Opinión /

Caso jesuitas: ¿Veredicto final?


Lunes, 12 de septiembre de 2011
Luis Fernando Valero
El fallo de la Corte Suprema de El Salvador sobre la improcedencia de la detención de los militares acusados en la Audiencia Nacional por el asesinato de Ignacio Ellacuría, Segundo Montes,  Ignacio Martín-Baró, Amado López, Juan Ramón Moreno, Joaquín López, Elba Ramos y su hija Celina, me recuerda a una película de 1982 llamada “El veredicto”, dirigida por Sidney Lumet y protagonizada por Paul Newman, en el que se plantea un problema comparable al que nos ocupa.

El  film trata sobre un error médico que conllevó a una paciente a quedar en coma total. Están implicados en el caso un  hospital dependiente del Arzobispado de Boston, dos doctores de reputado prestigio social que hicieron la intervención y una ciudadana que sufrió una operación y quedó en coma irreversible.

La cuestión es que los manuales de aplicación de la anestesia dicen que como mínimo deben pasar 9 horas antes de aplicarla. La ciudadana había comido una hora antes, ello conllevó que vomitara y tuviera un paro cardiaco que le produjo el coma irreversible. La familia pide una indemnización y el Hospital y los médicos afirman que fue un lamentable accidente ya que en la hoja de ingreso está escrito que no había comido en las 9 horas anteriores.

El testimonio de la enfermera que hizo el ingreso afirma que le obligaron a poner un 9 en vez de un 1 bajo presión de quedarse sin trabajo, y la firma del documento es la de ella, pero ella antes de corregir el documento sacó una fotocopia donde consta el 1.

La legalidad vigente del sistema norteamericano señala que no se admiten como pruebas fotocopias, si en el juicio está el documento original; por lo tanto ese testimonio no es válido, ni el documento  que tiene la testigo.

En el caso jesuitas, lo que subyace en el fondo es sí la justicia nacional del país en donde ocurrieron los hechos está más capacitada que la Justicia Internacional, presumiendo que ella sabe del cómo, el cuándo, y el por qué de lo acontecido.

El quid de la cuestión es si la justicia nacional fue justa, equitativa y con las garantías adecuadas para juzgar los casos sin estar mediatizada por los entornos más inmediatos. En España se juzgó a una etarra acusado de haber matado a dos policías autonómicos, ertzainas, con un jurado popular en 1997 y fue  absuelto, en el recurso de esa sentencia la Audiencia Nacional el tribunal competente ordenó repetir el juicio como sentenció  el Tribunal Constitucional en 2004,

EnEl Salvador, Argentina, Chile  los procesos de paz, y las leyes de amnistía, no son suficientes para el proceso de reconciliación nacional, ni reparan la restauración de la dignidad de las víctimas por ello una y otra vez se remueven los cimientos de las legalidades vigentes ya que la leyes son cambiables y sujetas en demasiadas ocasiones a los avatares de las circunstancias históricas.

El filósofo Sören Kierkegaard afirma: 'La vida solo puede ser comprendida mirando para atrás; pero solo puede ser vivida mirando adelante'. En estos días los tribunales chilenos han abierto una investigación para esclarecer la causa de muerte del padre de la expresidenta Michelle Bachelet, en marzo de 1974. El general de la Fuerza Aérea de Chile (FACH) Alberto Bachelet Martínez que permaneció seis meses en prisión después del golpe militar de septiembre de 1973, y donde fue víctima de brutales torturas que provocaron su fallecimiento. En estos 37 años, sin embargo, la justicia nunca determinó exactamente las circunstancias que le hicieron perder la vida tras permanecer leal al presidente Salvador Allende y ser arrestado por los militares golpistas acusado de complotar contra la institución militar. El escribió, antes de morir: 'Me quebraron por dentro, en un momento me anduvieron reventando moralmente. Nunca supe odiar a nadie, siempre he pensado que el ser humano es lo más maravilloso de esta creación y debe ser respetado como tal, pero me encontré con camaradas de las FACH a los que he conocido por 20 años, alumnos míos, que me trataron como un delincuente o como un perro'.(El País, 30/8/2011)

Aurelio Arteta , catedrático de Filosofía Moral y Política de la Universidad del País Vasco, conocedor como pocos de lo que implica la violencia de los terroristas de ETA y el efecto que produce el miedo, la impotencia, el terror en la sociedad, ha escrito un opúsculo que se titulaRecuperar la piedad para la política” y en él habla ampliamente de la necesidad  que  “Sea la piedad, o la compasión,' ese sentimiento (y esa virtud) que se despierta ante la desgracia ajena y nos mueve a procurar su alivio o su remedio'.

Si bien es cierto que  la piedad ha sido denostada por causa de su presunta debilidad, su dependencia de la imaginación, su inclinación a la hipocresía o a la tristeza, su encubrimiento del amor propio que la alimenta. Pero no ha sido menos celebrada como la virtud más primaria, social y radical; en una palabra, por encamar la «humanidad» misma. La dificultad crece todavía si se pone a la piedad en relación con un concepto tan amplio y multívoco como el de la política. Entendida ésta al modo kantiano como la plasmación práctica del derecho, a su fiat ius, pereat mundus la compasión siempre podrá oponer un firme summum ius, summa iniuria.”

Viendo los comentarios que se producen en El Faro es obvio que la opinión pública está dividida. Hay quienes mantienen el criterio de que “Una sociedad democrática para estar completa, tiene que estar construida a partir de una conciencia del pasado. Una sociedad madura es la que tiene el valor de reconciliarse con el pasado, superar, digerir y cerrar sus heridas. Para construir un El Salvador democrático, es necesario recuperar la memoria histórica. Dar los primeros pasos para la reconciliación y eso significa, para empezar, devolver a las victimas su dignidad y la memoria a la que tienen derecho”. Y hay quienes creen: “Lo que se debe hacer es respetar la ley de amnistía  y dejar de estar perdiendo el tiempo con este tema”.

Otros opinan que: ”Es necesario insistir en la reconciliación como fundamento de la identidad y de la cultura salvadoreñas en -la familia, la escuela y la Iglesia- en lo político y lo social se debe insistir en concretar la reconciliación nacional. No se puede regresar al pasado, sólo avanzar hacia el futuro. En este sentido, la reconciliación, tal como aquí ha sido planteada, adquiere gran relevancia, pues podría ayudar a devolver aquello que se ha perdido. Recordando que la vida debe ser comprendida mirando hacia atrás y ser vivida mirando hacia el futuro”.

En el film del “Veredicto final”  el abogado de la familia afectada afirma en su alegato final al jurado popular: “Ustedes son la ley, no es un código, ni los abogados, ni la estatua de mármol, ni las ceremonias de una corte. Eso son símbolos, nuestro deseo es ser justos. Si vamos a tener fe en la Justicia tan sólo hemos de creer en nosotros mismos, yo creo que hay justicia en nuestros corazones”. Y el jurado sentencia a favor de la víctima.

Aurelio Arteta afirma: que: “la justicia distributiva como de un presupuesto, de piedad e indignación son asimismo pasiones que constituyen la condición de posibilidad de la justicia; quiere decirse, de la reparación de la injusticia y del restablecimiento de las relaciones justas según el mérito. Conviene entonces insistir de nuevo en que ambas se exigen mutuamente hasta el punto de que, en realidad, forman las dos caras de una misma emoción. Lo que hay es una piedad indignada y una indignación piadosa. Pues lo cierto es que el mal inmerecido de uno implica al bien inmerecido de otro, y al contrario. Y si todo ello produce pesar y si —como recuerda  Aristóteles— «el que siente pesar es que desea alguna cosa» (R.II 2.9, 1379 a, 12), ¿qué deseo pueden albergar la piedad y la indignación? Ningún otro que no sea el de una distribución de cargas y honores, riqueza y pobreza, más proporcionalmente igualitaria o conforme al mérito. De modo que, lejos de reducirse a un pasivo pesar ante el mal o el bien inmerecido del otro, el piadoso y el indignado habrán de encararse con ese tercero que es el responsable de la distribución injusta. Porque el que padece la injusticia supone a quien la comete y, a la postre, «es el distribuidor [ho diaménon] quien obra injustamente y no el que tiene más [o menos, AA.] de lo que le corresponde» {EN, V, 9,1136 b, 15 ss.). si bien no coinciden todos en cuanto al mérito mismo, sino que los democráticos lo ponen en la libertad, los oligárquicos en la riqueza o en la nobleza y los aristocráticos en la virtud».

Porque en el fondo como señala  Arteta  en los párrafos finales  de su opúsculo: “En resumidas cuentas, y puestas en el mismo terreno, piedad y política se requieren  mutuamente por su respectiva dependencia de la justicia. Como mer emoción,  la piedad despierta y mantiene un sentido primario de lo justo. Es la vista del dolor padecido por la víctima inocente lo que la desata. Sólo que, advertida de su previsible carácter parcial y fijado a las apariencias, debe dejar paso a l acción institucional de la justicia tal como la ordena la política. Ya como virtud —es decir, depurada en lo posible de la ambigüedad de sus componentes sensibles—, la piedad alienta la plasmación de la justicia positiva y, si bajo forma de equidad suple a la ley, como clemencia modera sus rigores. Lo que es más importante aún: como no habrá sistema legal capaz de calmar sus aspiraciones, ensancha constantemente sus fronteras en busca de un ideal de justicia. Al hacerlo así, amplía también sin cesar los límites de lo político a fin de acoger cuantos males pueda remediar. En política, en suma, a la compasión sólo le tocaría descansar una vez satisfecha esa regla suprema de la justicia distributiva que reclama pedir de cada uno según sus capacidades y dar a cada uno según sus necesidades...

Al margen de la política y más allá de la política, empero, se extiende aún un terreno  infinito para su ejercicio. Ya no es sólo la víctima inocente, sino toda víctima, la que reclama su atención. Al fin y al cabo, si como súbditos o ciudadanos exigimos justicia , como seres humanos no dejamos de demandar sobre todo piedad.'.

 


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