'Soy Howard Cotto y soy policía', empieza para resumirse en un párrafo. 'No soy policía por profesión, ni por vocación. Soy policía por pasión. Me apasiona. Creo que en la policía encontré una de las mejores cosas que pude hacer. Quise hacer otras cosas, ser músico, pero no pude dar ni el primer paso. Soy melómano, pero hasta ahí nomás.'
Antes, cuando el país estaba en guerra, en los ochenta, Howard Cotto era conocido como Sergio Villanueva, un guerrillero experto en mísiles antiaéreo. Se afilió a la Resistencia Nacional, el benjamín de los cinco grupos guerilleros que, luego, parecieron fundirse para convertirse en el FMLN. Guardó secretos y ahora habla. Habla mucho. De la Policía y de la guerra, aunque cierra la puerta tras la que se esconden los detalles de su entrenamiento militar en el extranjero, y algunas opiniones afiladas sobre la PNC actual. A Cotto le gusta, lo prefiere, se nota, contar viejas batallas.
'La primera noche en el monte, haciendo la guerra, fue terrible'.
Bueno, usted vivió su infancia en México D.F., viajó a Europa... Había tenido una buena vida, por decirlo de algún modo.
Sí. Y la primera vez que intervine estuve caminando durante una buena parte de la tarde, desde la carretera de Santa Ana a Metapán, no recuerdo en qué calle era. Teníamos que caminar hasta el río Lempa, porque nuestros campamentos estaban en Chalatenango, en un cerro que se llama “La Gloria”.
Ahí aprendí mi primera lección: había que cruzarse el Lempa. Los compañeros que me habían ido a traer eran como 10. Yo llevaba mi mochila y mi ropa, que no era ropa militar precisamente, pero había tratado de prepararla. Me conseguí unos pantalones “Cargo “, que en ese tiempo eran difíciles de conseguir. No me atreví a teñirlos de verde olivo pero conseguí unas bolsitas de anilina para teñirlos allá. Pero bueno...
Había llovido y había que cruzar el río Lempa. Estaba muy grande. Me dijeron “No, no, no te preocupes, que lo vamos a pasar. Hemos traído dos bolsas negras”. Llevaban varias bolsas negras, y fue ahí donde aprendí mi primera lección. Me costó. Fue duro aprenderla.
Me tiene en ascuas.
Me dijeron: “En esta bolsa vos metés tus cosas, la soplas un poquito y la amarrás. No se te mojan tus cosas y además te sirve de flotador. Te vas nadando para allá por donde están aquellos compañeros”. Y lo hice, solo que resulta que ellos habían aprovechado para pasar comprando en una comunidad una pichinga de gas y la habían metido en mi misma bolsa, y esa pichinga se abrió mientras nadaba. Y cuando llegué mi camisa y mi pantalón estaban empapados en gas. Como el ejército había estado patrullando en ese lugar al salir a la orilla caminamos hasta un punto seguro, que era como 200 metros arriba, desnudos, solo los zapatos. “Camina rápido y luego te cambias”, me dijeron.
Al llegar arriba fue que me di cuenta de que mis cosas estaban llenas de gas. Y hacía falta caminar aún como 2 o 3 horas, pero dije “no, no me importa” y me puse el pantalón y una camisa…
¡Caaaaarajo!... ¡Caaarajo!
¡Qué dolor!
La piel se me hizo añicos. No llevaba ni 10 minutos vestido cuando empecé a sentir ardor en todo el cuerpo y bueno… esa fue mi primera lección. Luego pase otras peores e incluso veo esa como fácil, pero cuando llegué a mi primer campamento se me quemaba la piel. Llegué con la piel escamada.
¿Y qué le dijeron los demás?
Nada. Ahí en los campamentos había alguna gente que ya había conocido en México, que había venido de Nicaragua, o de Bulgaria… Y llevaba solo una mudada. Recuerdo que un pastor bautista que era amigo de mi papá y andaba cabalgando en las mismas andadas me dejó en la terminal de occidente y cuando me bajé me dijo: “Hijo, vos sabés lo que hacés. De lo único que estoy seguro es de que Dios te va acompañar”. Ahí me despedí y me fui, y pasó esto que les cuento. Años después terminé siendo el segundo encargado de la RN en ese frente, el Frente Occidental Feliciano Ama.
Howard Augusto Cotto nació el 3 de diciembre de 1965 en San Salvador, en uno de los edificios que ahora ocupa la Universidad Tecnológica y que en ese momento ocupaba “La clínica Arce”. “O sea que soy de San Salvador y nacido en el centro”, explica después de tirar una carcajada. Su padre era Augusto Cotto García, originario de un pueblito guatemalteco llamado Jerez, en Jutiapa, departamento fronterizo con El Salvador.
El papá del Comisionado Cotto era un conocido pastor de la iglesia Bautista de El Salvador, muy amigo de Fabio Castillo Figueroa, el respetado rector de la Universidad de El Salvador que protagonizó la marcha de brazos caídos en 1944 y que terminó con el Martinato. Murió en un accidente áereo hace 33 años, el 17 de septiembre. Iba en avioneta privada, en el mismo vuelo de Managua a Panamá en el que murió Ernesto Jovel, secretario general de la RN (Resistencia Nacional) y líder sindical de los obreros del sector mobiliario. La avioneta desapareció. “Cayó al mar y nunca lo encontramos, hasta hoy…. su nombre está en el monumento del Parque Cuscatlán, ahí voy a enflorar”, cuenta el ahora director de la Comisión Nacional de Drogas.
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Me han dicho que usted era de los guerrilleros que mejor equipados andaban en la guerra. Cuénteme eso.
!¿El que mejor equipado andaba?¡ Jajajaja. No, yo tenía… lo normal. Solo tenía un pantalón y una camisa militar. Y en la mochila iban solo dos pantalones y una camisa más, dos camisetas, dos pares de calcetines. Claro, tenía un buen equipo: una AK-47, una AK-M de fabricación alemana... A saber qué fue de ellas. Yo no usaba uniformes verdes, solo uniformes negros.
También me dijeron que tenía un cohete Low
No, yo no andaba un Low. Yo era el jefe de una unidad anti-aérea y operaba los misiles. No era un low, era un misil.
¿Un misil anti-aéreo?
Ajá, de fabricación Rusa. El más moderno que había en ese momento era el “Igla”, que quiere decir aguja.
¿Y se bajó algún avión?
No, nunca tuvimos la oportunidad de eso. Cuando yo digo oportunidad me refiero a que, al final hubo una cosa curiosa: las bajas de aviones que hubo durante el conflicto no fueron por los misiles. Lo que pasa es que los misiles se convirtieron en un arma estratégica disuasiva. Cuando la Fuerza Aérea se da cuenta de que teníamos misiles empezó a restringir increíblemente los vuelos. Ese fue el efecto real. Pero que yo recuerde... en Morazán creo que fue una 37 que se botó con un misil. Por cierto, a quien lo hizo yo lo conocía. Nunca más lo volví a ver.
Yo creía que había bajado más de un avión.
¡No, no, no! Yo con misiles no recuerdo que nos echáramos más que uno. El FMLN se echó decenas de naves aéreas pero todo fue con AK, con M16 o con lo que fuera, no con misiles.
Alguien me contó que usted había operado misiles y que había fallado algún tiro.
Los misiles de ese momento, los más modernos de fabricación rusa, tenían el puro tubo y nada más. Y tenían una parte de ensamble que uno llamaba computadora, una caja con un guardamano y un disparador. Eso uno se lo ensamblaba, pero no se podía usar en múltiples misiles. Lo que sí sucedía es que había otra pieza aditamento del misil, la batería, que era como una pelota plástica negra que se ensamblaba. La batería duraba de 30 a 40 segundos, y si el misil no salía en ese tiempo, ya no salía y se mantenía en el estado que estaba. ¿Y qué pasa?, que el misil era el que detectaba la nave aérea y se lanzaba solo.
¿Cómo?
Uno apretaba el gatillo, que era la forma de decirle al misil “podés salir cuando vos querrás”, pero el misil no salía si no detectaba la nave. Y no había problema, lo podías volver a intentar, pero la batería se acababa y la tenías que cambiar. Y si las baterías se te terminaban ya no lo podías usar. Para los 4 o 5 misiles teníamos como 8 o 10 baterías... O sea, era casi imposible que, si el misil salía, fallaras. Pero el asunto estaba en que el misil no saliera.
¿Usted nunca fue capturado?
No, nunca. Sí fuí herido dos veces.
¿De bala?
Una tuve una herida de bala del rozón de un M-60 de un helicóptero en la ofensiva del 89, aquí en Soyapango, por la zona de Los Santos. La segunda vez fue exactamente un año después. Yo estaba a cargo de las unidades anti-aéreas y diseñamos un dispositivo, con la gente de nuestro laboratorio, para que a un mortero 60 se le adaptara un dispositivo de retardo. El mortero tiene un dispositivo que lo disparas, se eleva, y explota donde cae. Pero diseñamos un dispositivo para que estallara en el aire bajo el principio que los helicópteros tienen un problema y una debilidad a diferencia de los aviones: se mantienen en vuelo gracias al “ponchón” de aire que generan. Si hay algo que, aunque no le pegue, estalla cerca, eso desplaza la masa de aire y el helicóptero se queda en el vacío. Entonces se cae.
¡Interesante!
Por eso diseñamos un mortero 60 que estallaba en el aire. Y como yo era el jefe de unidades, y los jefes no eran tanto de escritorio sino que tenías que ir adelante, y había que probarlo, yo lo probé. Y lamentablemente no pudo el mortero… y ahí fue donde me jodió.
¿Le jodió?
Me jodió todo. Me jodió el brazo. Tengo las esquirlas todavía. Me quemó el brazo. Fueron como 10 o 20 esquirlas. Esa vez sí salí un mes para México y regrese después. Estuve allá tres semanas.
¿Cómo lo sacaron?
Por avión. Con mi pasaporte.
¿En serio? ¿Y no tenía miedo de ser capturado en el aeropuerto?
Jejeje, sí.
¿Pero qué les decía usted que era?
Estudiante. Y como yo nunca dejé de estudiar... jajajaja.
¿Ser hijo de la aristocracia revolucionaria no le concedía privilegios?
No, ninguno. No los tenía. No había nadie dispuesto a dármelos. Ni yo los quería. Eso no era bien visto.
¿Hubo otra gente que los usó? No sé... me imagino que el hijo de Shafick Handal tenía que ser más cuidado.
Pues no. Yo conocí a Koky (Handal) allá en un frente, y no.