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“El teatro salvadoreño tiene fiebre”

Tatiana de la Ossa es la directora de teatro que más ha destacado en las tablas salvadoreñas en las últimas décadas, un mérito encomiable en una posición profesional protagonizada por hombres. Es una artista emprendedora que explica cómo el teatro puede ser autosostenible comercialmente sin comprometer la calidad artística. Lideró hasta febrero de este año el proyecto Esarte, en Suchitoto, una idea que la hizo entrar en controversia con los líderes tradicionales del pueblo y también con algunos colegas.


Lunes, 25 de marzo de 2013
Sergio Arauz y Élmer L. Menjívar

En primera persona

Soy gestora cultural, mujer, madre y esas tres cosas han hecho de mi vida una gran experiencia para las búsqueda de soluciones sociales a través de las artes. Creo que tengo una misión en la vida y es contribuir de alguna manera a mejorar las condiciones en que viven los seres humanos. ¿Cómo? Como lo que he estado haciendo, tengo un deber social y me gusta tenerlo.

Hay dos adjetivos que no se le ajustarán nunca a la vida de Tatiana de la Ossa: sedentaria y tranquila. Su madre es salvadoreña, su padre es un costarricense de origen colombiano. Ella nació en México y ahí creció, pero al cumplir 13 años su familia se fue a Colombia, luego a Guatemala, donde terminó su bachillerato. La gira siguió y pasó por Costa Rica y Estados Unidos, entre otros destinos, “esos son los lugares donde más he vivido”, aclara, porque otros han sido sólo temporadas: “he vivido en más de 20 casas, y me acuerdo de todas”. Su padre, Álvaro de la Ossa, era un economista que trabajó con Naciones Unidas y con la Comisión Económica para la América Latina (CEPAL). Su mamá se llama Celia Osegueda, eran cinco hermanos, una familia grande, “una caravana completa” viajando constantemente, cambiando constantemente y lidiando con los conflictos respectivos. Pero sus padres habían encontrado hace tiempo maneras radicales para solucionar conflictos. “Cuando mi mamá y mi papá se conocieron en la universidad, pasaron los primeros tres años peleando, parece que no se aguantaban, hasta que se casaron (risas). Claro, fue una solución muy radical para solucionar los conflictos (más risas), pero institucionalizar el conflicto es una manera de superarlo”. La diplomacia de viajeros es también cosa de familia: su abuelo, Félix Osegueda, fue embajador de carrera de El Salvador, y junto con su abuela, Elvira Jiménez, también fueron errantes por un buen tiempo.

Tatiana lleva 12 año viviendo en El Salvador haciendo teatro. Pero el camino para llegar al El Salvador y al teatro tampoco fue el más corto. Empezó estudiando antropología en Costa Rica, solo cursó dos años, durante los cuales fabricaba aretes, tallaba en madera y hacía pirograbado para vendérselos a sus compañeros en la universidad. “Yo pintaba mucho –lo sigo haciendo–, a mí me gustaba más la artesanía y las artes plásticas, pero antes de iniciar la universidad no sabía qué es lo que quería hacer y opté por hacer la carrera, no porque quisiera realmente estudiar antropología”. Pero fue por una investigación durante esa carrera que encontró a una señora que un día le dijo: “La voy a llevar a un lugar que creo que a usted le va a gustar”, y la llevó a una comunidad indígenas en una explanada “donde estaban todos los mayordomos con sus trajes negros, sus bastones con sus chapas de plata, tocando violines, hablando y discutiendo; en otro lado gente probándose vestuario, era una escena lindísima, en otro lado estaba todo el mundo preparando tamales, un café que se hacía del maíz, era una comunidad completa trabajando en función de un solo evento. Todos estaban trabajando en una división muy clara de labores para preparar una danza y después hubo un ensayo y entonces me dije “yo tengo que hacer esto” y tomé la decisión de pasarme a estudiar teatro, eso fue en 1979”.

Estudió actuación los primeros tres años en la Universidad de Costa Rica, luego se pasó a la Universidad Nacional de Costa Rica para sacar ahí la carrera de dirección, terminó sus estudios en 1985. “Tengo un título del Bachillerato Universitario en Artes Escenográficas, que en Costa Rica vale como una licenciatura”, nos explica. Trabajó desde entonces haciendo teatro y como catedrática. Un día grandes empresarios salvadoreños la invitaron a dirigir el espectáculo teatral más caro que se había hecho en El Salvador hasta ese entonces, así entró por la puerta grande y empezó a quedarse en los escenarios salvadoreños. Quisimos saber cómo vive desde entonces dedicada a una profesión artística que la mayoría de la gente no se imagina en qué consiste exactamente...

Tatiana de la Osa. Foto Mauro Arias
Tatiana de la Osa. Foto Mauro Arias

¿Cómo traducirías tu profesión a un trabajo con el que la gente se identifique?
¡Ay, qué difícil! ¡Pero qué bonita pregunta! La gente tiende a compararlo con el director de orquesta porque lo ven dirigir con su batuta, pero eso no muestra todo el proceso previo. El director es como el diseñador de zapatos y el zapatero, piensa el material el color, el tamaño, la forma, el pie, la necesidad de la persona, el peso, el color que quiere, después busca el material adecuado para hacerlo, la textura, el cuero, si se va a forrar, si se va a poner con ojetes, y una vez que ha pensado en el zapato y en el detalle del zapato, puede trabajar con un equipo de zapateros, cada uno va a hacer una parte y al final vamos a ensamblar juntos un zapato, para que cuando llegue alguien a probarse el zapato –en este caso el público llega a ver la obra de teatro- le calce perfectamente y le sea placentero y útil… me parece la profesión que explica más como es dirigir teatro.

Un zapato sirve para caminar ¿Para qué sirve el teatro?
Ahí está la diferencia entre la producción en serie de zapatos a la carrera, y a hacer un zapato que realmente complazca. Ambos se usan, pero hay diferencias sustanciales. Así hay teatro en serie para entretenerse y teatro que es útil para la reflexión, útil porque te produce cambios en el estado de ánimo. El otro día tuvimos un espectáculo con Vittorio, todo tenía que ver con la prevención de violencia, el espectáculo de Vittorio era muy violento digamos, porque los payasos se pegan y sacan cuchillos y se queman…

¿El de “El diavolo de la muerte'?
¡Exacto!.. Pero la gente se rió tanto y salió unida, contenta, comentando. Es una utilidad que no se ve como la del zapato, pero que tiene un impacto tan grande, como decía García Lorca: “El teatro es un perfecto termómetro para ver cuál es el estado del alma de una nación”, y cuando vemos el estado del alma de nuestra nación podemos decir que hasta ahora los “zapatos” no se han pensado para el público. Hay un sector de colegas de teatro que hacen un teatro muy hermoso, pero lo hacen como para sí mismos, para el círculo, y eso pasa en todas partes del mundo. Luego está lo que está hecho solo para que nos dé risa, una complacencia externa que no produce mayor utilidad.

¿Y para usted cómo está el alma de nuestra nación?
El Salvador está enfermito. Enfermo de varias cosas, hay resentimientos históricos no resueltos, la gente no le dice nada a un político cuando este dice algo que no le gusta, lo ve, da media vuelta y se reúne con su familia o amigos en el bar y ahí se desahogan, pero en el momento en el que están frente a la persona a la que deberían decirle algo, siempre hay silencio. Estos silencios son resultado de educaciones autoritarias de siglos machacadas por sistema educativo que tenemos que no está atendiendo a la gente joven y a la niñez de la manera más adecuada.

¿Qué falta?
Las artes no han estado presentes en la formación de la mayoría de salvadoreños en los últimos años. Todavía seguimos hablando en las escuelas casi exclusivamente de nuestros grandes escritores de los años treinta y los años cuarenta. En los sesentas nos abrimos hacia el mundo y todo en la configuración de este país cambió, fue un punto de cambio sustantivo. El país se sumó al progreso, a la industria, abandonó el trabajo agrícola, abandonó la educación más personalizada y desde entonces se han ido perdiendo los contactos, se fue aumentando la diferencia social y económica; se generaron más distancias entre las personas. Por eso me gusta usar el término “resentimiento histórico”, y no me refiero a lo que tradicionalmente se usaría para ese término. Esos silencios dolorosos que abundan en El Salvador, son lo que me parece que el teatro puede ayudar a sanar.

¿El silencio es el síntoma más grave?
Yo pienso que es muy grave porque el silencio acumula ira. Al finalizar la guerra, uno de los mayores faltantes ha sido un proceso de sanación y reconciliación. Una amnistía no sirve para nada si no va acompañada de otras cosas que no llegaron. Hay que terminar procesos, las guerras producen estados de miedo en las personas y eso se graba y produce un estado emocional que te mantiene alerta y te mantiene con la respiración permanentemente agitada. Veamos como la gente en la calle le chifla a uno “la vieja” y le hace señas con las manos, la gente se baja y le pega un tiro al vecino, le choca, le tira el carro a otro, si baja uno la velocidad te madrean, por supuesto siempre a las mujeres las madrean más que a los hombres.

¿Y cómo es que las artes ayudan ahí?
Las artes abren, hacen que la gente explote y hable, que diga, que exprese de una manera sana, constructiva, que diga lo que necesita decir, se pueden establecer diálogos a través del arte.

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Tatiana de la Osa. Foto Mauro Arias

Su diagnóstico es el silencio ¿El antídoto es el arte?
Ese es uno de los antídotos. Por supuesto haría falta la terapia, en las escuelas se necesita acompañamiento psicológico, trabajadores sociales permanentes. Hay un abuso muy grande de maestros hacia alumnos por su posición de autoridad y para desarrollar una cultura de paz, que es lo que tendríamos que trabajar en este país, necesitamos trabajar con cosas que sean concretas, no necesitamos discursos sobre la paz, necesitamos acciones concretas para desarrollar una cultura de paz. Necesitamos mejorar la estética de las escuelas, ¡parecen cárceles! Y mejorar las condiciones de estudio de los niños, los espacios de juego, que pueden hacer y que no pueden hacer, cómo acompaña uno la disciplina a la hora del recreo, parecen policías cuidando a los niños. El sistema mental con el que estamos creciendo es completamente penitenciario.

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