El Ágora /

'Al que no le guste el torogoz es un enfermo'

Su primer trabajo fue a bordo del tren que salía de madrugada en la estación de Ciudad Delgado, allá por los años 40. “Barré bien para no quedarte como barredor”, le dijo un antiguo ferrocarrilero, y hoy, a sus casi 80 años, él  repite esa y otras frases como axiomas de una vida que considera exitosa. Este es el fundador de la empresa Torogoz: el señor Torogoz.

Domingo, 13 de marzo de 2011
Mauro Arias, Patricia Carías y Gabriel Labrador
Óscar Panameño. Foto Mauro Arias
Óscar Panameño. Foto Mauro Arias

Es preguntón y ante toda respuesta que no le place, suelta una frase en el mejor tono de abuelo regañón. Óscar Panameño (San Salvador, 1931) se siente con la misión de enderezar árboles torcidos a fuerza de consejos, pasadas y anécdotas de su vida, en las que no siempre ha quedado como héroe. Tras una plática de poco más de una hora, rodeados de pinturas y estatuillas alegóricas a su vida, uno podría salir de su oficina con una especie de manual exprés sobre cómo sobrevivir y crecer a pura inventiva y -su palabra favorita- sacrificio. “Yo les apuesto que ninguno de ustedes se sacrifica”, desafía.

Trabajó como boletero en un ferrocarril, luego como auxiliar de contador para una empresa instalada en el edificio Dueñas, y después saltó a la codiciada Corte de Cuentas donde trabajar, según recuerda, solo era asunto de elegidos (y lo sigue siendo, don Óscar). Luego tuvo que tomar la decisión de su vida: viajar a Puerto Rico con una beca o trabajar en Freund. Decidió lo segundo. “¿Qué hubiera pasado si yo con el entusiasmo de que me voy para Puerto Rico pierdo la oportunidad de ir a Freund? No sería el empresario que soy”, asegura.

Fundó la empresa Torogoz en 1977, casi 30 años después de haber visto aquel mítico pájaro por primera vez entre barrancos y rieles del tren, y dice que “el problema de los jóvenes de ahora es que son cobardes”. Se queda con la boca abierta cuando le comentamos que uno de sus monumentos de torogoces, el que ocupa el redondel del antiguo Variedades, no agrada a algunos capitalinos.

Qué curioso, yo tengo una mesa igualita en mi casa, solo que más pequeña.

¿Sí?

(Le hemos esperado pocos minutos en una antesala y él llega desde su despacho, con actitud algo distante, casi receloso. Comienza por preguntar quiénes somos y para qué es esta entrevista. Con la grabadora ya encendida, hablar de la mesa de vidrio y base de metal que tiene colocada en ese salón parece una buena manera de decirle que no somos inspectores de Hacienda ni venimos a pedirle que confiese que mató a Kennedy.)

¿Cuándo comenzó a hacer esto?

Bueno, esta mesa la construimos hace 30 años.

¡Hace 30 años!

Con eso comenzamos.

Pero esta mesa todavía tiene el mismo color, ¿verdad? El vidrio es el mismo también, ¿no?

Ya ve, la calidad...

¿Ustedes son los únicos con este tipo de muebles?

Hoy por hoy creo que sí. Es que a nosotros nos han identificado mucho como vendedores de trofeos y reconocimientos, pero somos mucho más que eso. Ha cemos esculturas de más de cinco metros de alto. Bueno, un ejemplo, son los pájaros que están ahí pues, nosotros los hicimos.

¿Los del redondel en la calle San Antonio Abad?

Sí, nos salimos de la técnica del bronce para darle un color porque es bonito el color que tiene el torogoz, ¿verdad?

Claro... ¿Por qué le gusta tanto el torogoz?

Usted me hizo una pregunta dendioy, ¿por qué me gustan tanto lo trenes? Si ve allá atrás hay una colección de trenes, por acá hay pinturas de trenes, detrás de mí están las máquinas y todo el tren, y también ven ustedes las pinturas de torogoz. En todo está. Están relacionados el torogoz con los trenes, o los trenes con el torogoz.

¿Y de qué surge esa relación?

Bueno. Vea esa pintura que está ahí, en vidrio: yo fui ferrocarrilero.

Boletero.

Boletero del tren. Era de los que andaba en los trenes. Después me dejaron como boletero de una estación de bandera que queda entre Milingo y Apopa. A ese cargo también le llaman boletero porque vende los boletos ahí en la estacioncita y también baja y sube las cargas de los pasajeros que abordan para ir a vender sus productos. Pero cuando el tren se iba yo quedaba solo y aprovechaba para pasearme por la línea del tren para pasar el tiempo, y así llegué a ver al torogoz, que es el que vive en las cuevas. O cuando yo bajaba al río Tomayate a bañarme me encontraba con el torogoz. Eso fue en 1948. En ese entonces jamás imaginé que iba a tener una empresa a la que le iba a poner de nombre Torogoz. De ahí viene el nombre, y pegó. Y a esto le agrego: “Torogoz, el sello de lo bello”.

¿Y esa frase de dónde surgió?

Cuando toda la gente nos decía: “pero qué bello lo que hacen ustedes”, pensé que la gente misma nos lo estaba diciendo: ¡el sello de lo bello!

Regresando al torogoz, ¿será que usted promovió que fuera el ave nacional?

Yo digo que sí, porque en 1999 que le dieron el decreto había mucha gente que aún no conocía el torogoz.

¿Y por qué no el talapo?

Es que son dos cosas. El talapo es un poquito más gordo y tiene el pico más ancho que el del torogoz. Por eso allá tengo un talapo y un torogoz disecados. Tienen bastante parecido, por otros lados les dicen guardabarranco.

Mot Mot le dicen en Guatemala.

En Nicaragua como que guardabarranco le dicen. Y esa es la historia de los trenes, por eso abundan aquí trenes y torogoces. Hoy todos quisieran tener un negocio con el nombre de Torogoz. En Estados Unidos, hay un periódico de los salvadoreños que se llama Torogoz y tiene la misma silueta que la que nosotros tenemos.

También hay unos Torogoces de Morazán, unos que cantaban en la guerrilla.

Sí.

¿Los patrocina usted?

No, no, no.

Era una broma.

Ni sabía, solo sabía que había un conjunto que se llamaba Torogoz.

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