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La historia de dos mujeres que participaron en la guerra salvadoreña

'Su nuevo compañero, como hombre, tiene todo el derecho de tomar las decisiones del hogar' dice 'Una mujer que un día anduvo en las montañas con una radio en una mano y un rifle semiautomático en la otra ...'. Las dos historias de vida que nos relata Jocelyn Viterna ilustran el argumento que presentó en su artículo 'Mujeres en la guerra: Quiénes ganan, quiénes pierden' publicado el 24 de febrero de 2014.

Lunes, 3 de marzo de 2014
Por Jocelyn Viterna *

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Artículo | Mujeres en la guerra: Quiénes ganan, quiénes pierden | Por Jocelyn Viterna 

Roxana tenía nueve años, ella no comprendía cuando los otros niños en su pequeño caserío comenzaron a llamarla Sandinista. Tenia una noción vaga de que sus padres eran organizadores de un movimiento llamado FECCAS, pero tenía poca idea de lo que pasaba en esas reuniones. Sin embargo, recuerda con absoluta claridad la noche cuando por causalidad escuchó a sus padres hablar sobre la necesidad de salir dejando atrás sus pertenencias y de huir de la casa porque habían recibido amenazas a muerte. Era el año 1981; tenia trece años de edad. Recuerda que fue muy doloroso lo que escuchó. 

'Les pregunté … si debía ponerme mi ropa nueva. Cualquiera—tú decides,' respondieron. Entonces me puse mis dos vestidos mejores y mi par de zapatos nuevos, unos 'Miss ADOC' que eran súper caros, ¡costaban cinco colones! Luego vestí a mi hermana pequeña…"

Roxana recuerda la gran dificultad de las noches siguientes. Tenía frío, estaba mojada y  exhausta de caminar, y los mosquitos la picaron ferozmente.  Le rogó a sus padres que regresaran a casa, pero sólo le dijeron que se callara, porque sus quejas podían alertar a los soldados de su presencia. Unos cuantos meses antes, en su propio vecindario, ella había visto a soldados que golpeaban a mujeres ancianas hasta matarlas, por lo que rápidamente se convenció de permanecer tranquila en silencio.

Tal como estaba previsto, Roxana y su familia pronto se unieron al ejército insurgente del FMLN y pasaron los tres años siguientes viajando con el Frente como 'gente de masa', nombre coloquial que se daba a los civiles que vivían junto a la guerrilla. Su madre atendía a los enfermos y a los heridos en el campamento permanente del FMLN, y su padre se hacía cargo de los heridos que viajaban con las unidades armadas. Roxana ayudó con sus hermanos menores y con el trabajo médico, asistió a entrenamientos sobre cómo sobrevivir y participar en la guerra como “milicias” civiles.

En 1984, los cambios en las respuestas internacionales a la guerra civil Salvadoreña obligaron al FMLN a adoptar tácticas mas tradicionalmente asociadas con la guerra de guerrillas. En lugar de mantener grandes concentraciones de guerrilleros, el ejército rebelde comenzó a utilizar pequeñas unidades móviles de 5 ó 6 personas para lanzar ataques sorpresa contra el enemigo y luego retirarse rápidamente. Este cambio hizo imposible mantener una gran población civil cerca de sus campamentos de base, por lo que el comando del FMLN ordenó el traslado de ancianos y de mujeres con hijos a campamentos de refugiados. La madre de Roxana y sus dos hermanos menores se fueron en un camión a uno de esos campamentos.  Sin embargo, Roxana y su hermana se quedaron con el FMLN, eran demasiado mayores para ir a los campamentos de refugiados. “Ya no era permitido quedarse con tus papás,” explicó.  A los 16 años se separó de su familia y la enviaron a recibir entrenamiento formal como médico de guerra.

Durante los ocho años siguientes Roxana se convirtió, según sus propias palabras, en  “una excelente enfermera, una de las mejores”. Pronto la asignaron a trabajar con la unidad móvil de las fuerzas especiales del FMLN, un nombramiento prestigioso, pero también uno de los más letales en la organización. Llevaba un arma y la usó cuando fue necesario. Durante esos ocho años tuvo cuatro compañeros diferentes, (compañeros de vida), los primeros tres murieron en batalla. Dio a luz a una hija en diciembre de 1987, y en enero de 1988 la puso en una guardería para hijos de combatientes ubicada en San Salvador. Roxana solicitó traslado a los comandos urbanos para poder visitar a su hija una vez cada quince días mientras mantenía su trabajo con el FMLN. Sin embargo, en 1989, cuando se acercaba la “ofensiva final”, dejó a su hija de un año con su madre y regresó al campamento guerrillero para asumir el mando de un hospital de campaña. Se quedó en esa posición, lejos de su hija, hasta que terminó la guerra en 1992. Luego fue desmovilizada formalmente a través de los acuerdos de paz auspiciados por las Naciones Unidas, recibió tierras, un préstamo y capacitación en producción Agrícola a cambio de su participación.

Hoy, Roxana vive en un pequeño caserío lejos de su hogar de infancia. Dirige la sede regional de una prominente organización feminista en El Salvador. Se ha desempeñado en varias ocasiones como miembro de la Junta Directiva de su Comunidad y fue elegida como miembro del FMLN (ahora partido político) del Concejo Municipal de su municipio. Ella y su esposo, un miembro de la policía local, comparten las tareas y gastos del hogar. Debido a sus apretadas agendas han contratado a una joven para que les ayude con las tareas domésticas. Claramente es líder en la política local, respetada tanto por hombres como por mujeres. Roxana atribuye directamente sus capacidades de liderazgo a sus experiencias durante la Guerra: 'Las mujeres hicimos mucho en la guerra. ¿Como es posible que después de los acuerdos de paz, en un clima más tranquilo, no seamos capaces de hacer más?'

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Rebeca no recuerda la vida antes de la guerra. Cuando tenía tres años su familia comenzó a moverse entre su caserío natal y el monte. Cuando le pregunté qué hacían en el monte, me respondió con una palabra propia de los salvadoreños: Guindeábamos, que aproximadamente significa, “estábamos caminando constantemente para huir del enemigo.” 'Viajábamos con la guerrilla a nuestro lado', continuó. 'Ellos nos protegían. Nos cuidaban.  Había veces que estuvimos ahí por diez días y luego tuvimos que regresar a casa, porque los soldados (salvadoreños) estaban desalojando a toda la gente de esas zonas.'

Durante cinco años estuvieron viajando de ida y vuelta entre su casa y los seguidores que vivían 'pegados' a los guerrilleros del FMLN. Sus padres apoyaron a la guerrilla, tanto desde su casa como desde el campamento guerrillero, cocinando o buscando suministros. Sus cuatro hermanos mayores y su hermana mayor se unieron formalmente a la guerrilla y los enviaron a combatir a otras zonas. Finalmente, en 1985, el FMLN envío a Rebeca y a sus ancianos padres al campamento de refugiados en Honduras, siguiendo las mismas órdenes de la guerrilla que habían trasladado los padres de Roxana a un campamento. A diferencia de Roxana, Rebeca era lo suficientemente joven para ir con sus padres; en ese momento no se esperaba que se uniera al FMLN.

Rebeca tenía suficientes alimentos en el campamento. Ya no tenía que huir para salvar la vida cuando los soldados se acercaban a la comunidad. Incluso asistió a la escuela con regularidad. Sin embargo, después de una infancia cambiando continuamente de lugar ante la presencia del enemigo, el campamento de refugiados hizo que se sintiera atrapada, insegura. Comenzó a albergar la idea de retornar a El Salvador y unirse a la guerrilla como su hermana mayor, a quien idolatraba — idea de que los reclutadores del FMLN que vivían en el campamento alentaban regularmente. Una noche, después de que soldados Hondureños rodearon el campamento y pasaron horas intimidando a los refugiados disparando al aire y amenazando con entrar y violar a las muchachas, Rebeca decidió regresar a El Salvador y luchar con el FMLN.  Regresó con un grupo formado por cuatro chicas y dos chicos entre las edades de 12 y 16 años. Rebeca tenía 11 años, era la más joven, había estado en el campamento de refugiados solamente un año.

En el FMLN, Rebeca estaba encargada de operar la radio en una unidad de combate. Estaba orgullosa de haber sido seleccionada como operadora de radio en su primer trabajo debido a las habilidades que había demostrado durante su primer entrenamiento. A la mayoría de las jóvenes se les enviaba primero a ayudar en la cocina antes de trasladarlas a un trabajo mas prestigioso como operadora de radio. Rebeca menciona que estuvo en combate casi todos los días y que gozaba de sus experiencias. Cuando le pedí que compartiera conmigo su experiencia favorita en los campamentos de la guerrilla, respondió, 'ir a combatir… me gustaba mucho cuando me enviaban en una patrulla, ya ves, para enfrentar a los soldados. Me gustaba pelear. No tenia miedo.' Cuando le pedí que compartiera conmigo su peor experiencia, se esforzaba pensando en algo. '¿Mi peor experiencia?' repitió, haciendo una pausa. 'No puedo pensar en ninguna,' concluyó finalmente resolviendo el asunto con total naturalidad.  'Vivíamos juntos como una familia… cuando no había operaciones militares en la zona, nos divertíamos mucho, simplemente jugábamos unos con otros. Gozamos mucho ahí …"

Rebeca conoció a su primer compañero en el campamento, en 1990, dejó brevemente la guerrilla para dar a luz a su primer hijo. Dos meses después dejó a su bebé con sus suegros en un caserío repoblado en El Salvador y regresó a los campamentos del FMLN. Su primer compañero murió poco después y en ultima instancia los padres de él criaron a su hija.  Rebeca permaneció en el ejército guerrillero hasta que se firmaron los acuerdos de paz en 1992. Mientras estaba en la guerrilla se enteró de que sus cinco hermanos habían muerto en combate. Cuando pasó por el proceso formal de desmovilización, recibió un préstamo y capacitación agrícola, pero de acuerdo con  la ley salvadoreña era demasiado joven para tener derecho a un título de propiedad. A pesar de la pérdida de sus hermanos y de su primer hijo, sigue convencida de que la guerra fue necesaria y se siente orgullosa de haber desempeñado un papel activo en la lucha por la justicia. Cree que su vida se hizo mas fácil cuando se unió a la guerrilla, y está contenta de que 'por lo menos algunas personas que no tenían donde vivir, ahora tiene un donde vivir porque recibieron tierra. Estoy plenamente conciente de ello.'

Hoy en día es difícil imaginar a Rebeca luchando con valentía en la batalla contra los soldados del estado. Ahora se dedica únicamente a criar a sus dos nuevos hijos y a las responsabilidades de las tareas domésticas. Se refiere al trabajo doméstico como su obligación como mujer. No participa en organizaciones o actividades de la comunidad. Asegura no tener interés político de ningún tipo. Cree que su nuevo compañero, como hombre, tiene todo el derecho de tomar las decisiones del hogar. Y no cree que es especialmente importante que el gobierno abra espacios políticos a las mujeres. Una mujer que una día anduvo en las montañas con una radio en una mano y un rifle semiautomático en la otra, en la actualidad rara vez va mas allá de su casa de ladrillo de dos habitaciones.


* Jocelyn Viterna es Profesora Asociada en el Departamento de Sociología de la Universidad de Harvard. Su último libro es Women in War: The Micro-processes of Mobilization in El Salvador (Oxford Studies in Culture and Politics, 2013).

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