Opinión /

Funes en El Mozote


Lunes, 23 de enero de 2012
El Faro

Dos décadas después de firmados los acuerdos de paz, es hora de abrir la memoria y la voluntad hacia el esclarecimiento de los hechos, y de cerrar las puertas a aquellos que insisten en negarnos la verdad y en dar tratamiento de héroes a criminales de guerra. Esto no solo sería avanzar hacia una verdadera reconciliación, sino sobre todo hacia una nueva cultura de paz y no de violencia, en la que institucionalmente los salvadoreños estemos de acuerdo, al menos, en cómo valoramos a quienes asesinan a sangre fría a mil civiles desarmados, la mitad de ellos niños. 

El presidente puso a prueba la versión oficial de reconciliación nacional. Es la versión que se sostuvo durante dos décadas de reiteradas negativas a reconocer los crímenes de guerra y restaurar la dignidad de las víctimas mediante el esclarecimiento de los hechos. 

Además de negárseles la justicia, a las víctimas se les ha negado la historia con el argumento de que no vale la pena reabrir heridas. El Mozote, el lugar que el Ejecutivo escogió para los actos oficiales del vigésimo aniversario de los Acuerdos de Paz, fue escenario hace 30 años de una de las peores masacres en el Siglo XX latinoamericano. 

El Mozote fue negado durante casi una década y minimizado y oculto durante las siguientes dos. A pesar de las resistencias, pasará a la historia como uno de nuestros más infames capítulos; como la más macabra prueba de la crueldad, la locura, la criminalidad y la inhumanidad de un batallón comandado por el coronel Domingo Monterrosa, un hombre que merece un puesto destacado en la galería de la vergüenza nacional. 

Funes visitó el lugar y aprovechó para hacer algo que mucha gente viene exigiendo desde hace varios años: exigir que se deje de honrar como héroes a genocidas como Monterrosa y que el Ejército, que le sigue rindiendo honores, revise su propia interpretación de la historia. 

El único camino hacia la reconciliación pasa por el reconocimiento de los crímenes y el perdón a las víctimas. Habida cuenta de que el sistema sigue negando la posibilidad de que se les haga justicia, el respeto a las víctimas exige al menos no honrar a sus victimarios. 

Es impensable un avance en civilidad, paz y reconciliación; es imposible un homenaje a la paz y a los acuerdos mismos, mientras se siga haciendo honores a quienes solo una amnistía salvó de la justicia y solo la impunidad y la desmemoria nacional liberaron del desprecio público. 

Aún así, el discurso del presidente generó reacciones apasionadas de parte de ex militares, algunos de los cuales probablemente ven en riesgo que una reinterpretación de la historia termine colocándolos a ellos también en la misma galería. 

Las nuevas generaciones merecen la seguridad de que todas las instituciones del país consideran que quien asesina a mil civiles desarmados, la mayoría de ellos niños, es una vergüenza nacional. No merecemos más salvadoreños confundidos por el hecho de que esas personas son consideradas héroes aún por algunos. 

La impunidad, la apología de la violencia, la glorificación de los crueles y la ausencia de justicia para las víctimas han marcado la historia de nuestro país desde su independencia. Si queremos vivir mejor, debemos pasar esa página. 

 

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