El Ágora /

'En Colombia nos acostumbramos a lo extraordinario y no reaccionamos ante el narco'

El Salvador ocupa el lugar 19 en la bitácora de viajes del escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez. Ganar el premio Alfaguara de Novela 2011 lo ha mantenido viajando desde mayo de este año, y a esta altura de la gira se manifiesta agotado y con cierto hartazgo, pero también satisfecho de conocer países y personas gracias a este galardón.

Nació en Colombia, y de los 38 años que tiene, lleva 15 viviendo en Europa. Sin embargo, sus tres novelas, incluida la galardonada 'El ruido de las cosas al caer', hablan de Colombia.


 


Viernes, 2 de septiembre de 2011
Élmer L. Menjívar / Fotos: Frederick Meza

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Juan Gabriel Vásquez, escritor colombiano, Premio Alfaguara de Novela 2011.

Es licenciado en Derecho por la Universidad Del Rosario, pero en 1996 salió rumbo a Francia para doctorarse en Literatura Latinoamericana en la Sorbona. Ha vivido en un pueblo de Bélgica y ahora en Barcelona. Asegura vivir de los libros, no de los suyos, sino traduciendo a autores relevantes, dando clases, reseñando y, por supuesto, escribiendo lo propio. 

Hablamos sobre literatura, pero también sobre el narcotráfico y su cultura. No respeta a las 'telenovelas en papel' que algunos de sus compatriotas escriben sobre el narco, los llama oportunistas. Por otro lado, expresa mucho respeto y conocimiemto por los clásicos modernos y tienen una visión particular sobre la obra y los autores del boom. También hablamos sobre los procesos de su novela reciente, y de varios autores que representan alguna cercanía con su modo de ver la viva y la literatura.

Según leí por ahí, tienes 15 años viviendo fuera de Colombia…
Sí, exactamente 15 años.

¿Y cómo es tu relación con Colombia?
Viajo a menudo, trato de ir todos los años. Siempre lo había hecho, y ahora nuevass razones, como la columna semanal de opinión que escribo para El Espectador, que me obliga a estar muy en contacto con el ambiente político de Colombia.

¿Y ese contacto cómo lo mantienes?
A través de la prensa y hablando con la gente, por teléfono, haciendo preguntas por mail...

¿En tu colunma solo hablas de temás de actualidad política sobre Colombia?
Sí, siempre y cuando sienta que pueda encontrar toda la información necesaria. Ahora que se puede escuchar la radio también en internet tengo más opciones. Hay muchos temas que se ven apretados porque yo no vivo en Colombia, y si hay algo que me impide tener acceso a toda la información, entonces no lo trato, no es responsable.

¿Por qué te fuiste de Colombia: solo por los estudios o había otra razón?
Porque se me metió en la cabeza que tenía que irme para poder ser el tipo de escritor que quería ser. Es algo difícil de explicar, porque es muy abstracto: a partir del momento en que decidí que la literatura era lo mío, tenía que reorganizar la vida para darle a la literatura el lugar central de mi vida. Pensé que era bueno irme de Colombia, de alguna manera pensando en la tradición latinoamericana que se han ido de sus países para eso, para ser escritores: Vargas Llosa, Cortázar, García Márquez... Hay algo de la expatriación que es beneficioso para un novelista, nunca he creído que sea como una receta, como algo que todo el mundo debe hacer, pero es algo que a ciertos temperamentos les va muy bien.  

Es un tópico discutible, porque esa expatriación para muchos de los que has mencionado ha sido voluntaria, como en tu caso, pero para otros ha sido impuesta, han sido exilios, y esa es una perspectiva muy particular...
Lo mío fue absolutamente voluntario, y me agrada que me des la oportunidad de decirlo: nunca he sido un exiliado, y más bien me ha molestado mucho que los escritores latinoamericanos se apropien de la palabra exiliado cuando no les corresponde, porque yo tengo escritores amigos que sí son exiliados, que han salido por las dictaduras de Chile y de Argentina y de Uruguay. Yo no, yo puedo volver a mi país cuando yo quiero. Salí de Colombia sin que nadie me expulsara, sin que nadie me persiguiera, a pesar de que el momento de violencia, de inseguridad y de zozobra que se vivía en Bogotá fue una de mis razones secundarias para irme.

Siguiendo la línea de este tema, muchos escritores se expatrian, por usar la palabra que has usado, voluntariamente o por la fuerza, y retoman y reinciden en su país como tema. Lo hacen ver como que es necesario aprender a hacerlo estando afuera. ¿Hay algo de cierto en esto que te planteo?
Lo que me ha pasado a mí es que la distancia geográfica, y también la distancia de tiempo, es lo que me ha permitido escribir sobre Colombia. Mi primer libro maduro es un libro de cuentos que se llama 'Los amantes de todos los santos', que publiqué en 2001, cuando ya llevaba cinco años fuera de Colombia, y ese libro no tiene colombianos, en ese libro Colombia no aparece, son historias de amor que suceden en Francia y en Bélgica, los países donde viví. Yo todavía creía que uno tiene que escribir solo sobre lo que entiende perfectamente y como yo no entendía a Colombia, y encima me había ido, creía que no tenía derecho moral para escribir sobre Colombia.

¿Y cuándo cambió esa actitud?
Eso cambió alrededor de 2001. Pero no es que hubiera un día, una revelación, sino que fue el tiempo pasado fuera y la distancia, y la lectura de algunos libros lo que poco a poco me hizo darme cuenta que era precisamente no entender mi país la mejor razón para escribir sobre él, porque uno escribe mejor sobre lo que no entiende, porque escribir es un acto de averiguación. La novela, como yo la entiendo, es un aparato de hacer preguntas, es una aparato de echar luz donde las cosas antes estaban oscuras, de manera que para mí es precisamente la distancia lo que me ha permitido escribir sobre Colombia.

El médico que atiende a Antonio, el protagonista de tu novela, la receta que le da es hacerse preguntas, y parece que a ti te ha funcionado porque he leído lo que alguna gente ha escrito sobre tu obra, y se habla con mucho entusiasmo de ti como alguien que ha captado la esencia de la Colombia de hoy, y que revelas mucho sobre ella. ¿Cómo has logrado eso o, al menos, cómo le has hecho creer a ellos que lo has logrado?
Lo que he hecho con mis libros es perseguir mis obsesiones, y mi obsesión en mis novelas es ese cruce de caminos que hay entre la vida pública, lo que llamamos historia, lo que llamamos vida social, y la vida privada de la gente, las vidas íntimas, las historias con minúsculas, ese cruce de caminos es lo que siempre me ha interesado como novelista. Como la historia con mayúscula afecta nuestras pequeñas historias con minúscula, y la forma que ha tomado esa obsesión son novelas que tratan de explorar momentos difíciles de la historia colombiana. A mí lo que me gusta son los momentos grises, los momentos en donde no está claro dónde está la razón.

Pero esos momentos grises de la historia de Colombia los has novelado con historias domésticas...
Yo creo que ese es el comportamiento de la novela. En ese sentido recuerdo siempre el epígrafe que Vargas Llosa pone en 'Conversación en la catedral', que es una frase de Balzac que dice 'La novela es la historia privada de las naciones'. Las novelas cuentan todo lo que yo como periodista no podría contar, lo que el historiador no podría contar, porque las novelas penetran en la vida privada de una manera que ninguna otra forma narrativa que hayamos inventado puede imitar, y eso es lo que me interesa, meter la cámara y el micrófono en la casa, me gusta mucho que hayas usado la palabra 'doméstica', porque viene a ser eso.

Estas historias domésticas, ¿qué tanto son producto de la ficción como recurso para contar la historia de Colombia, o qué tanto son hallazgos que tal vez como periodista has descubierto y has usado para este fin?
Pues hay un proceso periodístico detrás de mis novelas, aplicado a la creación de personajes. Mis personajes rara vez son completamente imaginados, son personajes ficticios pero se basan, se apoyan en conversaciones que yo he tenido, en entrevistas que yo hago, en observación directa. Cuando voy a escribir sobre alguien que es piloto hablo con pilotos para saber de primera mano qué se siente despegar durante el amanecer, cosas muy banales dentro de la novela. No necesito hablar con un piloto que haya sido narcotraficante, como el personaje de esta novela, busco que me traten de explicar cómo siente un piloto su vida cotidiana.

Eso que tienen de reales tus personajes, ¿está solo en sus oficios, o también en sus biografías? Como por ejemplo la de 'Los informantes', que son historias con una fuerza de realidad increíble que uno se pregunta si existe o existió de verdad esta gente.
Mis narradores juegan mucho con mis fantasmas, con mis problemas, con mis angustias, con mi experiencia de algún modo, pero también con mis miedos. Muchas veces cuando me preguntan si mis novelas son autobiográficas digo que tienen un contenido autobiográfico, y no porque las cosas que les pasan a mis personajes me hayan pasado a mí, sino porque al personaje le pasan cosas que no quiero que me pasen a mí. Es decir, mis novelas no están construidas sobre mis experiencias sino sobre mis temores. Todo lo que le pasa al narrador de 'El ruido de las cosas al caer' no me pasó nunca a mí, sino que está construido precisamente sobre lo que no quiero que me pase.

Para un personaje concreto de tu novela, Antonio, que es un hombre lisiado, y hay varios episodios que al que lee la novela le hace sentir la esencia de un hombre lisiado no solo físicamente, sino también sicológicamente, ¿cómo es la investigación para lograr eso?
Hay mucha parte de empatía humana, de entender lo que siente una persona que está pasando por eso. Hay mucha observación también, porque yo tengo amigos que han sido heridos de bala y que son gente que he acompañado en su convalescencia, y lo que distingue a un novelista es que esas cosas las mira con una atención que una persona normal no tiene, y que le sirven después, aunque hayan pasado años. En mi caso han pasado casi 20 años desde que un buen amigo mío fue herido de bala y casi muere, yo lo estuve acompañando en el hospital y en todo ese proceso, y todas esas cosas surgieron con mucha naturalidad cuando me puse a escribir la novela.  

Otro personaje que surge, y este sí con nombre propio, es Pablo Escobar, que aunque no está presente en persona, está presente como atmósfera. Por tu edad (38 años), esa atmósfera fue parte de tu niñez y de tu adolescencia. ¿Te bastaron tus propios recuerdos o tuviste que reconstruir a partir de una investigación ad hoc?
En ese caso bastaron los recuerdos, digamos que yo hice una mínima investigación por razones de cronologías, de citar bien una fecha de un atentado o cosas así, pero la construcción de ese, que es uno de los grandes temas de la novela, que es como se vive con esa sensación de amenaza, como se vive con el miedo, como vive alguien que ha sido una víctima colateral de una violencia como esa, todo eso está construido a partir de memorias que fueron saliendo mientras escribía la novela que no requirieron mayor investigación. Luego hay una cosa muy puntual, que es el zoológico de Pablo Escobar.

¿Y conociste ese zoológico? Pregunto porque en las primeras páginas de la novela se habla de ese viaje a la Hacienda Nápoles que hizo el narrador cuando era niño, no sé si fue tu viaje.
Exactamente, yo lo conocí en las mismas circunstancias del narrador, es decir, fui con 12 años más o menos, fui con una familia de amigos, no con mis padres, a ellos no les hubiera hecho gracia que fuera a visitar la propiedad de un narcotraficante.

Era la propiedad de un narcotraficante que era un parque de diversiones abierto al público...
Era un destino turístico y estaba abierto al público. Lo que sucede es que solo para alguna gente representaba un conflicto, no para toda. Eso es interesante. Mucha gente olvidaba muy fácil y de manera voluntaria que se trataba de la propiedad de un narco, y lo trataban como un lugar más. Para mi familia no era una lugar más, era la propiedad de Pablo Escobar, y para mí sí era un conflicto porque había una fascinación por ese lugar, por todo lo que podía ver en ese lugar, y al mismo tiempo esa repulsa, ese rechazo de lo que representaba el dueño.

Son tus recuerdos los que leemos en la novela entonces...
Para mí ese es un buen ejemplo del papel de la memoria en la creación de la novela, porque yo estuve el año pasado en Colombia moviéndome en los espacios en los que ocurre la novela, en La Dorada, el Magdalena, para construir mejor la mentira que es una novela. Y pasé dos o tres veces al frente de la entrada de la Hacienda Nápoles y tomé la decisión de no entrar, para poder escribir la novela con mis memorias, en lugar de dejar que se contaminara con algo tan banal como la verdad de ahora.

¿En qué años escribiste la novela?
La comencé en junio de 2008 y la terminé en diciembre del año pasado (2010).

Justo para entrar a concursar por el Alfaguara...
Sí, justo... bueno, terminé un primer borrador en junio, pero mi proceso de escritura siempre es que al terminar una novela la meto en un cajón y la dejo dos meses y la recupero después para corregirla. Entonces lo que tenía en las manos en diciembre ya era un manuscrito corregido y definitivo.

Leía en alguna entrevista tuya que hay dos libros que escribiste entre los 23 y los 25 años  ('Persona' y 'Alina suplicante') y que pedís que te dejen olvidar esa parte de tu pasado. ¿Por qué esa petición? ¿Cómo valorás tu primera obra desde ahora?
Los veo como libros de aprendizaje, con los que aprendí mucho, pero creo que no debo imponerle mi proceso de aprendizaje a los lectores, es como que obligaras a la gente ver a los actores durante sus ensayos en el camerino, la gente quiere ver cuando la obra ya está lista. Alguna gente, incluidos mis editores -pero no solo ellos- me dicen que en esos libros hay algo valioso...

¿No crees en la posibilidad de reescribirlos?
Es una posibilidad, pero siempre me interesará más meterme en el siguiente proyecto desconocido, que ponerme a trabajar como corrector de prueba de mis propios libros.

¿Estás ya en el siguiente proyecto?
No, aún no. Esta novela es aún muy reciente, apenas la terminé, y me quedé completamente vacío, había dicho todo lo que tenía adentro. Y así sucede siempre con mis libros, tengo que esperar un tiempo a que se llene el pozo de nuevo. Además, estoy volviendo a pensar en cuentos. Publiqué un libro de cuentos en 2001, y luego he hecho tres novelas, y estoy empezando a echar un poco de menos las cosas que te permite el género. Tal vez el siguiente libro sea uno de cuentos, para desgracia de mis editores (sonríe).

¿Seguirá siendo el tema Colombia?
Eso es lo que no se puede decir, porque no escojo temas en abstracto. Hay una imagen que va naciendo, hay un personaje metido en un lío, y poco a poco voy descubriendo cuál es ese mundo, cuál es su problema, cómo se metió ahí, cómo es, y ahí va saliendo el edificio de la ficción, nunca he pensado en función de temas.

Volviendo a la novela premiada y a la Hacienda Nápoles, que es un espacio que por su naturaleza intriga mucho, porque tiene algo de exótico: es un caso paradigmático para explicar la normalización que puede alcanzar el narcotráfico como cultura, sus personajes, sus ocurrencias... ¿Cómo vivías tú este mundo?
Lo que a mí me tocó fue la transformación del negocio, además, es un negocio que nació con mi generación. Una de las cosas que llevaron adelante la escritura de la novela fue darme cuenta de que mi generación nace con el narcotráfico. Yo soy del 73, el año en que se funda la DEA (Drug Enforcement Administration). La mayoría de mis amigos son contemporáneos de la 'guerra contra las drogas', una expresión que Nixon utiliza por primera vez en el 71. A partir de ahí, esto que era un contrabando de una sustancia prohibida se va volviendo poco a poco en una máquina de corrupción, de violencia, luego de terrorismo, y esa transformación es lo que nos tocó a mi generación.

¿Y ese proceso lo vivían como algo extraordinario o era 'la normalidad'?
Se vivía como un mundo extraordinario, pero no sorprendente, en el sentido de que el mundo del narcotráfico, durante esos años en particular, siempre fue excesivo, por esa ostentación de la riqueza. La verdad que eso cambió la forma de vivir de la gente en Colombia. Por ejemplo, había un narcotraficante en Cali que quería entrar a un club social de la alta sociedad caleña, y no le permitieron entrar. Entonces él compró los terrenos que quedaban justo enfrente de ese club e hizo otro club mucho más grande, mucho más ostentoso y lujoso para permitirse la entrada y prohibírsela a quien se la prohibió a él. Era un mundo de excesos y desmanes en todo sentido. Pero nada de eso era sorprendente, nos acostumbramos a vivir con lo extraordinario, y no reaccionamos como debíamos ante el narco. Toleramos demasiado durante muchos años.

En tu libro de ensayo 'El arte de la distorsión' abordas 'Cien años de soledad' con una tesis novedosa, separándote del manto sagrado del realismo mágico, y afirmas, si entendí bien, que es una novela histórica, que da cuenta mediante la ficción, de hechos históricos extraordinarios. ¿Podemos extraporlar la historia del narco a 'Cien años de soledad' bajo esta tesis?
Eso no se me hubiera ocurrido nunca, pero es posible, y es interesante porque lo que el realismo mágico hace es convertir lo mágico en cotidiano y lo cotidiano en mágico, y eso se parece mucho a lo que pasó en el mundo, en Colombia al menos, con la presencia del narcotráfico en sus primeros años. De hecho, a los mafiosos colombianos en una época se les llamaba 'mágicos' en el habla coloquial de la gente: 'ese es un mágico'. Lo que planteas es interesante, nunca se me había ocurrido.

Muchos autores latinoamericanos de tu generación, y más jóvenes, como es natural en la historia del arte, arremeten contra sus antecesores, contra el 'boom' en particular, pero en tu caso he visto lo contrario, seguís a los clásicos modernos, te suscribís a García Márquez, Vargas Llosa, y de hecho sos traductor de Foster, John Hersey, Víctor Hugo y has escrito sobre Joseph Conrad. No sé si esto es producto de formarte en Europa, que en su momento tuvo una fascinación por nosotros que no tuvimos nosotros mismos.
No exactamente, es por una convicción de que un latinoamericano, lejos de ser una amenza para los que venimos después, más bien nos abrió puertas y nos dejó un legado valiosísimo, y uno de esos es la libertad de buscar nuestras influencias en cualquier tradición, aunque no sea la de nuestra lengua. A mí siempre me ha parecido que hay un malentendido en esa idea de que la influencia literaria es territorial, que si yo nací dentro de la frontera colombiana me cae como lápida la influencia de un gran escritor colombiano. Eso es falso. Los escritores montan su literatura en una tradición que ellos mismos escogen, y que no tiene que ser la del propio país ni la de la propia lengua. Y eso, por ejemplo, es uno de los principales legados del 'boom'. La obra de García Marquez no se construye con la tradición de la novela colombiana, se construye con Faulkner y con Hemingway; la obra de Vargas Llosa no se construye con la tradición de la novela peruana, sino sobre Sartre y Flaubert. Entonces esa libertad que tenemos es una de las cosas que nos ha heredado el 'boom latinoamericano', por eso nunca los he visto como una amenaza sino más bien como grandes maestros que han dejado enseñanzas muy importantes.

Yendo del pasado al presente, últimamente Colombia ha destacado mediáticamente con autores que están produciendo literatura que, como la tuya, aborda el tema del narco, pero desde una perspectiva un tanto más frívola, como 'El cártel de los sapos' y similares, de hecho muchas son, literalmente, telenovelas. ¿Qué opinión tienes sobre esa tendencia?
No tengo mucho respeto por eso. En esto, como en todos los aspectos de la literatura, lo que importa no es lo que cuentas, sino cómo lo cuentas: el ángulo, la sensibilidad, el tratamiento literario. Entonces, tomando el narcotráfico como tema, se pueden hacer novelas importante, como 'Leopardo al sol', de Laura Restrepo, que es una novela sobre narcos. Se pueden hacer extraordinarias novelas que traten el tema entrando por lados particulares, como 'La Virgen de los Sicarios', de Fernando Vallejo, y luego se pueden hacer productos sensacionalistas, oportunistas, que simplifican la realidad, que son formalmente poco cuidados, muchos de estos no son más eso, telenovelas en papel.

Ya que mencionas a Fernando Vallejo, un colombiano que ha desarrollado una literatura muy particular, una suerte de estética del insulto, y que despunta entre un puñados de autores latinoamericanos rabiosos como Bolaño, nuestro Castellanos Moya, y otros, ¿crees que esto es una reacción a algo coyuntural o es algo más?
Yo creo que es una larga tradición en la literatura. Vallejo me decía que nunca ha leído a Thomas Bernhard, un austriaco que jugó un mismo papel, una misma posición, una misma sensibilidad con respecto a Austria que la que tiene Vallejo frente a Colombia. Sus novelas son máquinas de la indignación, del improperio, del insulto, del ataque, pero lo que las hace literatura es que la indignación, el improperio, el insulto y el ataqe vienen en palabras muy cuidadas, con riqueza estilística, con el cuidado de la lengua, y eso es necesario para que sea literatura. Pienso en (Paul) Celan, en Francia, parte de esta tradición. 

¿Conoces bien a algún autor centroamericano o salvadoreño?
No podría decir, a menos que me esté dejando a alguien, que conozco autores personalmente. Soy muy lector de uno, de Horacio Castellanos Moya, me parece un novelista muy valioso...

Es algo así como nuestro Thomas Bernhard...
Recuerdo esa novela suya que se llama Thomas Bernhard de visita en El Salvador, o algo así.

'El Asco', sí...
En la que, al contrario que en otras novelas suyas, se pone esa máscara de la invectiva constante, esa especie de odio estilizado, y lo hace como un gran escritor.

Castellanos Moya dijo en una plática pública reciente una expresión que me quedó resonando, dijo algo así como 'Con tanto crimen que hay aquí, lo que hace falta son escritores'. ¿Crees que es un tema que se impone o que es un imperativo ético abordarlo como escritor?
Creo que la literatura siempre se ha alimentado de conflicto. Si grandes generaciones literarias durante toda la historia han coincidido en temas como estos es porque algo está pasando en sus países que no logran entender, y la violencia es una de esas cosas dificiles de entender, y por eso, mientras haya violencia, mientras haya muerte y destrucción, siguen saliendo novelas para tratar de explicar eso tan dificil de entender.

¿No crees que se corre el riesgo de que la literatura normalice la violencia? No por contarla, sino por novelarla.
No creo. Todo lo contrario. Eso solo pasa cuando la novela es mala, pero cuando la novela es buena, es todo lo contrario. La literatura lo que logra es hacernos sentir que ese mundo es absolutamente nuevo, sorprendente, impredecible y chocante. La mala literatura anestesia, la buena novela logra que un asesinato o un enamoramiento, algo que hemos visto mil veces, lo veamos por primera vez, con luz para algo entender.

Volviendo a tu caso, he podido entrevistar a varios premios Alfaguara, y siempre pregunto esto: Todo esto de la gira y del tratamiento de rockstar en algunos lados -aquí quizá no-, ¿cómo la vive un escritor, que por lo general suele vivir su oficio más en solitario?
Siempre he viajado mucho, por las traducciones de mis libros, porque es una manera de ganarme la vida aceptar invitaciones a dar conferencias por aquí y por allá, pero con el premio es otra experiencia totalmente distinta, es terriblemente agotador, te hace sentir hartazgo de tu propio libro, pero al mismo tiempo llegas a conocer países y personas que de otra manera jamás hubieras conocido. 

¿Cómo se hace menos vulnerable un escritor a los cosquilleos de la farandulería literaria, por llamarla de alguna manera? Como sea, hay atención mediática, el trato de la gente es diferente, todo eso afecta el ego del ser humano por naturaleza...
No sé...

Me respondes dentro de dos años para ver cómo te afectó, ja, ja, ja...
(Sonríe) Es una cuestión de temperamento. Yo soy de un temperamento solitario. Todo esto de alguna manera pone a prueba tu soledad, porque violenta tu soledad, y eso emocionalmente es muy agotador, y claro, lo que yo me paso pensando más bien es en qué momento voy a poder volver a sentarme a escribir. Muchas veces creo que mientras sucede todo esto se da un episodio esquizofrénico, uno se divide en dos, como decía Borges: hay un Borges por ahí que va dando entrevistas y tomándose fotos, y luego está el escritor que se queda esperando para sentarse a escribir otro libro.

Al inicio de esta plática mencionaste que te habías ido de Colombia para ser el escritor que querías ser. Después de oírte, te pregunto: ¿Eres el escritor que querías ser?
De alguna manera sí. Pero cuando yo digo que me fui para ser el escritor que quería ser, no estoy hablando tanto del tipo de libros que quería escribir, sino de poder armar una vida donde la literatura sea el centro.

¿Crees que eso no lo hubieras podido hacer en Colombia?
No.

¿Por qué?
No, por las propias condiciones sociales. Cuando yo me fui de Colombia no permitían pensar que una persona podía dedicarse a escribir y vivir de eso, y como leer y escribir son la únicas cosas que yo sé hacer razonablemente bien, y siempre he perseguido poder ganarme la vida desde los libros, no desde los míos, porque eso lo hace solo un puñado de personas en todo el mundo, pero sí ganarme la vida enseñando literatura, produciendo literatura, reseñando literatura, haciendo periodismo, todo lo que pueda hacer desde mi teclado para ganarme la vida. Y cuando yo me fui de Colombia eso no era posible, ahora sí lo es. Ahora en Colombia ha cambiado el mercado, los jóvenes escritores crecen en un mundo mediático en el que pueden ganarse la vida como periodistas, como oportunistas, como muchas cosas...

¿Podrías volver a Colombia?
No permanentemente. Me siento mucho más a gusto en un sitio donde soy más anónimo. Aunque no descarto volver a pasar una temporada corta, quizá en par de años, pero no podría volver de manera definitiva. Valoro mucho todo lo que me da la vida afuera.

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