Opinión /

Pinochet en la memoria


Martes, 10 de septiembre de 2013
El Faro

Hace cuarenta años, el general Augusto Pinochet Ugarte transmitía por radio las órdenes de bombardear el Palacio Presidencial chileno, meter en un avión al presidente Salvador Allende y derribar la aeronave en pleno vuelo. No fue necesario, porque Allende murió en La Moneda.

Pinochet se supo entonces por encima de la ley. Y pronto, muy pronto, pensó que él era la ley. Con el apoyo de la Casa Blanca de Nixon y Kissinger, de la CIA y de sus compañeros de armas en América Latina, convirtió a Chile en un país de presos políticos, de detenidos, de desaparecidos, de asesinados. Chile fue entonces una terrible dictadura con servicios de inteligencia y cuerpos especiales que perseguían a sus opositores incluso fuera de sus fronteras. Y los eliminaban. Y los arrojaban al mar. Chile se convirtió en un campo de entrenamiento para militares latinoamericanos, aprendices de asesinos y torturadores

El general intentó disfrazar su matonería con medallas y honores, con lujos y discursos de salvador de la patria. Con cenas de gala con la elite chilena. Con propiedades. Con poder. Cuando por fin dejó la silla presidencial, se aseguró un puesto vitalicio en el Senado y el cortejo de su ejército. Y parecía que el dictador pasaría tranquilo sus últimos años asistiendo de vez en cuando a homenajes y cenas en su honor en las que podría lucir sus medallas.

Pero aquel hombre que alguna vez lo controlaba todo terminó sus días intentando evadir la justicia. Primero la internacional, internándose en una clínica londinense; y luego la chilena, acusado de malversar más de $20 millones de dólares del erario público. Asesino, torturador, dictador y autor de crímenes de lesa humanidad; fue necesario agregar ladrón y corrupto.

Esta es la imagen de Pinochet que quedará escrita en la historia chilena. La del autor de sus páginas más vergonzosas; la del vulgar ladrón uniformado que intentó aplastar la dignidad de los chilenos operando una máquina de muerte. Pero que al final terminó en el cementerio de los indeseables. Según recientes encuestas, 76 por ciento de los chilenos lo consideran un dictador y apenas el 9 por ciento cree que su régimen fue bueno para Chile.

La muerte, hace siete años, lo libró de la prisión. Así escapó Pinochet de la justicia. Pero no del juicio de la historia. La dignidad, después de tanto dolor, se impuso en Chile.

Lo mismo comienza a pasar en el resto del hemisferio. Videla murió encarcelado en Argentina. Ríos Montt fue enjuiciado en Guatemala. También aquí el tiempo, poco a poco, va poniendo las cosas en su lugar. En un mes, uno de los militares acusados de participar en el asesinato de los sacerdotes jesuitas de la UCA, en 1989, ingresará a una prisión en Estados Unidos. El juez lo consideró culpable de más de mil violaciones de derechos humanos. Sus compañeros de armas aguardan protegidos en una prisión llamada El Salvador, porque tienen una orden internacional de captura. Podrán librar la justicia, pero no el juicio de la historia.

Con el tiempo vamos coociendo también la responsabilidad de los gobiernos estadounidenses en el respaldo a golpes de Estado, a prácticas de lesa humanidad, a regímenes militares en todo el hemisferio. El juicio de la historia también les alcanzará.

Como a Pinochet, con esa imagen que de él queda hoy en la memoria colectiva de los chilenos. Esa también es una manera de aprender y heredar lecciones.

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