México tiene hoy, por diversas razones, una importancia muy grande en la vida centroamericana. Del tamaño de su economía y la presencia de sus productos a su influencia en los organismos internacionales, las decisiones que toman sus líderes y los problemas o ventajas que de ellas emanan tienen repercusiones directas en estos países. A eso hay que agregar que México es el lugar de paso de migrantes centroamericanos en marcha hacia Estados Unidos, y hoy sus organizaciones criminales extienden sus redes hacia esta región.
El fin de semana pasado, los cuatro candidatos a la presidencia de ese país se presentaron en televisión para debatir en vivo sobre sus ofertas de gobierno; fue el debate más visto en la historia de ese país, transmitido al resto de América Latina a través de sistemas de cable, muchos de los cuales son propiedad de otro mexicano, el hombre más rico del mundo.
Los candidatos hablaron principalmente de economía y de cómo generar empleos; coincidieron en la necesidad de atraer inversiones y de fomentar programas de apoyo a la familia mexicana. Uno de ellos utilizó varias intervenciones para 'desafiar' a los otros a comprometerse a crear un instituto cultural en el servicio exterior mexicano.
Lo extraño fue que ninguno de ellos hizo referencia a los más de 60 mil muertos producidos por la guerra entre los carteles de la droga y las fuerzas de seguridad públicas. El narcotráfico, la violencia que genera y el desafío que presenta para el Estado, ni siquiera merecieron una breve intervención de ninguno de los candidatos.
Desde América Central, hoy convertida en corredor y bodega del narcotráfico en su ruta desde Sudamérica hasta Estados Unidos, parece inconcebible que los candidatos a presidir el hogar de quienes controlan hoy el negocio de lo ilegal no vean un problema que nosotros vemos crecer. Y que crece no porque los narcotraficantes estén huyendo a Centroamérica, como algunos claman, debido a un supuesto éxito en las políticas de combate en Colombia y México. No, no se trata de un efecto 'cucaracha fumigada', sino del aumento de operaciones y la expansión de los carteles a nuevos territorios. Su presencia aquí, pues, obedece a su éxito y el crecimiento de sus negocios.
En Colombia las noticias dan cuenta de la presencia del Cartel de Sinaloa, y en Guatemala de los Zetas. En Honduras aumentan los aterrizajes de avionetas y Costa Rica se declara en crisis de seguridad pública por la presencia del narcotráfico. De los carteles que en el mismo México tienen totalmente penetrados y controlados gobiernos estatales, municipales y mandos clave en el gobierno federal. Hace pocas semanas fueron capturados cuatro generales del ejército mexicano acusados de colaborar con el narcotráfico; estos días soldados y policías allanan más de 30 propiedades pertenecientes a dos ex gobernadores de Tamaulipas acusados de narcotráfico y de homicidio contra políticos rivales.
La guerra emprendida por el presidente Felipe Calderón contra el narcotráfico es hoy noticia mundial, y los efectos de ella, y el crecimiento de los carteles, y la corrupción de todo el sistema está ya también penetrando con pasmosa velocidad en América Central.
En México la situación es hoy tan caótica que el próximo presidente, salvo que esté aliado con el crimen organizado, no tendrá la capacidad ni el poder que tuvieron anteriores presidentes. Hoy el gobierno federal tiene poca incidencia en los municipios y los gobiernos estatales controlados por el narcotráfico. El crimen organizado es el principal desafío al Estado mexicano.
Aún así, los candidatos presidenciales de México y los organizadores del debate parecieron haber pactado de antemano no referirse al tema. Solo eso explicaría que el principal problema de México estuviera fuera de la agenda del debate y fuera del discurso de los candidatos. Que les pareciera más importante hablar de la creación de un instituto cultural en el servicio exterior que los más de 60 mil muertos por causa de una política de combate al crimen organizado que será heredada por quien resulte ganador. Y por nosotros.