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Veinte años sin Pablo Escobar

Veinte años después de su muerte, el fantasma de Pablo Escobar Gaviria, muerto a tiros por la policía colombiana el 2 de diciembre de 1993 en Medellín, todavía acecha a los colombianos, divididos entre el repudio a los crímenes del famoso narcotraficante y el agradecimiento por su beneficencia.

Sábado, 30 de noviembre de 2013
Ariela Navarro (AFP) / El Faro

Miembros del Bloque de Búsqueda comandado por el coronel Hugo Martínez Poveda posan el 2 de diciembre de 1993 junto al cadáver de Pablo Escobar Gavidia. Foto Steve Murphy (DEA).
Miembros del Bloque de Búsqueda comandado por el coronel Hugo Martínez Poveda posan el 2 de diciembre de 1993 junto al cadáver de Pablo Escobar Gavidia. Foto Steve Murphy (DEA).

Medellín, COLOMBIA. Pablo Escobar Gaviria, uno de los capos de la droga más sangrientos pero también considerado en algún momento un Robin Hood, todavía genera miedo y rechazo entre las víctimas de la ola de violencia en la que se sumió Colombia en la década de los ochenta.

“Las víctimas de Escobar son muchas, y ese dolor está ahí vivo y mucho de ese dolor sin reparar”, dice a la agencia AFP Luis Alirio Calle, un periodista que estuvo presente cuando Escobar se entregó en 1991.

Escobar “es el muerto más vivo de Colombia porque sigue vivo en los combos (pandillas) y narcotraficantes”, asegura por su parte César Cuartas, residente de la Comuna 1, barrio periférico de Medellín.

Escobar se convirtió en zar de las drogas cuando fundó el Cártel de Medellín, que agrupó a pequeñas bandas dispersas con el objetivo de que Colombia revocara el tratado de extradición con Estados Unidos firmado en 1979. Devoto del Niño de Atocha, supersticioso y contradictorio, se hizo inmensamente rico con el tráfico de cocaína, pero predicaba en los barrios pobres en contra de la drogadicción, incluso denostaba a sus subalternos que consumían.

Tras lograr el poder económico con la droga, quiso acceder al mundo de la política, y en 1982 fue elegido parlamentario suplente, una situación insostenible que terminó con la denuncia de sus actividades ilícitas por parte del ministro de Justicia, Rodrigo Lara, más tarde asesinado por sus sicarios.

En los barrios pobres

A la vez que desataba violencia, el narcotraficante financiaba obras en los barrios más deprimidos de Medellín. A la entrada de uno de ellos una pancarta recibe a los visitantes: “Bienvenidos al barrio Pablo Escobar. ¡Aquí se respira paz!”.

“Se dedicó a ayudarle a la gente pobre de Medellín donde el Estado nunca llegaba”, afirma Wberney Zabala, presidente de la Junta de Acción Vecinal, de 41 años. En el salón de su casa, le reza a un altar presidido por un dibujo a carbón que representa a Escobar.

Luz Mary Arias, de 57 años, guarda una estatuilla de yeso del narcotraficante vestido como Robin Hood. Antes de recibir la casa que le dio Escobar vivía del reciclaje, sobre un basurero.

“Lo admiro como un Robin Hood”, asegura Luz Mary, quien aprendió a leer gracias a las ayudas de Escobar. Sin embargo, dos de sus hermanos murieron por la violencia asociada al narco, uno en un enfrentamiento y el otro porque llegó inoportunamente a uno de los escondites que utilizó Escobar cuando pasó a la clandestinidad. “Perdí dos hermanos en manos de la gente de Pablo, sin embargo yo no lo ataco y no lo critico porque él cambió la vida de nosotros”, señala.

El monje benedictino Elkin Vélez, cuya congregación recibió en comodato La Catedral, edificio que Escobar construyó y utilizó como excéntrica cárcel de lujo cuando se entregó a la justicia en 1991, critica fuertemente a los devotos del narcotraficante. “Él siguió trabajando y delinquiendo desde aquí”, afirma.

No se sabe con exactitud cuánta gente puede haber enterrada en el lugar, utilizado por Escobar hasta que huyó cuando el Estado quiso trasladarlo a una prisión militar en diciembre de 1992. “Aquí hay ley de la impunidad, aquí no buscan a nadie, eso se ha tirado al olvido”, deplora Nicolás Vélez, de la mesa de Derechos Humanos de Medellín.

Convertido en parque temático

A cuatro horas de Medellín está la Hacienda Nápoles, finca de recreo de Escobar que llegó a tener 3,000 hectáreas, donde guardaba una colección de autos de lujo y hasta un zoológico de animales exóticos.

Expropiada tras su muerte, fue saqueada y entregada en concesión a privados, que gestionan un parque temático que incluye un museo para honrar a las víctimas.

Se conserva el arco de la entrada, coronado con una avioneta que perteneció al narcotraficante, quien la colocó para celebrar el primer cargamento de cocaína que introdujo en Estados Unidos.

Escobar murió a tiros de la policía cuando huía por un tejado, una imagen que recorrió el mundo y que está retratada en el Museo de Antioquia por el artista colombiano Fernando Botero. Empero, otros dicen que se suicidó antes de ser capturado, fiel a su consigna “preferimos una tumba en Colombia a una cárcel en Estados Unidos”.

© Agence France-Presse

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