El Ágora /

“Yo creo que hubiese sido golpista”

Este californiano encarna al clásico corresponsal de guerra: si estallan las hostilidades en Libia o Iraq, ahí estará Anderson. Cubrió la guerra civil salvadoreña y regresa a El Salvador tras más de un cuarto de siglo, pero esta vez no para cubrir violencia: este sábado cerrará con una conferencia el Foro Centroamericano de Periodismo 2012, y con este motivo El Faro republica esta entrevista que nos concedió en octubre de 2009.

Jueves, 17 de mayo de 2012
Alexis Henríquez / Fotos: Alexis Henríquez

Jon Lee Anderson. Foto Mauro Arias
Jon Lee Anderson. Foto Mauro Arias

Jon Lee Anderson es una especie de Indiana Jones al que le gusta escribir de sus andanzas por el mundo. Las primeras que hizo para ser publicadas ocurrieron en El Salvador, cuando el país estaba sumergido en una guerra interna y los corresponsales de prensa llegaban a buscar qué contar. Para entonces corría unas veces al lado de la organización FPL o del Batallón Atlacatl. Dice que en esos años buscaba hacerle solo una pregunta al mayor Roberto d'Aubuisson y que, cuando finalmente se la hizo, pensó que el fundador del partido Arena iba a matarlo. Frecuentaba el bar “El Paraíso” –ese mismo donde dicen que Roque Dalton alguna vez escribió poemas–, con el fin de despejar su mente de la guerra y tomar Tic Tack con jocotes por boquitas. “¿Todavía hacen ese guaro?”, pregunta entusiasmado este estadounidense que cayó en el periodismo cuando buscaba trabajo en Perú, a la edad de 22 años. A lo largo de estos 30 años se forjó una carrera exitosa y un estilo narrativo propio para dar bien las malas noticias -como las “18 ó 20” guerras que ha cubierto- o perfilar a líderes y dictadores de la última mitad del siglo XX como el Che Guevara, Augusto Pinochet, Charles Taylor, Sadam Husein y Hugo Chávez.

Nació en California, pero asegura que fue concebido en una casa de la colonia Escalón, de El Salvador, país al que llegaron sus padres hace más de medio siglo porque su papá había sido asignado para trabajar como asesor agrícola. Lo que no esperaba el señor era que en lugar de trabajar con los campesinos lo pusieran a asesorar a “una de las 14 familias” Se asqueó y se fueron . Pero Jon Lee volvió para cubrir la guerra interna en El Salvador. En esas andaba cuando conoció al mayor Roberto d´Aubuisson. “Era espeluznante presenciarlo en persona. Era absolutamente malvado”, dice, al recordar un episodio del que salió convencido de que el fundador del partido Arena iba a asesinarlo por hacerle una pregunta políticamente incorrecta.

Este maestro de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano -la que creó el escritor Gabriel García Márquez- ha pasado sus últimos años en Iraq, contando la invasión de Estados Unidos, la guerra... En estos días anda por España, entre descansando, terminando su crónica sobre una banda de mafiosos en Río de Janeiro, visitando a su hija y pensando en su próxima aventura. Accede a tomarse un par de cafés –americanos, por supuesto– cerca de la Plaza Mayor de Salamanca, en un viejo café llamado La Regenta, donde la tradición es que cada cliente primerizo estampe su firma en un libro de visitas. Y lo hace. Toma asiento, pone boca abajo su blackberry -o “crackberry”, como le llama uno de sus amigos, por la adicción que provoca revisar el correo electrónico- para no distraerse y comenzar así a perfilarse.

Después de 30 años de periodismo en todo el mundo, Jon Lee se atreve a pensar en voz alta y a imaginarse cómo le gustaría cerrar su obra en la Tierra: la política. Se cree con instinto para la política. Y aunque durante unos segundos sueña con la posibilidad de hacerse gobernante, de inmediato advierte que quizás es mejor que haya sido periodista. Si se hubiera metido a la política tal vez se hubiera convertido en golpista. “Hubiera terminado mal”.

¿Cómo comenzaría Jon Lee Anderson el perfil de Jon Lee Anderson?
Eh... bueno, yo supongo que con una plática como esta, je, je, je...

Pero debe de haber un punto coyuntural por donde comenzar el perfil.
Supongo que la manera más fácil sería ir de viaje conmigo porque eso me caracteriza. Soy un nómada y eso es lo que hago. Tengo a mi familia -y soy un hombre de familia-, pero también soy muy solitario. Mi mundo es estar solo entre culturas ajenas. Creo que habría que observarme en esa andanza para poder perfilarme.
 
Entonces comencemos ese viaje. ¿Cuándo descubriste que ser nómada te caracterizaba? 
Ahora que tengo más edad (52 años) es que soy más consciente de quién soy. Antes era muy intuitivo, instintivo; me di cuenta de que tenía dote de intuición y que eso era una especie de compás en mi vida. Al pasar los años la gente lo comienza a calificar a uno; al ser calificado, al ser definido, eso uno lo siente justo o injusto, que cabes o no. Pero algo de cierto hay en las calificaciones. Yo siento que soy así porque algunos me ven así. Yo no le pongo a eso un juicio de valor, aunque algunos sí. Por ejemplo, yo recuerdo que cuando llegué a la edad de tener niños -a los 30 años-, tenía amigos que comenzaban a tener hijos. La mayoría de ellos dejaron de hacer las cosas que les gustaba hacer. Eran amigos que habían ido a conflictos, y me increparon como diciendo: “Eso ya no se hace”. Me di cuenta de que para algunos yo eludía su definición de lo que era esperado, de lo que a cierta edad se debe de hacer. Me quedé frío, nunca lo pensé. ¿Para qué voy a cambiar mi vida, que me ha costado forjar, por el hecho de tener familia? ¿Acaso hay que hacer un trueque por una cosa y por la otra no? Si yo me desbalanceo ya no puedo vivir. He tenido que vivir todo a la vez, he ido acumulando seres queridos, pero no he cambiado mi vida.

Claro, tu vida es hacer periodismo, y este te consume. ¿Cuándo el trotamundos se hizo periodista?
Eso fue en diferentes etapas. Yo nací trotamundos. Mi padre (Jack) era trotamundos, aventurero, en Samoa, Fiyi y demás; y a él le pilló la II Guerra Mundial en Hawái. Él pasó ocho años en el sur Pacífico, entre aventurero y marinero. Él me arrastró a mí y a mis hermanos a muchos países antes de que tuviera 18 años. Mi formación, por eso, es bastante sui generis. No tengo pueblo natal, no tengo raíces.

¿No te sentís de California, donde naciste? 
Lo reconozco como mi ambiente. Pero me llevaron a los dos años a Corea y me concibieron en El Salvador.

Ja, ja, ja... ¿Cómo así?
Mi papá y mi mamá (Joy) trabajaban en El Salvador. Más bien, mis papás me concibieron en una casa de la colonia Escalón. Y cuando mi madre tenía siete u ocho meses llegaron a California, y por eso nazco ahí; si no, habría nacido en El Salvador, je, je, je...
 
¿Y qué hacían en El Salvador?
Mi padre era asesor agrícola. Salido de la universidad fue enviado a Haití, donde nació mi hermana mayor, y de ahí se fueron a El Salvador. Él pensó que iba a estar trabajando con los campesinos, pero lo asignaron con una de las 14 familias.

¿A quién? 
Me parece que fue a la familia De Sola. La historia que contó él es que estaba shockeado (sic) con la forma de ser de esa familia, de las cosas que les decían a los campesinos, del sistema feudal y brutal de la época a finales de los 50, y por eso renunció no solamente al trabajo sino también al gobierno. Entonces volvió a California, se compró una chacra pensando que iba a cultivar, a ser profesor... Pero a los dos años ya lo habían pillado de nuevo para ir a Corea. Entonces, por eso mi ligazón con El Salvador va hasta el grano.
  
Ja, ja, ja...
Tal es así que en los 80s él me suplicó que no fuera a El Salvador. Yo tuve que mentir. Dije que me iba a Honduras. Es más, el primer año que yo anduve por El Salvador él pensó que yo andaba en Honduras o Costa Rica, y no me leía a propósito para no saber. Él tenía pánico por el horror de lo que estaba pasando. Esa es la historia de él. Bueno, ¿ahora qué?... Yo divagué mucho, porque me preguntaste otra cosa y yo terminé hablando de mi padre.

Ya que hablaste de tu padre, ahora te toca hablar de tu madre.
Mi madre era escritora.

¿De ahí es que te vendría el gusto por escribir?
Claro. Ella publicó su primer libro a los 24 años y ganó premios y todo.

¿Y qué escribía?
Libros destinados a chicos de 12 años. El primero que escribió se trataba de un chico de Trinidad, porque había vivido ahí antes de que yo naciera. Luego siguió escribiendo sobre chicos y chicas, generalmente de los países a donde fuimos. Ella era una persona que se metía mucho en la cultura autóctona. Claro, éramos ciudadanos norteamericanos, con pasaporte norteamericanos, con un sueldo norteamericano, pero los dos eran bastante bohemios e hicimos siempre contacto local y amistades del país. Los personajes de mi madre siempre eran del sitio y siempre buscó el rito o la tradición como parte del drama. Ella nos inculcó el gusto por la lectura y por escribir.

¿Pero entonces por qué no te hiciste cuentista o novelista, sino periodista?
No sé. Ella me ayudó con mi primer periódico. Cuando vivíamos en Taiwán, y yo tenía como 9 ó 10 años, hicimos el periódico “The Yangmishan Yatei”, que era el nombre de la montaña donde vivíamos. Claro, el Taiwán que yo conocí era de arrozales y búfalos, nada que ver con el fabricante de electrodomésticos de ahora. Yo tenía mi pequeño periódico que hacíamos con mis hermanos y amigos del barrio, como reporteros.

¿Vos eras el jefe de la redacción? 
Je, je... Sí. Pero escribíamos historias de casas fantasmas. Un día yo dije que había visto un pollo de dos cabezas e hice una nota de prensa. Recuerdo que también descubrí que una señora estaba embarazada y di la primicia.

Y esa idea de hacer un periódico, ¿cómo te nació?
Me la inculcó ella, estoy seguro. Ella siempre me inculcaba cosas sin que yo me diera cuenta. Te voy a contar una historia cómica.

A ver.
Así como algunos periódicos en América Latina tienen la nota roja, sucede que en Taiwán los diarios chinos tenían en las últimas páginas los accidentes o crímenes, y tenían fotografías de los muertos, muy gráficos. Y para los chicos eso es muy... (Jon Lee infla los ojos para encarnar el drama que representaban esas escenas). Y yo tenía esas páginas porque las criadas dejaban el periódico suelto. Cada vez que mi padre me miraba observando eso, me quitaba el periódico porque no era de nuestra cultura el exhibir esas cosas a un niño. Yo comencé a coleccionar gráficas de accidentes de trenes y mi madre me descubrió. No sé por qué lo comencé, pero sí recuerdo la charla donde ella me sentó y me comenzó a preguntar: “¿Por qué, hijo, tienes estas fotos?” No sé qué le dije, pero ella de buena manera esfumó ese álbum y me incentivó a que atrapara mariposas. Supongo -recién ahora- que tiene que ver con la muerte. Muchos padres no lo quieren reconocer, pero hay una edad donde los chicos son fascinados por la muerte. De hecho yo lo fui. Así que ella dijo: “Está fascinado con la muerte. Dejemos que mate algo”.

Ja, ja, ja...
Había muchas mariposas y bichos estrambóticos por Taiwán. Me trajo una red y un pomo de formol, y comencé mi colección de mariposas y dragonfly. Esa fue su sicología. De hecho, nunca me interesé de nuevo en los choques y los muertos. Eso me llevó a la taxidermia. De hecho yo era taxidermista de chico. Ella siempre me inculcó: nos traía libros, nos leía de noche, también pintaba, cantaba, tocaba música y bailaba, pues era muy divertida y extravertida.

¿Y ella sí leía lo que escribías cuando andabas cubriendo guerras?
Es más, ella era más... ja, ja, ja... mientras que mi padre huía de la realidad, mi madre estaba fascinada y casi de una forma amoral. Me acuerdo que, una vez que volvía a casa en España –mi madre vivía ya en España–, yo siempre era la presa de la noche. Estábamos con los invitados y me dice: “Jon, cuéntanos esa vez que mataste a esa persona”.

Nooo...
Yo me quedé frío. No podía tampoco dejarla mal. Para que sepas, yo nunca he matado a nadie. Pero por otro lado, yo estaba espantado, porque era mi madre sacando eso como si fuera entretenimiento. A veces estaba tan en su mundo de escritora que perdió la noción de lo que... bueno, yo tuve que decir: “Bueno, a ver si me he olvidado de algo. No he matado a nadie...”, y no sé qué esquivo hice para no contar algo que no había hecho.

¿Tus padres te dijeron algo cuando dijiste que querías ser periodista?
No fue una decisión así. Aunque tuve ese periódico de chico, yo eludí eso hasta ya bien tarde. Ella siempre me decía: “Tú eres escritor”. Yo iba en la otra dirección. Durante mi adolescencia, si bien mantenía un diario personal, escribía poesía, yo decía y pensaba que iba a ser explorador.

¿Tipo Indiana Jones?
Sí. Y hasta que tenía 20 y pico de años eso era lo que hacía: montaba mis exploraciones y me internaba en la selva o iba por ahí. Desde los 13 años que me fui al África solo, hasta los 20 y tantos años...

¿A los 13 años fuiste a África solo?
Sí.

¿Cómo?
Es una historia larga. A partir de los 10 años yo quise independencia y mis padres me querían frenar, pero a la vez satisfacer esas ganas de aventura. Por eso mi padre le encomendó a un chino que trabajaba para él que me llevara una semana a la parte más remota de Taiwán. Recuerdo que cuando volví al cole regresé con mucha más confianza. Claro, a los 10 años también íbamos a vivir a Egipto, pero en eso estalló la guerra del 67. Me quedé desilusionado cuando los norteamericanos cortaron relaciones y ya no podíamos ir. Me habían prometido que iba a tener mi propio camello, que iba a entrar en los boys scoutegipcios... en fin... Y cuando eso no sucedió, yo estaba  muy desilusionado. Nos fuimos a vivir por primera vez a los Estados Unidos. Quedamos ahí 10 meses y no me gustó para nada. Luego enviaron a mi padre a Indonesia. Mi padre seguía siendo “asesor agrícola”, según él. Después regresamos de nuevo a Washington. Pasamos antes por California, donde miramos a parientes y amistades. Ahí yo me corrí. Corrí hasta las montañas de Sierra Nevada, para vivir ahí a la intemperie como un hombre salvaje. Esa era mi idea. Acababa de cumplir 12 años. Me atrapó la policía. ¡Imagínate! Yo no era un chico malo, lo que quería era vivir la aventura.

Veo que siempre te gustó la aventura.  
Entonces me llevaron a Washington. No sabían qué hacer conmigo. Me pusieron en 8o. grado con 12 años. Corrí dos o tres veces más de casa. Eventualmente propusieron que me fuera a vivir con mi tío Warren, el hermano de mi mamá, que era geólogo, quien vivía en Liberia. La ida era que me fuera por un año, pensando que esa vida era lo que yo buscaba. Acepté. Él me dejó ir mucho al monte, tierra adentro, con el cocinero, e íbamos a su tribu. Bailé por primera vez ahí y hasta me pusieron un nombre: “Saqui” (según Lee, él lo ha castellanizado). Ellos lo pronuncian de forma distinta.

¿Y qué significa? 
Esa es otra historia un poquito larga, ja, ja, ja... Yo pensé que significaba “chico grande”. 27 años después, volví a la aldea y pregunté si era cierto que significaba eso. Hubo una gran discusión, para lo que finalmente había dos significados según cómo lo pronuncian. Uno puede decir “chico grande” y lo otro – y decidieron que eso significaba el mío- “el chico que llegó por sorpresa”.
 
Ja, ja, ja...
Así hice varios viajes en el monte. Claro, era la Liberia de antes del colapso, la de la dictadura larga. A mitad de año yo fui a un colegio internacional ahí y tenía que hacer reportes a cada clase por perder dos meses de colegio. Lo que hice es que me quedé con la familia en Gbarpolu una noche y luego me fui en bus hasta la frontera con Ruanda, y ahí me interné.

¿Cuántos años tenías en ese momento? 
(Jon Lee registra en sus archivos mentales cuántos años podría haber tenido para entonces. Se queda en silencio, meditando, recostado en la columna junto a su silla). Acababa de cumplir 14 años. Ahí me encontré a un misionero que cazaba elefantes. Fuimos a Uganda, y acababa de tomar el poder Idi Amin (1971). Yo viajé por el país escondido en el furgón, atrás.
 
¿De dónde era el misionero?
Era canadiense. Era un loco, al que le gustaba cazar elefantes. Me encontró acampando, solo. Cuando me sugirió que me fuera con él a cazar elefantes, yo lo hice. Lo miraba como lo más natural del mundo. Pero me tenía que esconder atrás porque había retenes de soldados borrachos. Yo no sabía nada de lo que estaba sucediendo. Después fui a Kenya y me quedé con una pareja. Luego crucé a Tanzania, con la noción de caminar hasta el lago Victoria a través del Serengueti. Ahí en el llano, caminando, me encontraron unos británicos que estudiaban leones.  Me convencieron de que tomara una avioneta de regreso. Yo les dije que no, que iba hasta el lago Victoria, que quedaba como a 300 kilómetros.
 
Ja, ja, ja...
Pero imagínate, yo hacía esas cosas y lo miraba todo bien natural.

¿Pero cazaste algún elefante o no?
No. Menos mal. Eso me inculcó un mal gusto por los cazadores de trofeos. Cazó dos antílopes el misionero. El único día que vimos unos elefantes, él no los podía cazar porque estaban dentro de un parque natural. Yo no quería que matara a un elefante... De ahí me fui a Etiopía, y me metí en problemas con todo el mundo porque me perdí. Me fui rumbo a Somalia, a un pueblo tipo La Meca, que era una ciudad santa, con hombres como hienas. Luego perdí el avión en el que me tenía que ir para Liberia. Finalmente volví y terminé el colegio.

A la fuerza.
Un poquito castigado. No quise salir de África al final del año. Quise cruzar el Sahara y no sé qué. Luego me regresaron a los Estados Unidos y me metí en problemas otra vez. Es que, imagínate, volver al colegio después de todas esas experiencias, era un desastre. Recién a los 35 años le pregunté a mi mamá por qué me habían regresado, y es que yo me había quedado con un resentimiento infantil: “Oye, mamá, ¿por qué me trajeron de vuelta si lo que hice después resultó un desastre?” Y ella me miró y me dijo: “Eras mi hijo, de 14 años, ya te ibas. Quería tenerte conmigo”. No la entendía antes, nunca la había entendido; recién la entendí, porque yo creí que habían errado. Y todo aquello que hice era a lo sano.
 
Bueno, después de todas estas aventuras, por fin, ¿cómo es que das ese paso al periodismo? 
Brincando unos años después, estudié en Inglaterra, estuve en Canarias, otra vez un poco liado... Pero bueno, adelantando un poco los años –porque los años siguientes son un poco como el año en África-, yo siempre digo que caí en el periodismo, aunque estaba como presente, latente. Mi madre me inculcó. Yo me di cuenta de que la pluma o la escritura era mi forma. Intenté una vez trabajar en un periódico de la universidad, y me asignaron una historia de pelotas de tenis. No quise hacerlo y no lo hice.

Claro, después de la historia del pollo de dos cabezas. 
¡Imagínate! Era en Perú...

¿Qué hacías en Perú?
Había dejado la universidad en el segundo año, cuando me ofrecieron trabajo en una escuela bastante singular, que se llamaba Los Oceánicos, que daban clases a bordo de un velero noruego por el mundo. ¡Imagínate!

Qué educación más extravagante. 
Entonces mi hermana, que se había graduado de la universidad, estaba trabajando en ese barco y yo estaba muerto por irme con ella. Había pasado por el Mediterráneo y el Mar del Norte. Iba dándole clases a estos chicos, que terminaban el colegio, tenían una aventura y terminaban siendo marineros junto a una tripulación noruega. Me llamaron, pero lo mío era distinto: era para ver si yo quería ir a Suramérica para comenzar mis primeras expediciones ahí, y si yo podía estar en Lima en tres días y contratarles un bolichero, que era una especie de barco pesquero del Pacífico peruano, porque habían hecho un convenio con no se quién para estudiar el fenómeno de El Niño. Entonces querían hacer una especie de vínculo con la escuela, por tierra y mar. Yo, a los 20 años, tenía en mis manos hacer lo que quería. Con científicos de Harvard, un paleontólogo, subimos a los Andes, viajamos hasta las Galápagos... esto fue mucho antes del ecoturismo. Me quedé un par de años en el Perú, país que ya iba conociendo, de forma que luego quería independizarme de este trabajo y financiarme más expediciones. Así fue como comencé a trabajar en The Lima Times.

¿Alguien te contactó? 
Yo vi el anuncio de que querían dos reporteros. Yo entré y les dije: “Yo soy”. Me pusieron a escribir mis crónicas de aventuras y, al final de un mes, me contrataron. Era el final de la dictadura de Morales Bermúdez, que era un borracho. Después vino Belaúnde Terry. Coincidiendo con el retorno a la democracia en Perú y el comienzo del fenómeno de Sendero Luminoso, yo me fui... (Jon Lee hace una pausa. Le apetece otro café americano. Aprovecha el momento para consultar su  blackberry, a ver si le ha llegado algún nuevo correo electrónico. En él, afirma, incluso ha redactado algún artículo). Ya, perdón...

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