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'Tengo unos 14 conciertos memorizados y he viajado incluso sin la partitura'

Omar Mejía se enamoró de la música a través del ballet y la ópera, y dejó fluir ese amor sobre el piano. Este salvadoreño virtuoso -de quien en una semblanza el Washington Post en 1977 dijo que tenía en un dedo meñique más talento que muchos pianistas en las dos manos juntas- es, artísticamente, nieto del célebre Rachmaninov. Su talento lo ha expuesto en 26 países y hace 10 días lo mostró en El Salvador.

Martes, 17 de septiembre de 2013
María Luz Nóchez y Patricia Carías / Fotos: Fred Ramos

Cada vez que Omar Mejía se sienta en un taburete frente a un piano se traslada a su propio mundo. Esta tarde de septiembre el maestro llega hasta la tarima del Teatro Presidente para ensayar una vez más el concierto No. 1 para piano y orquesta del compositor ruso Piotr Ilich Tchaikovsky, que interpretará junto a la Orquesta Sinfónica Juvenil el jueves 5 y el viernes 6 de septiembre.

Mientras la melodía resuena en la caja del Yamaha de cola ubicado en el centro de la tarima, Mejía desaparece de la realidad, casi inconsciente del montaje de las sillas para la orquesta que hace el personal del teatro a su alrededor o del grupo que jóvenes músicos que lo escuchan desde las butacas. Este piano que utiliza esta tarde es el mismo que lo acompañó hace 48 años cuando debutó en el teatro Rubén Darío, con tan solo 14 años de edad.

Una y otra vez, repite los compases más complicados de la obra y sus dedos se mueven tan veloces que se vuelven imperceptibles al ojo humano. La tonada es repetitiva y aunque está cargada de la energía que le impregnó Tchaikovsky, el compositor con una de las técnicas y dominio de piano más imponentes, cualquiera podría cansarse después de escuchar por más de media hora la interpretación de la misma sección de la obra.

Esa fue quizá la razón por la que en 1965, cuando Mejía tenía 14 años, los vecinos de su colonia, ubicada en los alrededores de la Universidad de El Salvador, recogieran firmas para llevarlas a la familia acompañando una solititud de que el aprendiz de pianista se callara y dejara en paz al vecindario. Los vecinos se quejaban de la bulla de Mejía con su piano de segunda manoEn su acusación, los vecinos dijeron que “la bulla” que hacía Mejía, les molesta. Solo 12 años más tarde, The Washington Post publicaba un comentario en el que elogiaba la virtud del salvadoreño como algo excepcional: “Tiene en su dedo meñique más técnica que la mayoría de pianistas en las dos manos juntas”.

Después de media hora de ensayo, Mejía regresa a la realidad. Se levanta del taburete frente al piano y baja del escenario con las rayas rojas de su camisa empapadas de sudor, tal como un boxeador bajaría del ring de pelea.

De inmediato, una señora de cabello cano que lo ha estado observando sentada en una silla de andadera al extremo izquierdo de la primera fila del teatro pide ayuda a una joven que la acompaña para que la acerque hasta las gradas frente a la tarima de donde baja Mejía. La anciana lleva en las manos una bolsita de pañuelos Kleenex, con los que se ha limpiado las lágrimas mientras escuchaba al pianista. “Me hubieras dicho que ibas a ensayar, hijo, te habría traído otra camisa”, le dice, en tono maternal. Él la recibe con un abrazo y un beso. Y minutos después, a ese encuentro familiar se une el padre del artista.

En primera persona

En primera persona. Soy pianista. Me encanta la gente, me encanta la naturaleza, el mar, la montaña, el color amarillo, me gustan los animalitos, no tengo en mi casa un perro, pero he tenido. Gatos nunca he tenido, pero me gusta verlos. Un hombre normal. Con mi esposa vamos al cine, al teatro. Tengo 62 años. No soy religioso, soy muy teísta, no tengo ninguna pasión religiosa en el sentido de que tengo una relación distinta con el creador.

Cuando por fin se sienta a platicar con El Faro, Mejía continúa azorado. Tchaikovsky parece haberle alterado los sentidos, la respiración, y aunque está sentado en el vestíbulo del Teatro Presidente, de San Salvador, sus oídos están atentos a lo que sucede en el escenario: los jóvenes músicos comienzan un ensayo general de la obra. Mejía abre un pequeño estuche negro de donde saca una crema cicatrizante y unas curitas cortadas por la mitad.

–Permítame, solo me quito unas curitas porque se me están separando las uñas –dice, mientras comienza a descubrir las puntas de sus dedos, protegidas por las pequeñas vendas adhesivas–. Tengo que mantenerlas presionadas porque si no es muy doloroso. Siempre ando un montón de curitas.

–¿Y eso es porque la madera de las teclas lo lastima?

–No, es por la fuerza de los impactos. Llega un momento en el que la carne se mete y la uña queda fuera, entonces es mejor mantener apretado –explica, y continúa afanado quitando las curitas de sus dedos.

–¿Y las usa cuando da un concierto?

–Trato de no usarlas.

–¿Ha llegado a sangrar?

–No en público. Si llega a pasar ni lo siento por la energía.

Cuando ha liberado sus dedos por completo, Mejía da pie para iniciar la entrevista. Siempre azorado, siempre viendo hacia la entrada del salón principal del teatro, pendiente de lo que pasa en la tarima.

Pianista salvadoreño, Omar Mejía, ensaya el Concierto No.1 para Piano y Orquesta de tchaikovsky, un día antes de presentarse con la Orquesta Sinfónica Juvenil.
Pianista salvadoreño, Omar Mejía, ensaya el Concierto No.1 para Piano y Orquesta de tchaikovsky, un día antes de presentarse con la Orquesta Sinfónica Juvenil.

¿Usted de quién se considera que está más cerca, de un Richard Clayderman o de un Raúl Diblassio?
Ni uno ni otro. No los conozco, la verdad. A Clayderman sí lo he escuchado y lo he visto en las carátulas, pero no es el tipo de música que yo toco.

¿Con quiénes podríamos compararlo entonces?
Con cualquier pianista de música clásica. Estos que me mencionó creo que se dedican a tocar música popular.

¿Cómo fue su encuentro con la música clásica, cómo se enamoró de ella?
Fue más por el ballet y la ópera que empecé. Mi papá me llevaba de ocho años a la ópera con mi hermana y me contaba esas historias románticas. Las óperas son tragedias para salir llorando. Me contaba la historia y ponía la música y él me iba diciendo lo que el cantante estaba diciendo. Yo me sabía el cuento y me sabía la música. Entonces, me fui enamorando de la música poco a poco y teniendo un piano en mi casa, ya yo estaba picado, convertido a la música. Me pusieron un profesor salvadoreño que había estudiado en Italia, en la academia Santa Cecilia, él me metió en la disciplina en serio y me enfrentó con Mozart, Beethoven, Bach. Ahí llegó el momento en el que me hizo ese famoso clic. Llega un momento en el que tú te apasionas y siendo muchacho estaba totalmente embebido. Me gustaba la matemática, pero ni por cerca se me pasaba por la mente estudiar algo que no fuera música.

Usted debutó a los 14 años con la Orquesta Sinfónica de El Salvador. ¿Cómo logró eso? ¿Cómo llegó ahí?
El conservatorio hizo una programación de los estudiantes avanzados para tocar conciertos con la orquesta. Tocamos cuatro pianistas ese año…

En este momento, Mejía hace una pausa y vuelve a ver una vez más hacia la sala principal del teatro. “Ya están ensayando”, dice, y se levanta de prisa.”Ya no les puedo dar más tiempo, debo regresar”, se excusa, mientras vuelve a colocar un par de curitas en sus dedos. Mejía se marcha al ensayo general con los músicos y se compromete a seguir la entrevista en otro momento.

Al día siguiente, seis horas antes de que se presentara en concierto, retoma la conversación con El Faro. Según él, este era el momento perfecto para dar la entrevista, dado que tiene como regla personal no ensayar ni tocar el piano seis horas antes del concierto para no fastidiar sus dedos antes de una presentación. Por ello, nos recibe en el vestíbulo del hotel capitalino en el que se hospeda…

Su hermano nos contó que cuando usted tenía entre 15 y 16 años sus vecinos recogieron firmas para mandar callarlo porque les molestaba “la bulla”. ¿Cómo fue eso?
Bueno, mi casa no era aislada de otras, vivíamos en una colonia ahí por la Universidad de El Salvador. La práctica del piano es muy monótona. Tú no practicas una melodía completa, tienes que ensayar un pedacito 20, 40 veces, y hasta que lo dominas pasas al siguiente. Mi vecino, que después de eso fue mi amigo, muy querido, estaba en ese momento sacando su tesis de derecho y decía que no podía estudiar porque yo estaba practicando. Entonces, consiguió varias firmas y llegó a mi casa a dejar la carta. Lo que hice fue, simplemente, cambiar de ubicación el piano. Igual, el sonido seguía llegando, solo que ahora le afectaba más al otro vecino.

¿Nunca volvió a pasarle algo parecido?
Algo más grave me pasó en Italia. En mi escuela en Roma yo podía practicar hasta las 12 del mediodía y después de las 2 de la tarde. Pero después de las 12 no podía porque era hora de siesta. Y una vez estaba ensayando a la 1 y me dispararon un perdigón que golpeó el piano, y fue entonces que me di cuenta de la hora. Entonces cerré ventanas, el piano, y seguí practicando después. Pero eso pasa con los pianistas, tenemos un instrumento muy ruidoso, de mucho volumen.

Ya nos explicaba que al ensayar no lo hace con la pieza completa. ¿Cómo selecciona entonces cada fragmento?
En los ensayos con la orquesta lo práctico es resolver los pasajes delicados y que tienen problemas de ensamblaje porque son 70-80 músicos que tienen que tocar juntos. Eso es lo que hacen los directores muchas veces. En los ensayos generales ya son una pasada en la que uno descubre debilidades pero ya no las repite. Después de ese ensayo uno va y pule, para eso sirve el ensayo general, para descubrir lo que necesita una pulida de última hora. Eso es lo que yo hice hoy que practiqué tres horas: ya sé yo dónde hay que hacer ajustes importantes.

Dice usted que cuando jovencito usted tenía un piano en casa. ¿Quién se lo regaló?
Mi papá me lo compró.

¿Cuánto puede costar un buen piano?
Los pequeños entre 8 mil, 10 mil y 12 mil dólares y los grandes 60 mil o 70 mil dólares, y yo siempre he tenido un intermedio, de 7 pies.

¿Y cuando da un concierto tiene alguna exigencia en cuanto al tipo de piano que prefiere?
Sí: de 9 pies. En el que voy a tocar solo es de 8 pies, pero es lo mejor que tienen. El piano de cola completa mide 2 metros 72 centímetros, ese es el piano ideal para los conciertos sinfónicos. Este que estoy usando puede funcionar bien para la música del período clásico, Hayden, Mozart, música del siglo XVIII. Pero igual, este piano es muy bueno. La fábrica Yamaha ha tenido un desarrollo espectacular, este es un piano que tiene unas voces preciosas, a mí me encanta este piano, aunque no es del tamaño necesario para este tipo de concierto. La diferencia es que tengo que aplicarle más peso, más fuerza para sacarle las voces que se pongan al nivel de la orquesta.

En otros instrumentos, como los de viento, el volumen lo domina la persona que ejecuta con la cantidad de aire que sopla, o en los de cuerda con la intensidad que se aplica sobre la cuerda. En el piano, ¿qué es lo que lo determina?
El peso, tú pulsas la tecla con mayor peso que velocidad.

He oído casos de personas que empezaron a tocar en teclados eléctricos, pero que cuando se enfrentan a un piano de cola no pueden… ¿por qué pasa eso?
Bueno, es distinto. Los teclados electrónicos son una buena iniciación. La Yamaha, incluso, ha sacado buenos equipos, pero el piano de cola no se puede sustituir ni para las prácticas, ni para montar un ensayo general no puede ser ni siquiera un piano de 8 pies. Esta es una excepción y es excepcionalmente bueno. Yo les dije que necesitaba un piano que estuviera completo, como te dije, 9 pies.

¿Y en su casa qué tipo de piano tiene?
Tengo dos: un Yamaha grande y un Yamaha electrónico que es con el que practico en la madrugada. Porque a veces practico a todo volumen, tengo que practicar de 10 de la noche a 1 de la mañana, que es el tiempo en el que tengo concentración. Al electrónico le conecto los audífonos, pero en ese solo estás trabajando algo mecánico.

Cuando a uno le dan una partitura se puede jugar con la interpretación, es decir, con el sonido o con la intensidad, pero a ustedes que les toca ejecutar en concierto piezas que están tan estructuradas que dicen este compás es piano, este forte y este mezzoforte (palabras en italiano que dictan la intensidad de sonido que debe tener cada sección de una pieza musical), ¿cómo interpretan, si ya está tan dictado todo en la partitura?
Bueno, todas esas piezas donde dice forte siempre puedes tocarlas fortísimo o donde dice piano podrías tocarlo pianísimo. Eso (la partitura) es una guía, a mí me pasa que no la sigo mucho por las circunstancias de la acústica, el instrumento o la cantidad de músicos de la orquesta. Hay pasajes de Tchaikovsky, por ejemplo, que dicen pianísimo (con poco sonido, “susurrando”) y yo los estoy tocando piano (en sonido bajo pero moderado), o sea, suave, y la voz de la melodía diría mezzoforte (medio fuerte), porque está la cuerda sonando toda.

Omar Mejía, forra las puntas de sus dedos con curitas para evitar que sus uñas se encarnen por la presión que ejerce sobre las teclas del piano cuando ensaya.
Omar Mejía, forra las puntas de sus dedos con curitas para evitar que sus uñas se encarnen por la presión que ejerce sobre las teclas del piano cuando ensaya.

Al igual que muchos músicos primerizos, usted debutó con una pieza de Mozart. ¿Tenía este compositor un significado especial para usted o es cierto lo que se dice: que es mejor iniciar con Mozart o con Bach porque son más fáciles de interpretar?
Esa la escogió realmente mi profesor de piano en ese momento, un excelente profesor, que era buen pianista también, solo que no era concertista como tal. Él hacía buenos arreglos, orquestaciones, transcripciones y se dedicó más que todo al ámbito comercial, él trabajaba en la radio y la televisión haciendo comerciales con un pequeño conjunto. Entonces él, que era académico, me escogió el número 20 de Mozart, que es uno de los últimos conciertos. Y mira, de fácil no tiene mucho, tiene muchos embrollos peligrosos, en el primero y en el último movimiento. A mí me encantó mucho el Mozart maduro, el de sus últimos años, pero de haber escogido yo, habría sido otra cosa, seguramente.

¿A quién?
Quizás Rachmaninov, aunque hubiera sido muy difícil para mí a los 14 años, pero uno va por lo general por lo romántico. Sin embargo, la selección fue mejor. Mozart fue una obra como escuela para mí y fue mi primer fogueo con una orquesta sinfónica. Me dirigió Esteban Servellón, recuerdo todos los ensayos. Todo valió mucho la pena, como una gran experiencia a los 14 años.

Llama la atención que mencione que habría escogido a Rachmaninov para debutar, porque años después en Inglaterra uno de los discípulos de este compositor, Cyrill Smith, fue su maestro.
Y no solo fue su discípulo, hicieron giras juntos. Cyrill Smith era muy buen pianista. Ya viejo tuvo un derrame cerebral y se le inmovilizó la mano izquierda, entonces ya no hizo carrera como concertista, porque hay conciertos para la mano izquierda, pero no para la derecha. Así que se dedicó a la docencia y tenía los alumnos más avanzados del Royal College of Music. David Helfgott fue compañero mío, no solo de clase, sino que vivíamos en la misma residencia. Helfgott es el pianista del que se hizo una película que se llamaba Shine, por el que Geoffrey Rush ganó el Óscar como mejor actor. Éramos amigos muy cercanos, tanto que yo tengo partituras de él. Recuerdo que cuando él se enfermó y se fue para el hospital siquiátrico en Australia estaba regalando sus partituras y yo le dije: dámelas, yo te las voy a cuidar, pero me las autografías.

Usted fue formado en esa escuela como concertista. ¿Qué se necesita para ser concertista, por qué no todos pueden serlo?
El concertismo es una carrera también de oportunidad, tú tienes que tener una buena formación musical. En el caso del piano, tienes que ser un pianista que tenga un buen repertorio. Para hacer carrera uno necesita aprender unos 10 o 15 conciertos. Porque un empresario te pregunta cuál es tu repertorio. Entonces, tú tienes que tener desde Beethoven, el Segundo y el Tercer concierto de Rachmaninov, por lo menos, el primero de Liszt y de Tchaikovsky. Si no los tienes, pierdes la oportunidad.

¿Quién es su compositor favorito?
Bueno, tengo varios: Rachmaninov, Tchaikovsky, Beethoven, Serguéi Prokófiev... he disfrutado mucho tocando transcripciones de Bach para piano y de los románticos: Frédéric Chopin, Franz Liszt…

Por cierto, otro de sus maestros fue alumno de Liszt.
Louis Kentner, que fue maestro mío, él era beethoveniano, grabó la obra completa de Beethoven, o por lo menos la sonata completa, que son 32 sonatas, y grabó también los estudios completos de Franz Liszt, él era heredero de la técnica de él.

Usted ha tenido la oportunidad de dar conciertos en Estados Unidos, Suramérica, Europa. ¿Cuál es el escenario que más le ha gustado?
Los públicos americanos me gustan mucho. Claro que es bello tocar en Alemania, Austria, Viena, donde hay un público muy académico y aplaude mucho. Los europeos gritan mucho, además, más que los americanos. Pero los americanos tienen salas más grandes. Además, he hecho mucha carrera tocando en salas de conciertos de universidades. Entonces es mejor cuando en el público hay pianistas.

¿Las piezas que interpreta las escoge según el público o el país en el que se va a presentar? ¿Cómo hace su selección?
Por lo general, en los recitales yo le propongo dos o tres programas al agente. Ahorita no lo tengo, pero en la época en que vivía de eso, él tenía dos o tres programas.

¿Y qué incluían esos programas?
Me gusta mucho Bach, Beethoven en la primera parte, y en la segunda Franz Liszt o Chopin, románticos. También lo he hecho con sonatas de Chopin cuando la segunda parte es obras cortas, en la primera una grande como una sonata de Chopin.

¿Tchaikovsky?
No, para concierto solo, no, solo con orquesta.

A Tchaikovsky no lo toca cualquiera. ¿Por qué es tan difícil de interpretar este compositor?
Él era buen pianista y escribió sus piezas utilizando su capacidad al máximo como pianista y, bueno, para tocar el concierto número 1, uno tiene que estar a ese nivel de técnica que tenía Tchaikovsky. Es que hay compositores que no eran buenos ejecutando, pero eran buenos componiendo, como en el caso de Beethoven, que no tiene fama como gran pianista, pero como compositor es espectacular. Franz Liszt era mejor pianista que compositor y Rachmaninov era también un gran pianista. Pero simplemente escribieron obras al nivel de su capacidad, que era muy alta.

Y a German Cáceres, de quien también ha tenido oportunidad de interpretar una de sus piezas, ¿cómo lo calificaría?
German no es pianista, él es director y oboísta. Cuando lo conocí era oboísta. Sin embargo, tiene una formación académica musical muy sólida y la composición que hizo para piano me encantó. Yo le hice varios arreglos, yo estaba invitado para un festival en Washington en el Kennedy Center. Entonces, le dije que iba a tocar su obra, pero le pedí que me autorizara modificarla, porque quería hacer lo que yo interpretaba que era más pianístico. Le quería dar cuerpo, le quería dar profundidad, más textura. Y me dijo: “Haz lo que tú quieras con la obra”. Me dio esa libertad. Lo que yo toqué en Washington es el concierto de él adaptado, pero tiene muchas cosas, no distintas, sino adicionales a lo que él escribió.

¿En qué consisten esos cambios?
El tema principal con el que empieza la obra es una melodía corta de cuatro compases (pequeñas secciones de la tonada, que están regidas por un mismo tiempo musical), pero es una melodía que tiene un acorde (conjunto de tres o más notas musicales que suenan simultáneamente) al principio y al final, dos o tres acordes. Esa melodía yo la convertí en cuatro melodías paralelas, para usar más dedos, no quiero tocar con uno solo, tengo 10, entonces lo hice armónico. (Mejía explica que agregó acordes a la partitura para adaptarla al piano, que es un instrumento en el que se tocan acordes y melodías –tonadas en las que se tocan una sola nota y no varias simultáneamente–). Cada nota tiene armónicos relacionados y tiene también un sentido. Se lo consulté a German y me dijo: “¡Me encanta!”. Eran unas notas corridas, yo las tocaba en octavas, en la misma frecuencia ponía cuatro notas en vez de una, tenía un sonido brillante y podía pedirle a la orquesta que tocara fuerte, porque yo estaba tocando muy fuerte.

¿Quién ha sido el director con el que más ha disfrutado trabajar?
He disfrutado mucho a Jorge Sarmientos, de Guatemala, él me dirigió muy bien con Rachmaninov con la Orquesta Sinfónica de Guatemala en los 80. Lo toqué dos noches y con pocos ensayos. Es el tipo de director económico que solo va a lo necesario y resuelve lo que tiene que resolver en el tiempo que le tome y lo que no hay que resolver ni lo ve, era muy práctico. Salvadoreños me han dirigido Cáceres, Esteban Servellón, Muñoz Ciudad Real; que me gusta mucho como monta los conciertos, Héctor Quintanal yJorge Velasco.

Cuando le toca interpretar acompañado de una orquesta, ¿qué le gusta de un director? De pronto con toda su experiencia con alguno no habrá quedado satisfecho.
Muchas veces lo que ocurre es que como es caro tener un equipo tan grande, una orquesta tiene 80 músicos, a veces hasta 90, entonces económicamente es costoso el montaje de un concierto. Muchas veces la frustración de un pianista es que el director, como solo cuenta con tres ensayos, le dedica un ensayo a ellos solos. Y de tres o cuatro ensayos yo lo que tomé fueron 60 minutos y él lo que utilizó con la orquesta fueron 200 minutos. Pero en este caso (con la Sinfónica Juvenil y el director invitado Stanley DeRusha), ellos le han dedicado más tiempo a Tchaikovsky, porque realmente es una obra más compleja que Ginasterra y Ticheli, entonces ha sido muy generoso conmigo. No podría reclamar ni sentirme frustrado porque hemos ensayado bastante.

Usted es el ejemplo de salvadoreño exitoso en un área muy descuidada en el país, pero usted hizo carrera. ¿Cree que es posible que las nuevas generaciones logren instituir esta cultura en el país?
Definitivamente, aquí ya está ocurriendo. Lo importante es que haya motivación como la hay ahorita con el Sistema de Coros y Orquestas, que ha sido un éxito espectacular. Me encanta que estoy trabajando con los muchachos, aunque yo quiero mucho a German y a los músicos, son mis amigos. Sin embargo, estos muchachos están tocando con corazón. Le han puesto emoción, voluntad. Hay muchos filarmónicos que están un poco desmotivados y tocan de forma mecánica y en los ensayos son muy secos. Estos muchachos no, le ponen todo lo que pueden.

Y usted, además de la música clásica, ¿tiene algún otro gusto musical?
Me gusta el jazz, no lo toco, pero me gusta escucharlo. Viví en Nueva York 10 años y yo iba a muchos escenarios en Soho, la zona de jazz en Nueva York, para mí era muy cómodo salir a cenar escuchando un buen trío o quinteto de jazz. Me gusta mucho, pero es una actividad en la que no participo, solo lo escucho.

¿Y tiene usted algún tipo de placer culposo en relación con la música popular?
No, la música popular tiene su ubicación en la cultura y en ese sentido la disfruto, la música mexicana, inglesa. Yo tengo muy poco tiempo para conocerla. En ese sentido, a veces ya he preguntado quién es ese músico o cantante y me dicen: '¿Tú no sabes quién es Lady Gaga?' o así. Y bueno, vi una foto, pero no sé cómo canta. Sin embargo, cuando tú estás en medio de una fiesta escuchas ese tipo de música. Yo disfruto la música de Broadway, que son actores que cantan y cantantes que actúan. Me gusta ese estilo de música donde se mezclan el teatro, la danza y la música.

¿Usted vive plenamente de esto, esta es su carrera?
Académicamente, es lo único, es mi formación. Tengo ingresos que provienen de otras cosas, pero eso no tiene nada que ver con la música.

Y en Venezuela, ¿a qué se dedica?
Hay una cantidad de horas que son obligatorias para mantener los dedos en forma para los conciertos, pero también superviso mis empresas, dos industrias de alimentos. Una de mis empresas es Agroalimentos y la otra es Mittler’s Commodities, que son empresas que procesan materias primas alimentarias. Y funcionan bien, están en buenas manos, son exitosas. Tienen 25 años, ya están establecidas, solo funcionan en Venezuela. También he dado conciertos allá, recitales, en el interior y en Caracas, y en Maracaibo, que toqué con la Orquesta Sinfónica de Maracaibo, me dirigió David Rahn en el teatro de Maracaibo.

¿Y con su esposa comparten la pasión por la música?
No, no está relacionada con la música. La conocí hace 25 años en una reunión de abogados, en donde ella estaba como asistente, aún estaba estudiando, y rapidito terminó casada conmigo ja, ja, ja. Pero ya había estado casado antes, con otra venezolana: soy reincidente. A mi primera esposa la conocí en Roma, yo tenía 20 años y en Italia la mayoría de edad era 21, así que no podía casarme ahí, tuvimos que ir a Londres. Si yo me hubiera esperado tres meses ya hubiera tenido 21 años y nos habríamos casado ahí. De ese matrimonio salieron tres niños.

¿Y alguno de ellos se dedicó a la música?
Ninguno. Todos estudiaron un poquito. La mayor tocaba oboe en la banda militar, ella estudió en una academia militar en Nueva York; la de en medio tocaba clarinete, también en la banda del colegio, pero ninguna es profesional. Todas estudiaron distintas carreras.

¿Y a usted le gustaría tener un discípulo, alguien que siguiera su técnica?
No soy profesor. Lo he intentado, pero con principiantes nunca he podido, más bien los ahuyento, ja, ja, ja. Porque soy muy estricto. Mis hijas, por ejemplo, iban bien pero no pude entrar en el ritmo de ellas. Me frustraba yo y las frustraba a ellas. Sin embargo, muchachos ya formados, eso sí me gustaría, me siento más cómodo, porque ya no les voy a enseñar nada, solo voy a enriquecer. Martín Jorge, el director titular de la Sinfónica Juvenil, lo ha hecho de una forma espectacular, esa carpintería que no mucha gente está dispuesta a hacer ni en la capacidad de hacerlo. Cuando viene un maestro de fuera, ya toda la parte enredada la hizo Martín. En ese sentido, la misión del director titular es muy valiosa.

Omar Mejía, pianista salvadoreño.
Omar Mejía, pianista salvadoreño.

¿Si la Secretaría de Cultura le propusiera venir a dar clases de forma permanente, usted aceptaría?
Sí, claro que sí.

Usted ha dicho en otras entrevistas que se ha quedado en Venezuela por la variedad de opciones de entretenimiento cultural que ese país le ofrece. En El Salvador, sin embargo, la oferta es menor. ¿Aún así aceptaría?
Ah, sí, claro. Este es mi país, a mí me encanta El Salvador, uno se siente muy muy en casa, a pesar de todo el tiempo que tengo de vivir fuera. Y hacer una contribución en ese sentido con muchachos de talento, yo encantado, claro que lo haría.

¿Cuánto le cobraría a El Faro, por ejemplo, por dar un recital?
Yo ya no estoy viviendo de la música, los honorarios de los músicos para darte una referencia, andan entre 2 mil y 5 mil dólares, por concierto. A veces eso se hace mínimo cuando te pagan todo: pasaje, estadía, pero para eso está el empresario que te hace esos paquetes. Si se organiza algo, el tema del dinero para mí no sería un punto de negociación.

Es decir que si yo le ofrezco 2 mil dólares y con eso usted se tiene que cubrir su boleto y su estadía, ya podríamos cerrar el trato.
Sí, está bien.

Explíquenos: ¿cuál es el cuidado que debe tener un pianista con sus manos?
Tienes que ser cuidadoso y en mi caso es importante no exponer tus muñecas y tus dedos a ciertos esfuerzos. Por ejemplo, hasta levantar el banquillo del piano. Yo le pido a los muchachos que me ayuden porque no vaya a ser que por estar haciendo esfuerzos por otra vía me lastime la muñeca. Trato de no estresarla más de lo necesario. La tapa del piano también pido que me la levanten. Me gustaba el tenis, pero llegó un momento en el que sentí que la muñeca me estaba molestando, entonces lo abandoné por prudencia.

¿Y alguna vez se ha fracturado?
De niño, nada más, una pequeña fisura (Mejía muestra su antebrazo izquierdo). Pero nunca me ha molestado. Hay gente que cree que soy zurdo. Lo que sucede es que he desarrollado la técnica en ambas manos.

¿Y hay ventaja en ser zurdo o diestro?
Tener fuerza en la izquierda, de tener dominio sobre ella es muy difícil, porque es ahí donde van las cuerdas largas, los bajos (notas que se tocan en octavas, es decir, que el pianista debe extender su mano de manera que esta abarque desde un punto hasta otro en el piano ocho teclas). Es importante tener mucho dominio sobre ella.

Nos llamó la atención durante el ensayo que, a pesar de tener la partitura sobre el piano, rara vez volvía su mirada hacia ella. ¿Eso depende de la pieza que esté tocando o ya todo lo tiene en su memoria?
Yo solo toco obras que están completamente memorizadas. He viajado, incluso, sin la partitura.

¿Cuánto tiempo le toma memorizarlas?
Depende. Por ejemplo, un concierto puede tomar un mes o más. Pero tienes que memorizar no solo la parte de piano, sino la parte de la orquesta. Tú no puedes desconocer que ahí entran flautas, oboes y las cuerdas.

¿Y memorizar o no la partitura influye en que alguien sea mejor pianista?
Claro, es una ventaja gigantesca. Primero porque tú ya sabes lo que viene. Imagínate un actor que esté leyendo, no es lo mismo que se lo sepa de memoria. Y, luego, la libertad que tú tienes: puedes hasta cerrar los ojos.

¿Y esa memorización se hace con las distintas variaciones de sonido? Es decir, si es piano, ¿pianísimo…?
Uno memoriza las notas, no puede memorizar la expresión de las notas, esa expresión ocurre en los conciertos. En los ensayos uno asume lo que va a hacer en el concierto.

¿Y habrá casos en los que el director es demasiado cuadrado y si en la partitura dice piano no puede ser pianísimo?
Bueno, ellos tienen que ser estrictos con la orquesta. Con el solista no.

¿Cuántas partituras ha memorizado?
Tengo entre 12 y 14 conciertos memorizados y unos seis recitales. 20 programas, 20 noches, distintas. Eso es lo que he tocado, lo que he fogueado bastante.

¿Ya se ha propuesto alguna vez componer algo?
No, mi vocación y mi actividad ha sido la ejecución. He hecho transcripciones para piano, pero no he compuesto nunca nada. Similar a lo que podría ser un actor y un dramaturgo. Yo soy el actor.

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