Opinión /

El dilema de Sánchez Cerén


Lunes, 7 de octubre de 2013
El Faro

Los discursos de campaña de Salvador Sánchez Cerén encarnan algunos de los grandes dilemas del FMLN: Cómo apropiarse electoralmente de los programas sociales del gobierno de Funes sin pagar el precio de sus errores y excesos; cómo apelar a las bases ilusionadas con el discurso histórico del FMLN sin que este discurso sea negado por el comportamiento de algunos dirigentes actuales; cómo mantener la imaginación de un mejor país sin que nadie repare en los abusos del poder.

El fin de semana pasado, en Zacatecoluca, el candidato a la presidencia del FMLN prometió un gobierno “para todos y todas. Los gobiernos de privilegios se acabaron en 2009”, dijo. Fue un discurso muy arriesgado porque basta un repaso a los compadrazgos, los amiguismos, las asignaciones de contratos del Estado para desmentirlo.

Esta misma semana El Faro publica un nuevo un reportaje sobre asignación de contratos estatales a un amigo del presidente: Miguel Menéndez, conocido también como Mecafé. Desde la Feria Internacional se enmendó una licitación ganada por otra empresa para adjudicar un contrato de publicidad al yerno de Menéndez. Hace algunos meses publicamos también la asignación de contratos de seguridad privada a la empresa del mismo señor Menéndez, uno de los amigos más cercanos de Funes y quien para no violar técnicamente la ley dirige la Feria Internacional sin ostentar la presidencia de la institución. Dejó el cargo pero no la oficina. Ni los privilegios de la amistad con el presidente.

Poco después de que iniciara este gobierno supimos de la asignación de contratos de publicidad para Polistepeque, empresa fundada por los asesores de campaña del Funes candidato. Cuando quisimos averiguar un poco más, Presidencia decidió que sus contratos publicitarios quedaban bajo reserva por considerar que hacerlos públicos violaría los principios de libre competencia. Lo mismo hizo con la información sobre los viajes presidenciales.

¿Debe asumir Sánchez Cerén como propios estos abusos y estos privilegios? No. Pero tampoco puede desconocerlos. Ni estos ni los de sus propios correligionarios en la Asamblea Legislativa o en la Corte Suprema de Justicia. El compadrazgo, la falta de transparencia y la prepotencia como características de la administración del efemelenista Sigfrido Reyes en la Asamblea tampoco parecen ser congruentes con las palabras del candidato en campaña.

En un país con altos índices de percepción de corrupción, pocos políticos y funcionarios públicos han logrado mantener a lo largo de los años la imagen de austeridad y honestidad que posee Sánchez Cerén. Pero el comportamiento que le ha permitido esta imagen no ha sido común en su partido ni en el servicio público salvadoreño al que hoy, por estrategias de campaña, se ve obligado a adular.

Si Sánchez Cerén pretende recuperar ese voto informado, de clase media, urbano, que le dio la victoria a Funes en 2009, le conviene saber que es más difícil mentirle a este núcleo poblacional y que es mentira que los gobiernos de privilegios se terminaron en 2009.

Hace un par de años, Sánchez Cerén dijo que este no era el gobierno del cambio. Ahora que es candidato a la presidencia ha tenido que asumir las decisiones estratégicas de su partido y de su campaña: subirse en la popularidad del presidente y en la masiva campaña publicitaria que el Ejecutivo ha contratado para proyectar la imagen de Funes. Aun desconocemos quién ha hecho esa campaña y cuánto, de fondos públicos, nos está costando, porque el Presidente no quiere que lo sepamos.

¿Es la continuidad de esto lo que nos promete Sánchez Cerén?

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