El Ágora /

'Al que no le guste el torogoz es un enfermo'

Su primer trabajo fue a bordo del tren que salía de madrugada en la estación de Ciudad Delgado, allá por los años 40. “Barré bien para no quedarte como barredor”, le dijo un antiguo ferrocarrilero, y hoy, a sus casi 80 años, él  repite esa y otras frases como axiomas de una vida que considera exitosa. Este es el fundador de la empresa Torogoz: el señor Torogoz.

Domingo, 13 de marzo de 2011
Mauro Arias, Patricia Carías y Gabriel Labrador

 

Óscar Panameño en la sala de ventas del inmueble donde fundó su empresa. Foto Mauro Arias
Óscar Panameño en la sala de ventas del inmueble donde fundó su empresa. Foto Mauro Arias

Por curiosidad, ¿cómo se pasa de ser empleado del tren a empresario?

Fácil. Yo le hago una pregunta a usted. Digame usted: “yo quiero ser empresario”. ¿De?

Me gustaría pero me da como miedito.

Exactamente. Ese es el error que tiene actualmente los jóvenes. Son cobardes.

Je, je, je.

Ven pasar las oportunidades y no las atrapan. ¡No las atrapan! Y no las ponen a trabajar por una tan sola razón: no quieren sacrificarse. Ahora la juventud no quiere sacrificarse, pero sí quieren ser empresarios. Mire, si usted logra ser disciplinado con el tiempo y con el dinero, usted tiene éxito. El tiempo usted lo puede administrar pero sucede que nosotros nos dejamos administrar por el tiempo. Le voy a poner un ejemplo muy chiquitito y estoy seguro de que a ustedes les ha pasado algunas veces en su casa: se quema un foco y ustedes dicen “¡Ve!, mañana lo voy a cambiar”.

Je, je.

Y después dicen “se me olvidó. Mañana lo cambio”. ¿Por qué no cambiar ese foco de inmediato? ¿Por qué no tener esa actitud de hacer las cosas pronto? Le voy a contar algo. Cuando yo fui ferrocarrilero cometí una chambonada. Y esa chambonada me llevó al éxito. Yo acarreaba las redes de verduras de la báscula hacia el vagón. Una vez, cuando pasaba por la rampa se me desvió la carreta y se fueron las redes entre el coche y la bodega. No las podía sacar. Pedí auxilio y me ayudaron, pero un viejito de edad y de años trabajando en el ferrocarril me dijo: “Hijo, barré bien para que no te quedés de barredor”. Jamás se me olvidó. Y otra cosa que nunca se me olvidó son las palabras de mi abuelo, que me decía: “Hijo, sacrifícate si querés ser feliz. Si querés tener éxito, sacrifícate”. Hoy a nadie le gusta sacrificarse. Yo le pregunto a ella: Usted, ¿qué hace?

Estudio y trabajo.

Ok. ¿Y el domingo?

Hum, la Iglesia.

Le voy a contar algo. Había una niña que me decía: “La Iglesia”. Y, efectivamente, tenía un grupo de personas que ella estaba motivando sobre el éxito. Ella estudiaba pero las notas las llevaba mal, ¡mal! Yo le pregunté por qué, y ella: “Es que no me queda tiempo”. Y yo: “¿Y cómo tiene usted distribuido su tiempo? El domingo, ¿qué hace?”. “Voy a la iglesia”, me dijo. “¿Y cuánto tiempo va a la iglesia?”. “Bueno, de 8:00 a 12:00; y de 4:00 a 5:00, porque doy clases”. No sé, un montón de cositas que me explicó. Estoy de acuerdo, ¡qué bonito! ¡Qué bonito! ¿Y los estudios? ¿No cree usted que mejor es darle un poquitito al Señor, y otro poquitito para usted? Porque el Señor no se va a molestar porque Él sabe que usted no está perdiendo el tiempo, lo está ocupando para prepararse y sacar buenas notas en sus estudios…

No lo vayan a escuchar…

¿Por qué? Yo no le estoy diciendo que no sirva a la iglesia, sino que le sepa servir.

Mire, y usted, vaya, trabajaba en los trenes y luego cómo decide salir de ahí y comenzar a estudiar para ser contador.

Mire, el tren llegaba… el tren salía… en el tren en que yo me tenía que abordar era a las 5:45 de la mañana. ¿OK? 5:45 de la mañana.

¿En punto, en punto, en punto?

Es que el tren sale a las 5:45. Si el boletero, al que tenía que llevar, no estaba, el tren se iba. Ahí no había cinco minutos de gracia, como sucede ahora en las empresas, que les dan cinco minutos de gracia para que la tarjeta no marque en rojo. No, el conductor decía “¡Vámonos!” y el maquinista pitaba y salía el tren. Si yo estaba, me iba; si no estaba me quedaba. Ahora me pregunta usted, ¿y cómo hacía con su desayuno? Fueron 605 días, hija, que tomé shuco con un par de panes en la esquina de la avenida Independencia, la que está ahí por la terminal del ferrocarril. Una rutina. ¿Y quieren saber una cosa más? Vivía en un mesón que se llamaba Santa Isabel, con mi papá…

Número 6.

¡! ¿Y usted cómo sabe?

(Óscar panameño es ingenuo. Le explicamos que ese dato aparezce en Internet, en varias de las entrevistas que le han concedido en los últimos años con motivo de los premios y galardones gremiales que le han concedido -parece que somos los únicos que lo entrevistamos sin que haya un premio de por medio-. Parece sorprenderle que alguien más que él considere valioso hacer memoria de su vida.)

Ya ve.

Número 6, ahí está (señala otro cuadro grande, en el que se observan figuras en bronce: trenes, personas, un candil y el infaltable torogoz). ¿Y saben una cosa más? Me alumbraba con un candil de gas. Por eso están ahí en todas las pinturas. Mi papá así apagaba la mecha, con las yemas de los dedos. Ahora tengo un control remoto para apagar las luces de mi casa.

La vida de Óscar Panameño se describre en un escudo que cuelga de su oficina.
La vida de Óscar Panameño se describre en un escudo que cuelga de su oficina.
Je, je, je.

Vea, pero me sacrifiqué. Yo no quería ser el boletero. Yo empecé a barrer bien desde niño para no quedarme de barredor. Yo aproveché mucho mi niñez. Iba a pintar cruces al cementerio, los primeros y 2 de noviembre… De chiquito era muy ingenioso. Hacía plantillas para las alfombras que ponen en Semana Santa, de harina y aserrín pintado, y las vendía. Yo vendía fresco. Por eso ustedes ven (y señala una pintura en las paredes) que hay un niño vendiendo fresco. Vendía fresco en el campo, vendía fresco en el parque, vendía fresco en el tren. Cuando yo estuve en Calle Real yo le fabricaba máscaras y cascos de cartón. Yo aproveché a vender mis máscaras y mis cascos con un señor que vendía muñequitos de madera. Entonces, no perdía el tiempo porque yo tenía hambre y la persona que tiene hambre busca el dinero. Y el problema, como dijo él al principio, es que uno tiene miedo de atrapar las oportunidades. ¡Claro que tiene miedo, porque no quiere sacrificarse!

Usted, estoy más que seguro, gasta más de lo que ingresa. Yo he hecho encuestas. Seguro que en su casa hay más de dos celulares. ¡Sí! Y seguro que hoy sale un celular con más tecnología, viene y cambia ese por el otro… y no le importa deberlo…

Nos han forzado. En serio. En el periódico nos han metido a la fuerza el celular nuevo…

Sí, y así les meten también las tarjetas de crédito.

Ja, ja, ja…

El problema es a la hora de pagar. Mire, yo trabajé 20 años en Freund. Judíos muy ordenados, muy organizados. Había una palabra de ellos muy interesante: Decían: “Los hijos no se comen, ni los nietos ni los bisnietos. Los tataranietos se comen”. Quiere decir que las inversiones, las ganancias que va teniendo la empresa, se van invirtiendo. ¡El pisto llama pisto! ¡El dinero llama dinero! Por eso hay que saber hacer el primer millón.

Usted, ¿cuántos millones lleva hechos?

(Guarda silencio por tres segundos) ... ¡Va!

Ja, ja, ja.

No hablemos de cifras. Lo que he hecho es una empresa con prestigio.

¿Cuántos empleados tiene?

170.

Mire, ¿y usted es bravo con sus empleados? ¿Les grita? ¿No?

¿Tiene sindicato?

Yo no sé qué es la palabra sindicato. No sé. Y si los sindicatos fueran como los que hay en Alemania, que son los pilares fundamentales para que las empresas progresen, sería fabuloso. Pero el sindicato aquí no es así. En el sindicato de aquí son los directivos los que se benefician... Bueno, pero no hablemos de sindicatos. A mí, de problemas políticos no me gusta hablar. Me gusta hablar de problemas sociales, que yo sé que todos los empresarios tenemos una responsabilidad social. Todos, ustedes inclusive. Todos decimos: “Tenemos mal gobierno”, “tenemos mala Policía”, “¡La delincuencia cómo está!”. Pero nadie hace nada. Nadie, nadie… Solo estamos viendo lo nuestro. No vemos lo colectivo. Por eso mi abuelita siempre me decía a mí: “Oye hijo, ¿cómo dicen las campanas? Dan, darán”. Hay que dar para recibir. “Hacer bien sin mirar a quien”, porque la felicidad estriba en ver felices a los demás. Ese es el éxito. Ser humilde.

¿Usted es humilde frente a sus empleados?

Es que mire, a mí me dieron la Palma de Oro, me dieron el premio ASI, hace dos años…

Y el de Coexport.

Nos dieron el de Coexport. El premio por la creatividad. Pero no se me han subido los humos a la cabeza. ¡Todo lo contrario! Me ha ayudado para fortalecer más hacer mi rol, no para hacerme creído. ¿Y de quién cree que dependemos nosotros? Solo los tontos tratan mal a los empleados. ¿Y no son ellos los que le ayudan a generar su negocio, pues? Usted, por ejemplo, trabaja en una empresa…

El Faro.net.

Ok. Y si su jefe los trata mal, ustedes hacen mal su trabajo. Lo hacen porque tienen necesidad de un ingreso pero en realidad no le han puesto amor al trabajo. Pero si su jefe los trata como amigos y los comprende, el rendimiento de ustedes será mayor. iEs tan lógico! Mire, lo vemos claro en el caso de un empleado de casa. ¿Usted tiene empleada en su casa?

Sí.

¿Y usted?

Sí, una gran cosa.

¿Quién lo atiende a usted?

Mi casa se derrumbaría si no fuera por ella.

Vaya, sin embargo, todavía hay quienes las ven como esclavas. Que ya con sus tragos ahí, “¡Mirá, María, servime de comer!”. ¿Y por qué pues? Si es un humano. Tiene derecho a salir un domingo, tiene derecho a comer lo mismo que usted come… ¡Son babosadas!

Hay casos donde los empleados comen diferente a lo que comen los patrones.

¿Y por qué, pues? Aún más, cuesta más hacerle comida de otra manera al empleado. ¿Por qué, pues? ¿Quién les cuida los niños? ¿Y no hacen las veces de mamá, pues? Y sin embargo, ¿cómo las tratan? No hay derecho, y por eso es que este país está cómo está. Al empleado hay que tratarlo como humano.

Pues parece que aquí muchos empresarios sienten que te están haciendo un favor al darle trabajo...

Es que mire, mire… Volvemos a lo que yo le decía de mi abuela, lo de las campanas, “Dan, darán”. Si un empleado… Se lo voy a poner de otra manera. ¿Ha visto usted una plantita? De repente, la ve que va creciendo, que va poniendo sus ramitas bien bonitas y saca unos sus brotes de flor. ¿Lo ha visto? Usted la riega y le pone cariño, ¿no? Y la traslada a una maceta más bonita, ¿no? Y posiblemente la mete a la sala y la pone a la par de la televisión. ¿Pero qué hace con una plantita que ve que se va marchitando? La bota. Lo mismo sucede con el empleado. Hay empleados que piensan: “¿Para qué me voy a joder aquí?”, “¿Para qué?, ¡si ni me aumentan! ¡De nada sirve!”. ¡Se la pasan renegando! ¿En qué termina el empleado? En que lo quitan porque él se quitó. Pero si aquel empleado, como la plantita agradecida, dice: “No se fijan en mí; yo voy a hacer que mi jefe se fije”. Si empieza a ser el más creativo, a barrer más bien de lo que lo han mandado barrer, ¿en qué termina?

¡En jefe de barrenderos!

Pues es lo más lógico. Si usted quiere ser plantita marchita, pues marchítese. Si no, empiece a retoñar, ya va ver si no lo tomen en cuenta.

Usted pasó del tren a Freund y después...

No, después del tren pasé a trabajar con H. de Sola. Ese fue un cambio brusco. Después de trabajar en el campo, ir a trabajar al edificio Dueñas. Era auxiliar de contabilidad.

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