El Ágora / Impunidad y memoria histórica

Arte y cultura: una solución para la desmemoria salvadoreña

Cuando un pueblo olvida su historia, su futuro corre muchos riesgos. La escritora y académica salvadoreña Vanessa Núñez Handal nos sugiere un antídoto.


Lunes, 16 de enero de 2012
Vanessa Núñez Handal

Cuando Pablo Picasso pintó el Guernica en 1937, quizá no imaginó que su pintura iba a convertirse en un ícono de la sangrienta guerra civil española, desatada por Francisco Franco en contra de aquellos que apoyaban La República.

Hoy, casi tres cuartos de siglo más tarde, el Guernica constituye un asidero de la memoria histórica de un pueblo, el recuerdo de una masacre sin sentido, una forma de denuncia, una protesta en contra de los actos genocidas, un mecanismo para que los muertos no fueran olvidados y la tragedia no volviera a ocurrir. 

Dicha obra de arte se convirtió en una forma de sensibilizar las conciencias de aquellos que no tuvieron conocimiento de lo sucedido. Fue, y sigue siendo, un recurso efectivo.

Hoy día, si en nación española volviera a tenerse conocimiento de un hecho semejante, la opinión pública contaría con un firme antecedente sobre el cual basarse para condenarlo. Los argumentos estarían dados y la balanza de la opinión pública sabría hacia dónde inclinarse.

Pero, ¿qué ocurre en naciones donde el arte y la cultura son vistos como entretenimientos sin sentido, donde las manifestaciones culturales se consideran un simple artículo decorativo, donde las obras artísticas son tratadas con desdén y desechadas como si de cascajo se tratara?

Estos pueblos, dentro del cual incluyo sin dudar a El Salvador, están condenados a la desmemoria, a no conocer su historia, a no saber quiénes son, a no tener ideas fijas, a no poder tomar acuerdos en conjunto y, en definitiva, a no ser una nación. Se trata de pueblos divorciados de sí mismos, de su identidad y de su historia, incluso de la más reciente. 

Países como El Salvador, donde aún se debate sobre la conveniencia de repudiar crímenes atroces –el asesinato de un sacerdote en pleno altar y la masacre de cientos de civiles, entre otros–, deben padecer algo semejante a un Alzheimer colectivo.

Y al igual que ocurre con las personas víctimas de dicho padecimiento, los pueblos desmemoriados sufren de un extravío espacial y temporal, que les impide saber quiénes son, dónde están o hacia dónde se dirigen.

Y así andamos los salvadoreños, dando tumbos sin encontrar respuestas ni propuestas, y además, sin encontrarnos a nosotros mismos. Y como no entendemos nuestra historia ni somos conscientes del peso que ésta tiene en nuestras vidas, no hemos sido capaces de explicarnos ni de encontrar soluciones viables a los problemas de nuestra patria. 

¿Qué es ser salvadoreño? Es una pregunta cuya respuesta es tan vaga que apenas alcanzamos a fijarla en la memoria. Comer pupusas y tomar atol, bailar cumbias, un equipo de fútbol… No alcanza para definir nuestra identidad, mucho menos para saber quiénes son los otros, menos para saber quiénes somos como nación. 

Ser salvadoreño es más bien no ser. Pues lo que en verdad somos no nos gusta y por eso lo obviamos. Por esta razón a los que se van a vivir otras culturas, se les queda atorada la nostalgia y no consiguen definir los rasgos de la propia. 

La razón para la inexistencia de nuestra identidad es simple. Deriva de una grave escasez de cultura. Cultura entendida, de acuerdo a la RAE, como un “conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico”. Sin olvidar el concepto de cultura popular que se define como el “conjunto de las manifestaciones en que se expresa la vida tradicional de un pueblo”. 

Así, la cultura se fundamenta en gran medida en el arte. 

A través del arte se expresan visiones individuales. Su afán es comunicar una visión del mundo, una idea, una emoción. El arte es útil para fijar conceptos, unificar criterios, generar consensos sociales, sin los cuales sería improbable analizar y juzgar la realidad. Sin esa unificación de criterios es imposible que una sociedad decida cuál ha de ser su actitud frente a hechos pasados, qué decisiones tomar frente a los hechos presentes y qué cambios habrá de implementar con relación a los futuros. 

El arte ayuda a un pueblo a decidir qué es los bueno, lo malo, lo conveniente, lo perjudicial, lo justo, lo injusto, etc.

Pero en El Salvador, no es que haga falta una estrategia de fomento de la cultura y el arte, si no que ha existido una estrategia de destrucción de las mismas. La cultura y el arte, cuya naturaleza esencial es el análisis y la crítica de la realidad, han resultado molestos para muchos a lo largo de la historia. Por eso se ha combatido, desprestigiado, empobrecido, marginado, copado, ajusticiado, aprisionado, torturado, desaparecido y asesinado a tantos y tantos intelectuales y artistas.  

De tal manera, en nuestro país no hay obras icónicas como el Guernica, que nos hagan recordar de dónde venimos y hacia dónde no queremos volver. Y al decir que no hay, no me refiero a que no existan. Existen. Basta ir al Museo de Arte Moderno (MARTE) para encontrar nuestra historia plasmada en lienzos. Para el caso, Sumpul (1984) de Carlos Cañas es un excelente referente de la guerra salvadoreña. O basta con revisar periódicos o revistas de la época y encontrar las fotografías de Antonio Herrera o de Francisco Campos. Y basta consultar las obras literarias salvadoreñas de cualquier biblioteca seria, para encontrar novelas como Un día en la vida (1980) de Manlio Argueta.

Sin embargo, la opinión pública salvadoreña (si es que existe tal cosa) no las toma en cuenta. Y es por ello que aún no sabe qué pensar, qué decir, qué decidir. Y lo que es aún peor, muchos optan por una fórmula menos compleja para justificar un hecho tan reprobable como un asesinato, sea quien fuere la víctima. Por algo sería, suele decirse. Y con dicha explicación evitamos ir más allá y descubrir que, simplemente, no contamos con una verdadera justificación. 

Luego de la masacre de Guernica, el jefe de propaganda de Franco negó que el régimen hubiera cometido tal hecho. Su versión fue que los propios vascos habían destruido la antigua ciudad aquel 26 de abril de 1937, colocando dinamita en el alcantarillado, con la intención de provocar la indignación extranjera y fortalecer la resistencia republicana. Pero el arte superó la mentira y sacó a la luz lo que verdaderamente había ocurrido: la ciudad había sido bombardeada por aviones alemanes e italianos simpatizantes de la causa franquista, causando efectos devastadores sobre la población civil, bienes y animales. La matanza causó indignación mundial. Hoy día, es considerada uno de los íconos antibelicistas del mundo.

La pintura de Picasso contribuyó, pues, a que la denuncia fuera escuchada. El arte sirvió para nombrar algo que, hasta ese día, no tenía un nombre.

Los salvadoreños, en cambio, privados de las imágenes, de la poesía, de la historia, de los colores, de las expresiones que no aparecen en los “catálogos” de los sentimientos socialmente admitidos, nos hemos negado a aceptar que una de las características de “ser salvadoreño” es, precisamente, olvidar las heridas que aún nos duelen. Heridas que, por inverosímil que parezca, el arte y la cultura serían capaces de sanar.


Sobre la autora, lea la entrevista: 'Ya ves que en El Salvador no hay chance de estar en medio': Vanessa Núñez Hándal, académica y novelista salvadoreña.


* Escritora y catedrática de la Universidad Rafael Landívar de Guatemala y Universidad del Valle de Guatemala. Sus dos novelas, Los locos mueren de viejos (2008) y Dios tenía miedo (2011), han sido publicadas bajo el sello editorial F&G Editores de Guatemala.

 

logo-undefined
CAMINEMOS JUNTOS, OTROS 25 AÑOS
Si te parece valioso el trabajo de El Faro, apóyanos para seguir. Únete a nuestra comunidad de lectores y lectoras que con su membresía mensual, trimestral o anual garantizan nuestra sostenibilidad y hacen posible que nuestro equipo de periodistas continúen haciendo periodismo transparente, confiable y ético.
Apóyanos desde $3.75/mes. Cancela cuando quieras.

Edificio Centro Colón, 5to Piso, Oficina 5-7, San José, Costa Rica.
El Faro es apoyado por:
logo_footer
logo_footer
logo_footer
logo_footer
logo_footer
FUNDACIÓN PERIÓDICA (San José, Costa Rica). Todos los Derechos Reservados. Copyright© 1998 - 2023. Fundado el 25 de abril de 1998.