La sala se puede dividir en dos. Si se le mira desde la entrada de los asistentes, al frente está la jueza en su tarima. Abajo, a la izquierda, los dos generales y sus abogados; a la derecha los representantes de la parte acusadora: el Ministerio Público y las dos organizaciones civiles (CALDH y AJR) que abrieron el proceso en representación de las víctimas ixiles.
Atrás, como en graderías de cine o teatro, hay filas de butacas dispuestas para asistentes a los juicios. Estos suelen repartirse, en las filas frontales, entre quienes acompañan a la acusación y a los acusados.
Las primeras filas de la derecha, frente a los fiscales y acusadores, están ocupadas por unas cuarenta mujeres ixiles. Les han proporcionado audífonos, unos Beets de Dr. Dree de colores, tan de moda que contrastan con sus trajes tradicionales con diseños que han ido heredando desde antes de que Guatemala fuera una república o siquiera una Capitanía General. Llevan en la cabeza los tocados en trenzas y coletas de tela que las distinguen de otras etnias.
A través de los audífonos una intérprete narra el juicio en ixil. De tanto en tanto se entrometen algunos términos familiares como “guerrillero”, “marzo', 'patrullas', 'aldea', 'artículo', 'capitán'. Palabras que no existen en ixil y por tanto son pronunciadas en español. No hay audífonos para todas. Muchas de ellas no entienden lo que hablan la jueza y los abogados y los peritos, pero no le quitan la mirada de encima al general Efraín Ríos Montt.
No todas las que han venido son mujeres ixiles. “Hay mujeres de otras etnias, pero han venido con el traje ixil en solidaridad con ellos”, explica Rigoberta Menchú, la Premio Nobel de la Paz, que liberó tres meses de su agenda para asistir al juicio.
Atrás de ellas, otros tantos hombres ixiles. Algunos visten camisas con logotipos de fábricas estadounidenses, compradas de segunda o tercera mano en las pacas de Nebaj para venir mejor vestidos a la capital; pantalones con zurcidos de remiendo, manchados. Llevan sombreros y calzan zapatos que les quedan grandes, sin calcetines. Las manos callosas, las uñas rotas, los dedos con cicatrices. Las palmas duras. Les quedan pocos dientes o pedazos de ellos, aferrados con terquedad a las encías a pesar de que sus colores amarillentos y negros delatan que ya no deberían estar ahí.
Son los sobrevivientes y herederos de siglos de marginación política, económica y social; de represión policial y militar; de este mismo sistema que ahora utilizan para enjuiciar a dos generales del ejército de Guatemala. Han tenido que esperar al siglo XXI para exigir sus derechos de ciudadanos y demandar justicia en las instituciones que siempre han administrado los ladinos. Y en su propio idioma.
Han venido en buses, en viajes de entre seis y nueve horas, desde la región conocida en los planes militares como el triángulo ixil, compuesto por un territorio al norte del departamento del Quiché, entre la sierra de los Cuchumatanes y la de Chamá. Tres poblados principales delimitan el área: Nebaj, Chajul y Cotzal.
Entre 1981 y 1983, según la Comisión de Esclarecimiento Histórico, entre 70 y 90 % de las aldeas en esta área fueron destruidas y el 23 % de la población ixil desapareció a manos del ejército o de los paramilitares. En la parte que corresponde al gobierno de Ríos Montt, las Patrullas de Autodefensa Civil, organizadas y armadas por el ejército bajo sus órdenes y las de su Estado Mayor, también participaban de las matnzas y recibían órdenes precisas de asesinatos.
Tres planes militares consignan las órdenes y los objetivos de las misiones del ejército: Operación Ceniza 81, Victoria 82 y Operación Sofía. El primer plan fue diseñado y ejecutado bajo las órdenes del presidente general Romeo Lucas García, depuesto por Ríos Montt. Entre ambos gobiernos se distribuyen la mayor cantidad de masacres durante el conflicto guatemalteco. La Comisión de Esclarecimiento Histórico atribuye a este periodo 90 masacres en el triángulo ixil.
“Hemos venido aquí porque cuando nos muramos esto ya no se podrá contar”, explica Domingo Raimundo, uno de los sobrevivientes ixiles que ha venido al juicio. “Cuando gobernó ese señor nos pusieron como animalitos, que tenemos cachos, que tenemos cola. Justicia queremos ahora”.
En el conflicto guatemalteco se estima que murieron entre 150 mil y 200 mil personas. El 83% de ellas fueron indígenas. Casi ninguno murió en combate. Pero lo que hace especial al triángulo ixil es la ferocidad con que el ejército atacó a su población. ¿Lo hizo de manera sistemática, buscando la erradicación de los ixiles, de su cultura, de su identidad? Eso es lo que pretende demostrar la fiscalía. Y, además, demostrar que Ríos Montt, por responsabilidad de mando, no solo sabía sino que avaló el genocidio. Y que el general Rodríguez Sánchez, el jefe de inteligencia, participó directamente en la planificación, y firmó, el plan Victoria 82, que consignaba la misión del ejército en esa zona.
De la condición de víctimas de los ixiles ni siquiera los acusados dudan. “¿Usted cree que no me duele escuchar todo lo que les pasó? Solo que yo no fui”, me dice en un receso del juicio el general Rodríguez Sánchez. “¿Y acaso metiéndome preso les van a quitar su miseria?”
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