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El armero de Alepo

Mientras gran parte de los sirios ven sus vidas empobrecidas por la guerra civil que devasta el país desde hace 30 meses, Abu Mohamad prospera vendiendo armas de todo tipo, desde cohetes hasta espadas, a los rebeldes en Alepo, la ciudad más importante del norte de Siria, parcialmente controlada por el Ejército Sirio Libre.

Jueves, 26 de septiembre de 2013
Antonio Pampliega (AFP) / El Faro

Abu Mohammad posa al interior de su armería en el barrio Fardus de Alepo. Los rebeldes del ESL son sus principales clientes, y el negocio, dice, va viento en popa. Foto JM López (AFP).
Abu Mohammad posa al interior de su armería en el barrio Fardus de Alepo. Los rebeldes del ESL son sus principales clientes, y el negocio, dice, va viento en popa. Foto JM López (AFP).

Alepo, SIRIA. “La guerra es un muy buen negocio”, declara sin pudor Abu Mohamad, un hombre de 39 años y propietario desde hace siete meses de la única armería del barrio de Fardus (en la zona oriental de Alepo), ubicada entre puestos de verduras y hortalizas. “Quería ayudar a los rebeldes porque no tenían ni armas ni munición”, comenta Mohamad, un empresario que admite ganar 50,000 libras sirias al día (unos 370 dólares), mientras comienza a colocar varias granadas sobre el mostrador de su tienda.

Este rebelde luchó nueve meses con el Ejército Sirio Libre (ESL, una fuerza opositora al régimen de Bashar al Asad), hasta que fue herido en una pierna. “Me alcanzó metralla y me tuvieron que cortar un trozo de hueso. Ya no puedo combatir y por eso se me ocurrió la idea de abrir esta tienda”, dice.

En las paredes de la tienda están expuestas armas de diferentes calibres y precios. Pistolas calibre 9mm y fusiles Ak-47. “Fabricados en Iraq y en Rusia. Cuestan entre $1,500 y $2,000, dependiendo de la calidad”, apunta el hijo de Abu Mohamad.

“También tenemos uniformes militares, botas, máscaras de gas, walkie-talkies. La mayor parte del material viene de Turquía”, agrega el joven, de 20 años y, él sí, combatiente rebelde. “Me gusta trabajar con mi padre porque me encantan las armas”, explica con la misma naturalidad con la que un joven de Barcelona justificaría su afición por el Barça.

Mohamad Asis, de 43 años, llega acompañado por dos compañeros de armas. Busca munición para un fusil, aunque también está “buscando uno nuevo, pero estos modelos no son muy buenos y son excesivamente caros”, dice mientras saca un fajo de billetes y coloca sobre el mostrador 15,000 libras sirias (110 dólares) por 150 cartuchos. “A 100 libras cada uno”, se lamenta, “la munición es lo que más escasea y por eso es tan cara”.

“El 90% de mis clientes son combatientes rebeldes”, señala Abu Mohamad. “Lo que más vendo es munición de diferente calibre que es lo que escasea. Cuando los rebeldes toman una base del Ejército, vienen a mi tienda y me cambian las armas por munición”, explica.

Algunos clientes buscan material especializado, como uno que examina miras telescópicas. “Estamos buscando una que nos permita localizar a los francotiradores en el frente”, comenta un combatiente.

Otro cliente acude con tres espadas y se las muestra a Abu Mohamad, quien las desenvaina y comprueba la calidad del acero. “También compramos armas a los vecinos, hay mucha gente que necesita dinero para alimentar a sus familias; antes de la guerra había gente que coleccionaba armas o que las guardó después del servicio militar y como no las van a usar me las traen para que les dé algo de dinero por ellas”, dice.

Aunque el grueso de su clientela son rebeldes, los civiles también suelen acudir a su establecimiento en busca de munición o de armas. “A los civiles solo les vendo armamento para cazar o pistolas 9 mm. Jamás les vendo armamento de guerra”, afirma.

Más de un año después de la batalla de Alepo, la metrópolis del norte de Siria que en una época fue centro económico del país está ahora dividida en una zona controlada por el régimen y otra en manos de los rebeldes.

Los que no abandonaron la ciudad deben hacer frente no solo a los combates cotidianos y a la lucha para sobrevivir, sino también a los robos y asaltos de grupos criminales. “Vengo a comprar una pistola. Viendo los tiempos que corren prefiero estar armado para proteger a mi familia”, comenta un hombre de 65 años que acude acompañado de su nieto pequeño.

El armero de Alepo, además de comerciante, también es artesano y se encarga de arreglan armas. “Siempre me ha gustado reparar armas y fabricarlas. Es una de las pocas cosas que se me dan bien”, sentencia con una sonrisa.

© Agence France-Presse

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