Opinión /

El por qué de la democracia


Miércoles, 16 de febrero de 2011
Mauricio Silva

Para aquellos que vivimos los tiempos de las dictaduras, los tiempos en que pensar diferente a los que ostentaban el poder, en que organizar a la comunidad, hablar de  la necesidad y derechos de los pobres y las clases trabajadoras, eran crímenes que se castigaba con prisión y hasta tortura; para aquellos que entendimos la guerra como la horrible consecuencia de la falta de libertades; para aquellos que no teníamos forma segura de saber la verdad y expresar nuestros pensamientos; para aquellos que nunca pudimos dar un voto válido hasta mucho después de la mayoría de edad; para los que nos acostumbramos a oír solo una verdad oficial pues no había separación de poderes; para los que vivimos una justicia totalmente parcial y sesgada; para nosotros el por qué de la democracia es claro: para que todo ello no se repita.

El ejercicio de construir democracia en nuestro país es reciente, comienza con los Acuerdos de Paz. Solo desde entonces hemos tenido elecciones en las cuales todos los partidos políticos han podido participar y los resultados se han respetado; hasta entonces se han podido expresar con bastante libertad – aunque todavía con muchas desigualdades - todos los sectores de la sociedad; desde entonces se deja de usar los poderes militares y del estado para reprimir a la oposición; desde entonces empezamos a oír voces diferentes y tratar de resolver nuestras  diferencias a través del dialogo, la formación de consensos y la aplicación de las leyes. Solo hasta hace poco se da una separación de los poderes del estado, una transición pacífica del gobierno a un partido diferente como resultado de elecciones libres, una separación del poder económico del poder del estado. 

Todas las medidas que implica ese proceso y que se están introduciendo con el construir democracia, implican cambios importantes para todos los actores de nuestra sociedad. Los que estaban acostumbrados a tener el poder total deben aceptar compartirlo, deben aceptar que su palabra no es la ley. Los que estaban acostumbrados a ser oposición deben aceptar los costos de gobernar, pero sobre todo, deben también compartir los costos de la democracia. Construir el país que queremos implica para los primeros pagar su parte del costo de ese plan de nación, lo cual debe ser proporcional a sus privilegios; los otros deben aceptar las formas legales de expresión y no tratar de imponer su voluntad con base en constantes huelgas y manifestaciones. Todos debemos aceptar las leyes y procesos que el vivir en una democracia conlleva. Cada vez más el ejercicio de la democracia debería ir eliminando privilegios, lo que beneficia al país y nos asegura un mejor futuro. La formación de consensos implica concesiones por parte de todos, solo en las dictaduras se puede imponer la voluntad total de un sector.

Las formas diferentes de gobierno que no son la democracia y que no se basan en un respeto a las leyes, la alternancia en el poder, la separación de poderes, el respeto a los derechos humanos, y la libertad de expresión, han existido en todas las tendencias, prueba de ello son los gobiernos de los ex regímenes socialistas, las dictaduras militares de América y los regímenes que de una forma u otra se las arreglan para un continuismo no sano. Algunos de ellos han tenido algunos logros, pero en ningún caso los beneficios han excedido los costos y todos esos regímenes han terminado mal, siendo el último de esa larga lista el gobierno de Mubarak. Los costos para la nación de cada uno de esos experimentos han sido muy altos. El Salvador ya pagó un precio alto en la guerra para poder empezar a construir un estado democrático. Es necesario no retroceder. Para ello se debe evitar promover prácticas antidemocráticas como lo ocurrido en Honduras hace un año, negarse a aceptar y pagar los impuestos que les corresponden del pacto de nación, deformar el papel de agentes económicos y volverse oposición y tergiversar la verdad a través de una utilización de los medios de comunicación. También se debe evitar desestabilizar, por medio de movilizaciones sociales constantes e injustificadas, el continuismo del clientelismo político, la impunidad, e incluso corrupción, de algunos de los partidos políticos y funcionarios electos.

Los ciudadanos debemos reconocer lo difícil y lento de la construcción de la democracia, expresar nuestro apoyo a las medidas para fortalecerla y oponernos a las medidas que la debilitan. Uno de los beneficios de esta incipiente democracia es que todos los partidos políticos y sus líderes estan aprendiendo que deben oír los mensajes que la población envía.

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