a ser tan evidente, tan incontrolable, que de pronto se le acercó un empleado de la tienda para preguntarle: “¿Y quién es ese hijueputa?”

Me reí con esa historia. Y sigue dándome gracia. Después de haberle seguido la pista por 25 años, bien podría contestarle que el hijueputa es un aspirante a payaso de la cara blanca, un freak nacido en Aragón en 1967, propenso a pescar buenas canciones en una carretera que lo llevó desde los lujos londinenses de la vida de un rockstar hasta los excesos en Katmandú, de vuelta a una mesa repleta de vasos vacíos y limones exprimidos en Masaya hasta anclarse en una vida doméstica y californiana. Se trata de un tipo que le robó el seudónimo a una chica llamada Eva y a Óscar Wilde. Un hijueputa que se va de pesca en un bote salvavidas para rogar por rescates en tiempos de tormenta, y que pese a bogar contra corriente, casi siempre cuenta con viento a favor.

Acto II: El camaleón de Aragón

«Nunca te acerques a Bowie con unos zapatos nuevos.
 Al día siguiente los llevará él y todo el mundo creerá que se los has copiado»
—Mick Jagger.

 

Si Bunbury recibiera una beca en la escuela de Charles Xavier (de los X-Men), y si pudiera elegir un poder mutante, lo más probable es que optaría por el de Mystique: la capacidad de cambiar de forma a su antojo y adoptar el cuerpo y la voz de otras personas.

Claro, no sería el primero. David Bowie, uno de sus grandes ídolos (al grado que Enrique incluso bautizó como “Bowie” a un gato que tuvo como mascota) lo hizo por siglos antes de que Bunbury apenas tocara la guitarra en un grupo llamado Apocalipsis (1980), la batería en Rebel Waltz (1981), el bajo en Proceso Entrópico (1983) y la garganta en Héroes del Silencio.

Si el Acto III trataba sobre entender a Bunbury a través del viaje, el Acto II trata sobre entenderlo a través del cambio. Este es un tipo que, pese a sugerirnos que siempre apostemos por el rocanrol, decidió abandonar a la que quizás fue –y ha sido– la agrupación de rock hispano parlante más importante de la historia. Y la dejó para convertirse en un Spice Boy electrónico de uñas pintarrajeadas y cabello corto, un trapecista de la anorexia. El cambio era la liberación que trazaba la nueva ruta a seguir, la de futuras personificaciones entre canciones originales y versiones.

Aquel fue el último Bunbury que se paseó por El Salvador, el de “Radical Sonora”. Pero ya pasaron 16 años de aquello. Mutaciones más, mutaciones menos, el cambio ha sido la constante. La etapa electrónica –que aún incluía composiciones desde la óptica de grupo– dio paso a la etapa mediterránea (“Pequeño”), al rock multigenético (“Flamingos”), al cabaret, al folk, al corrido norteño y al que domina sus más recientes discos: el rock americano de fuertes influencias western. Y todas estas últimas etapas, a partir del disco “Pequeño”, han sido creadas en composiciones a través de la óptica de autor.

Nombres propios (y ajenos) han sido objeto de la abducción bunburiana. La lista es inmensa cuando se habla de un tipo que compra discos como José Luis Torrente compra putas. Y con el riesgo de quedarme cortísimo, los siguientes quizás serían los trascendentales, con la invitación subsecuente a escuchar esas canciones desde la óptica del gen portador: José Alfredo Jiménez (“El jinete”, “Por un malnacido”, “El hijo del pueblo”, “Infinito”), David Bowie (“Principiantes”, “Las consecuencias”, “El cambio y la celebración”), Bambino (“El extranjero”), Leonard Cohen (“Who by fire”, “Todo”, “Y al final”, “El Aragonés errante”), Johnny Cash (“Canción cruel”), Tom Waits (“Broken bicycles”, “La chica triste que te hacía reír”, “De esclavitud y de cadenas”), Raphael (“Desmejorado”), Bob Dylan (“Yo quiero ser como tú”, “El rumbo de tus sueños”, “Los Habitantes”), Elvis Presley (“Crawfish”, “Bellísima”, “One, two, three”) y The Beatles (“Come Together”, “Watching the wheels”).

Fue hasta 2007, cuando aprovechando la visita de Enrique Bunbury y Nacho Vegas a México para una serie de pequeños conciertos en presentación del disco que grabaron como dueto (“El tiempo de las cerezas”), comprendí un poco la razón que empuja al Camaleón de Aragón a no mutar su piel por antojo. Entendí que lo hace por necesidad, la necesidad de no repetirse. Y la necesidad de entender al cambio como oportunidad de aprendizaje. Y por eso me dijo lo que me dijo:

“Sí, por un lado tengo un poco de... miedo a repetirme. Hay muchos artistas que se basan en la repetición. El sonido de los Smiths es un sonido muy claro que se configuró un poco a lo largo de esos álbumes, con pequeños matices y variaciones, pero es un sonido muy concreto. Incluso el sonido Rolling Stones es con tres o cuatro variantes. Es una cosa así como que a los Stones no los puedes imaginar sonando de otra manera. Y me parece bien. No sé, a mí me gustan los cambios por el aprendizaje. Espero que mi próximo disco sea una sorpresa para mí y ojalá para los oyentes”.

Fotografía de Enrique Bunbury junto a Nacho Vegas durante entrevista realizada por Orus Villacorta en México, en 2007, durante la gira de
Fotografía de Enrique Bunbury junto a Nacho Vegas durante entrevista realizada por Orus Villacorta en México, en 2007, durante la gira de 'El tiempo de las cerezas'. / Foto de Orus Villacorta.

Acto I: el letrista acusado

Enrique Bunbury no comprende la obra de un disco como completa en el espectro de los placeres si no está redondeada por unos buenos textos. Así lo explica en el libro “Diván. Conversaciones con Enrique Bunbury” (escrito por Javuer Losilla), cuando la única crítica que ve posible apuntar a Elvis Presley (una de sus mayores influencias) es la de una discutible vacuidad en los textos, parte inherente del rocanrol. En ese mismo libro, publicado hace 14 años, Bunbury se define como un lector compulsivo pero muy poco metódico. Describe a los primeros discos de Héroes del Silencio como discos que hablan de relaciones donde quizás fuera necesario conocer a la persona de la que se habla, pero tampoco lo veía como estrictamente fundamental. Describe a “El espíritu del vino” como un disco complejo, un disco confuso, con referencias a libros y sueños en los que se había sumergido. Y a partir del siguiente álbum, “Avalancha”, Bunbury describe al letrista interno en un intento de concreción, que se aleja de metáforas y simbolismos.

Desde entonces y hasta la fecha, las letras de Bunbury han pretendido huirle a la pretensión. Por eso se comprende la falsa modestia de frases como “Nos quedan canciones que llenen los corazones… Sobre todo las de los demás” (que aparece en “Los restos del naufragio”).

La cosa entonces pasa por comprender a algunos de los personajes recurrentes de sus textos. Por ejemplo, el de las mujeres. Una de ellas es Nona Rubio, la periodista aragonesa con la que se casó en el año 2000, matrimonio que apenas duró un año. O la actriz y modelo italiana Benedetta Mazzini, inspiración de canciones como “Salomé”, “Lady blue” o “No me llames cariño”. Y finalmente, el caso de la fotógrafa Josefa Gómez (conocida como Jose Girl), la actual esposa del cantante, con quien comparten una hija llamada Asia Ortiz.

Cuando le pregunté acerca del papel que juegan las mujeres en sus canciones, Enrique me contestó lo siguiente:

'Creo que hay muchas de las canciones que parece que hablas exclusivamente de una mujer y tienen otro trasfondo. Incluso hay canciones que simplemente utilizas el género femenino para hablar de otras circunstancias de tu vida. Digamos que pones enfrente un espejo que realmente es la persona que puedas tener más delante, es una mujer con la que has roto, no has roto o tienes una relación, pero a través de ella haces unas reflexiones, como en el caso de (la canción) ‘Los restos del naufragio’. Ahí realmente lo de menos es la ruptura y lo de más es la importancia de las cosas que te importan en un momento dado. También te diría que ‘Sácame de aquí’ yo nunca la pensé sobre una mujer. Nunca la hice pensando en una mujer. O ‘Puta desagradecida’ tampoco es una relación con una mujer concreta. Es una canción que habla del desencanto y del enfado que produce una serie de traiciones en tus relaciones personales. Creo que, bueno... En ‘Encadenados’ hay mucha fanfarronería... Hay canciones que yo no considero exactamente como canciones de mujeres, pero sí que durante una época, especialmente en ‘Flamingos’ y en ‘El viaje a ninguna parte’, ahí hay un momento clave en mi vida que provocó un mogollón de canciones... Me surgieron muchas canciones en las que, independientemente de que estuviera hablando de otra serie de cosas, aparecía esa referencia constantemente a... a unas circunstancias personales. Creo que en general no sería justa la visión de las mujeres en mis canciones porque en mis canciones casi siempre aparecen las mujeres en los momentos en que se vuelven protagonistas por un abandono o por una relación enfrentada o triste. No creo que esa sea ‘mi visión de las mujeres’. Hay una parte que es sobre la que menos se escribe normalmente, o yo escribo menos, que es la parte gloriosa”.

El Acto I, que intenta explicar a Enrique Bunbury a través de sus textos encuentra un punto de curiosidad especial para los nuestros: la canción “Que el amor no admite cuerdas reflexiones”, cuya letra está basada en un poema del nicaragüense Rubén Darío. Y es que el alimento que incentiva a la composición de Bunbury no es materia exclusiva de los sonidos de sus ídolos. También radica en las letras de sus ídolos. En 2008, Bunbury fue señalado de haber plagiado frases íntegras en algunas de sus canciones, en especial del tema “El hombre delgado que no flaqueará jamás”, en alusión al trabajo del mismo nombre del poeta madrileño Pedro Casariego Córdoba. En la puntualización que sirvió como defensa de aquel episodio, Bunbury publicó un comunicado que da luces acerca de la fuente de la que mama a la hora de cosechar los textos que engargolan sus canciones. Un extracto de aquel comunicado decía lo siguiente:

“No voy a negar que haya utilizado dos frases de Casariego (grandísimo poeta, por cierto) extraídas de dos poemarios. Igual que utilizo mi libreta para apuntar comentarios realizados a altas horas de la noche, frases de Humphrey Bogart en películas de cine negro, extractos de la sección de sucesos, titulares simpáticos de periódicos económicos, conversaciones privadas o panfletos publicitarios. A lo largo de la historia de la música popular, grandes y desconocidos escritores de canciones han realizado prácticas similares recogiendo frases de canciones tradicionales y realizando nuevas y muy diferentes creaciones. El folk, el blues, el country esta impregnado de esa costumbre y nos han dado placer para nuestros oídos a lo largo de los últimos cien años. Posteriormente, artistas como (y me parece mal citarlos, pero hay libros enteros dedicados a señalar de dónde vienen sus mejores canciones) Dylan, Cohen, Lennon, Van Morrison, han utilizado libros sagrados como la Biblia, la Kábala, el I Ching, el Tao Te king, o a poetas incuestionables como T.S. Elliot, Dylan Thomas, Edgar Allan Poe, Shakespeare..., o la prensa diaria para contarnos sus inquietudes y crear sus canciones”.

No será esta la única fuente de la que se alimenta el letrista acusado de plagio, pero el incidente sirvió para que, en su descarga, nos aclarara un poco de dónde viene una parte de lo que nos cuenta en sus canciones.

Este próximo sábado, Enrique Bunbury ofrecerá en El Salvador un concierto más de la actual gira
Este próximo sábado, Enrique Bunbury ofrecerá en El Salvador un concierto más de la actual gira 'Palosanto Tour'. / Foto cortesía de OCESA.

Acto cero: Palosanto Tour

Este próximo sábado, Enrique Bunbury ofrecerá en El Salvador un concierto más de la actual gira: “Palosanto Tour”. Ya el Acto II explica un poco acerca de porqué las cosas cambian. Sin embargo reservé al final un espacio para “Los Santos inocentes”, el grupo que acompaña a Bunbury desde que retomó su carrera solista, terminado el proyecto con Nacho Vegas y el regreso fugaz para cerrar el círculo con Héroes del Silencio.

Con la banda que actualmente lo acompaña grabó “Hellville Deluxe”, “Las Consecuencias”, “Licenciado Cantinas”, “Gran Rex” y “Palosanto”. Todos esos discos llevan un sello, un sonido western que lo aleja de lo que antes producía con la banda de sus primeros discos solistas: “El huracán ambulante”, que abordaba más hacia el sonido de Nueva Orleans, entre muchas influencias más.

El grupo que verán el próximo sábado ha hecho grandes arreglos al sonido de aquellas canciones, ahora ya clásicas. El trombón, el violín y la trompeta han caído en batalla. Han sido reemplazados por dos guitarras feroces, lo que convierte al espectáculo de Bunbury en una apuesta con momios a favor hacia el rocanrol. Gana más la garra y pierde la sutileza. Un poco similar a los dos lados de la luna que se perciben en “Palosanto”, y que el mismo Bunbury explica a través de su página web:

“Palosanto es un disco coral. En él coexisten, metafóricamente, muchas voces. Muchas opiniones. No defiende una sola posición o posibilidad. Estoy a favor y en contra de lo que sostiene. Depende del día y la hora (…). Divido el álbum en dos partes: La primera, musicalmente más digital y tecnológica, abarca el inicial entusiasmo, el cinismo de algunos, la desesperación y negatividad de otros y la lógica conclusión de que ninguna revolución triunfó sin derramamiento de sangre. La segunda, musicalmente más orgánica, es la mirada hacia el interior: el verdadero cambio sólo es posible en un círculo mínimo de amistad o de pareja, la validez y actualidad de la cosmogonía indígena, y la conclusión final de que el verdadero cambio empieza y acaba en uno mismo y que todo cambio, o es verdaderamente espiritual, o no lo es”.

Y eso fue lo que presencié en un concierto de la gira, en febrero pasado, en el Auditorio Nacional de la Ciudad de México. Bunbury presentó a su disco mimado en la actualidad, aunque de reojo ya estará coqueteando con lo que venga en el futuro. “Palosanto” será la línea principal también este sábado, pero los que prefieran un repaso por tantos años de ausencia en nuestro país encontrarán reconfortante saber que el espectáculo actual también tiene guiños para ellos. Rescatar rarezas como “Contracorriente”, canciones de la etapa Héroes o complacer peticiones usuales como “El rescate” hace del concierto una experiencia pocas veces vista en El Salvador, ya sea para fans como para curiosos fortuitos. Sea cual sea el caso, seguro lo disfrutarán.

El escenario del concierto en el Auditorium Nacional de México D.F. del 30 de enero de 2014 es el mismo que traerá a El Salvador el próximo 22 de marzo. / Foto cortesía de OCESA.
El escenario del concierto en el Auditorium Nacional de México D.F. del 30 de enero de 2014 es el mismo que traerá a El Salvador el próximo 22 de marzo. / Foto cortesía de OCESA.

 


 

* Orus Villacorta, periodista y músico salvadoreño radicado en México, D.F. desde 2006.

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