El Ágora /

Me ha dolido tanto el silencio

El historiador Ricardo Ribera dedica este ensayo a explorar para nuestros lectores la obra de teatro 'Butacas trémulas', del grupo de teatro Moby Dick, que estará en la cartelera escénica de la UCA. El autor destaca la fusión de la memoria histórica, la literatura y el teatro en este modo particular de hacer democracia.

Martes, 19 de noviembre de 2013
Ricardo Ribera

Las aristas afiladas de los sueños de justicia – dice uno de los personajes – las llevo clavadas en las esquinas de la conciencia. Es viernes por la noche y asisto al ensayo general, uno de los últimos, del grupo de teatro Moby Dick. La obra, que se estrenará el próximo miércoles 20 de noviembre a las 6:30 de la tarde en la UCA, se llama Butacas trémulas. Trata sobre la matanza del 32; también sobre cualquier otra masacre.

La dramaturgia es de Santiago Nogales, aunque el trabajo colectivo del autor-director con sus actrices ha modificado y hecho madurar el texto inicial. La obra enlaza con la trilogía de Moby Dick (Vecinas, Última calle poniente, La isla de la pólvora negra) que sobre las diversas facetas de la violencia este grupo teatral presentó años atrás, con muy merecido éxito. Ahora mantiene el estilo y la estética que les son característicos, en mi opinión a un nivel más elevado y depurado todavía.

El grupo se supera a sí mismo en este nuevo montaje: por la riqueza de las imágenes y acciones sobre el escenario, los ambientes que la música en vivo engendra, la plástica de una creativa escenografía, así como el muy poético y a la vez difícil texto dramático. El autor vuelca en él su apasionada sensibilidad y su enciclopédico conocimiento para elaborar una dramaturgia que se lee gozosamente por su calidad literaria, aunque alcanza su plenitud en la versión para la que fue creada: representada en el escenario.

La concienzuda investigación llevada a cabo por el escritor y director teatral, unida a las vivencias y conciencia del resto del grupo, son la base para que la obra muestre diversos aspectos de las experiencias de represión y persecución, de resistencia y esperanza, que en diferentes momentos de su historia han ido moldeando al sufrido y heroico pueblo salvadoreño. No puede haber perdón y olvido: los victimarios no se dejan perdonar, ya que no quieren pedir perdón, y las víctimas no pueden olvidar. Aunque quisieran. Así, un personaje de la obra exclama: Cómo pesa la memoria.

De un lado todos los sueños que cargan las mayorías populares, por el otro, la pesadilla recurrente que las agobia. No puedo dormir. Además no quiero. Cuando cierro los ojos – se exclama en un parlamento – se me clavan las imágenes en los alvéolos pútridos del alma. ¡Me asfixio! ¡Me ha dolido tanto el silencio!

También está el otro dolor, aquel que brota del sentimiento de culpa. Es el sentimiento del sobreviviente, irracional, como todas las emociones humanas. En tal caso, de seguir viviendo inmerecidamente, de que es injusto estar vivo cuando todos los demás han perecido. No pagué con sangre por mis actos. No lavé con sangre mi culpa. Por eso mis tardes cargadas de espinas…

Me hace recordar un verso de Silvio Rodríguez: que me perdonen los muertos de mi felicidad.

Las imágenes del levantamiento campesino de 1932 y de la posterior represión son muy vívidas: El filo de los machetes se embotó al despuntar el alba. Asimismo muestra lo sobrecogedor que tiene que haber sido cuando, en mitad del zafarrancho, en la zona de los izalcos, el volcán entró en erupción. Lo telúrico, el fenómeno geológico adoptando forma de divinidad indígena, despertando y uniéndose a la violencia, a la protesta y al terror que se estaban diseminando por los campos. El gigante había decidido hacerse notar. El volcán decidió tomarse un sorbete de piedras. El vómito de los fusiles quebró tu pecho.

Y a partir de ahí, lo que este pueblo ha vivido repetidamente: la huida, la guinda, el andar monteando, durmiendo a la intemperie, sin alimentos ni abrigo. Nogales es capaz de describirlo con belleza poética, mostrando al que huye confiado en que la naturaleza se comportará más humanamente que los humanos que lo persiguen: La bóveda del bosque hizo de templo, el viento tejió una cobija de ráfagas tiernas y con hilachas de niebla me hiciste una almohada. Contar amaneceres se había convertido en nuestra manera de derrotar los relojes blandos del tiempo asombrado.

Y la desesperación del vencido, de la masa inocente derrotada por la violencia superior de un enemigo sin piedad, que busca su exterminio. En el caso del 32 con intenciones de etnocidio. Se llevaron hasta las palabras – dice un personaje, en alusión al náhuatl que casi hicieron desaparecer como lengua viva.

Volvió a vivirse todo esto durante la guerra civil, como se había vivido cien años antes, en 1832, cuando los nonualcos se levantaron al llamado de Anastasio Aquino. Igual que el medio millón de refugiados en la década del conflicto armado o los cientos de miles de desplazados dentro del país. La vivencia es la misma. Huir. Toda la vida huyendo. Sólo me llevé… la fuerza de mis ideas abrigándome el pecho.

Quédate con mi cotona porque al alba nos fusilan. Como a Farabundo Martí y a miles de indígenas en el 32, como a Rutilio Grande, a Monseñor Romero y los sacerdotes de la UCA. Los que matan lo hacen con miedo y con odio, pero sobre todo con miedo. Cuando inundaron el pueblo con una tropa asustada que disparaba aterrorizada…

Así ha de haber sido cuando efectivos del batallón Atlacatl entraron a la UCA aquella noche, hoy hace 24 años. Haciendo una gran balacera y dándose gritos de ánimo para acometer su vergonzosa audacia: asesinar a media docena de curas desarmados, a la cocinera y a su hija, una chica de quince años con toda una vida por delante.

Quienes ordenaron esa barbaridad siguen impunes. Quienes les aplaudieron el crimen o les alentaron a cometerlo también tienen culpabilidad y están impunes. Sólo hay una forma de procurar que algo así no vuelva a repetirse en este país, que algo como el 32 nunca más vuelva a darse: generando una conciencia ciudadana tan extendida y firme, que no sea posible hacer retroceder esta democracia que tanta sangre y sacrificio costó.

Acudir a ver la obra Butacas trémulas – en la UCA a las 6:30 de la tarde el 20, 21 y 22 de noviembre – de seguro aporta en esta dirección. Ojalá que la disfruten, con todos los sentidos despiertos y la mente alerta. Ir a ver teatro en las condiciones de El Salvador es una forma de hacer cultura, pero también de hacer ciudadanía, es una manera de hacer democracia.

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