Pijijiapan, Chiapas, MÉXICO. “Queremos saber qué fue lo último que le dijo, por qué fue que se negó a comer. Yo digo que, estando allí, lo que quieres es sobrevivir. No puedo creer que se haya negado, tenía buena salud”, dijo a la agencia AFP Romeo Córdoba Ríos, hermano de Ezequiel, el joven mexicano que naufragó junto al pescador salvadoreño José Salvador Alvarenga en diciembre de 2012.
Desde la humilde casa que comparte con sus padres y otros ocho hermanos en El Fortín, en el municipio de Pijijiapan (estado de Chiapas), Romeo explicó que Ezequiel, que tenía 24 años, no conocía directamente al salvadoreño y fue por un acuerdo de “último momento” que decidió ir a pescar tiburones con él.
Según ha relatado Alvarenga, Ezequiel –que él calculaba que tenía entre 15 o 16 años– murió a los cuatro meses de “sed y de hambre” porque vomitaba y era incapaz de alimentarse de animales crudos, como él lo hizo para sobrevivir 13 meses a la deriva hasta ser hallado milagrosamente el jueves pasado en las Marshall.
“Aguantó cuatro meses. Pero después me quedé yo solo”, explicó el martes a la AFP Alvarenga al asegurar que lanzó el cadáver de su compañero de faena por la borda.
Pese a que el náufrago vivió los últimos 15 años en la costa de Chiapas y se había planteado su posible regreso a México, este miércoles El Salvador aseguró que es más conveniente que viaje directamente a su país natal al más corto plazo posible.
“Nosotros lo que queremos es que él (Alvarenga) venga aquí, que el gobierno lo traiga aquí” a México, pidió Romeo Córdoba Ríos, al explicar que su madre ya se puso en contacto con la secretaría de Relaciones Exteriores para formalizar su petición.
El hermano del pescador fallecido matizó, sin embargo, que no quieren que se investigue judicialmente al salvadoreño porque “fue un accidente de trabajo”.
“Lo único que queremos saber es qué fue lo último que le dijo a ese hombre y qué le hizo al cuerpo de mi hermano”, señaló al reconocer que su madre “hasta ahora llora por su hijo” y que la familia tenía esperanza de que Ezequiel estuviera vivo.
“Nos imaginábamos que estaba en un hospital, en la cárcel o en algún lugar remoto y lejano en el que no lo podían ayudar”, se lamentó.
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