Opinión /

Intolerancia


Domingo, 16 de febrero de 2014
Carlos Dada

Es muy sano que la definición de la presidencia haya requerido de una segunda vuelta, porque aquel que gane sabe ya que no ha contado con un apoyo mayoritario y por tanto tendrá que asumir en un espíritu mucho más conciliador y concertador que si hubiese arrasado en la elección de febrero. Pero la segunda vuelta ha alargado por más de un mes la tensión política que ha convertido a El Salvador en un territorio recorrido por la intolerancia.

Entre la prepotencia de un sector de la izquierda que, obsesionado por enterrar a Arena, ha sufrido una amnesia de principios y no concede ni siquiera una crítica a la vergonzosa actuación del presidente Funes en estos meses o un cuestionamiento sobre los negocios del Alba; y la desesperación de la derecha que quiere responsabilizar a los electores del desastre de su propio partido o culpar a la izquierda del nefasto manejo de los problemas del expresidente Flores; por estos días parece inútil esgrimir argumentos o plantear cuestionamientos serios a uno u otro lado, porque nadie parece dispuesto a escuchar. Estos son momentos de combate, no de reflexiones. O estás conmigo o estás con el enemigo. Es el baile de la intolerancia. El país dividido entre Ellos y Nosotros.

Lo que desata esta intolerancia no es, desde luego, simplemente un asunto sobre quién va a gobernar. Ni siquiera es ideológico –hoy ni Arena ni el Fmln tienen un proyecto ideológico. Tienen uno político y económico-. Es una intolerancia forjada por un doloroso pasado que hemos pretendido enterrar escondiéndolo bajo la alfombra.

Hace unos días me encontré con una señora cuyo hermano fue asesinado por la guerrilla. “Un zootecnista que no se metía con nadie”, me dijo. Entonces me intentó explicar la actual situación: “Es que aquí lo que hubo fue una lucha de clases. Ellos sembraron mucho odio”. Ellos. Los que no son Nosotros. Comprendo su dolor y no pretendo, porque sería inútil, hacerla que cambie de opinión. Pero tampoco quise quedarme sin responder a su frase. No, señora, le dije. El odio ya estaba sembrado. “Ellos” fueron una predecible reacción a lo que les venían haciendo los otros Ellos.

No es distinto desde la otra trinchera. Reclamar públicamente los gastos de publicidad del presidente Funes nos ha provocado en El Faro una tormenta de comentarios en los que nos acusan de aliarnos con Arena, de servir a los intereses de Norman Quijano, de habernos vendido a su campaña. Suelen venir de los mismos que eufóricos nos aplaudieron cuando publicamos la investigación sobre el asesinato de monseñor Romero o cuando criticábamos con firmeza la intromisión con fondos públicos del gobierno de Elías Antonio Saca en la campaña presidencial de 2009. Son los mismos que querían apedrear a Funes cuando este humilló públicamente a Salvador Sánchez Cerén tras su visita a Caracas. Son los mismos que hoy, viendo en la elección presidencial la reivindicación de causas largamente anheladas, reaccionan visceralmente ante cualquier crítica. La intolerancia se ha apoderado del país.

La principal responsabilidad, es obvio, la tienen los liderazgos políticos. Desde un presidente incapaz de asumir con estatura su rol de jefe de Estado en una campaña electoral, incapaz de hacer de todos los ciudadanos, como le manda la constitución, un Nosotros, es el primero en levantar la proclama contra Ellos. A toda hora, por todas las vías, con todos nuestros fondos.

Los partidos políticos bailan todos en el mismo salón. Arena contra el Fmln. El Fmln contra Arena. Partidos que se han nutrido, a veces más unos y a veces más los otros, de esa aberrante polarización. Síganlos en twitter. Escuchen sus discursos. Midan sus reacciones viscerales, sus declaraciones que ocultan sus propios pecados, que olvidan convenientemente cómo y dónde estaban hace cinco años, hace diez años.

Piénsenlo por un minuto: ¿Cuáles eran los discursos del Fmln oposición en la Asamblea? ¿qué reclamos hacía? ¿qué principios esgrimía? Y Tony Saca, ¿qué hacía en campaña? ¿cómo administraba Arena? ¿qué decía del Fmln y qué decía de él el Fmln? Y Arena, ¿cómo utilizaron los recursos del Estado para sembrar el miedo a la izquierda? ¿cuánto atropellaron con sus espurias alianzas parlamentarias la discusión sobre importantes leyes para el país? ¿cuánto captaron recursos de todos lados y abusaron de los programas de gobierno para sus campañas? ¿Y Gana? No. Gana no existía. Era parte de aquella misma Arena. De la misma contra la que el Frente reclamaba un poco de decencia en la Asamblea y mucha transparencia en el Ejecutivo.

La intolerancia que muestran ahora tiene poco que ver con principios. Ya demostraron fehacientemente que no los tienen.

Esta intolerancia, esta eterna distinción entre Ellos y Nosotros, no permitirá que se forje una nación. Una apenas dividida entre los que deben rendir cuentas y los que ejercen su derecho a exigirlas. Entre gobernantes y gobernados. En la que los fanatismos den paso a la discusión de ideas y proyectos para mejorar la vida de los nacionales. En el debate de las diferencias, con respeto y con apego a la ley. En el que las diferencias aporten en vez de paralizar. Pero eso depende, como casi todo, de la voluntad de unos políticos que no han demostrado hasta hoy tener sentido de responsabilidad sobre los asuntos de la nación. La realidad terminará imponiéndose, como siempre. Ojalá actúen con madurez y se adelanten al desastre.

Pero viene ya la elección. Y si hay algo que rescatar de esta segunda vuelta es que, debido a que ninguno de los candidatos obtuvo el apoyo de la mayoría de la población en la primera vuelta, saben que tendrán que dialogar. Que el país no aguanta más. Salvador Sánchez Cerén ha sido el primero en admitirlo, tendrá que dialogar con Arena. Lo ha seguido Norman Quijano, prometiendo que si gana se sentará directamente con el Fmln. Ojalá, gane quien gane, eso comience a suceder el mismo 9 de marzo. Y que lleguen a un primer acuerdo: combate conjunto a la corrupción. Venga de donde venga. Porque la corrupción no distingue partidos políticos. No excluye. Es muy, muy, muy tolerante con las diferencias políticas. Y es la única a la que, visto lo visto, le abren la puerta en ambos partidos.

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