Opinión /

Para lo que sirve la democracia


Domingo, 13 de febrero de 2011
Rubén I. Zamora*

En una reciente publicación de El Faro, me encuentro con un interesante punto de vista de su director, Carlos Dada sobre el tema de la democracia.

En el artículo en cuestión, el Sr. Dada desarrolla, en su primera parte, un argumento que se puede resumir diciendo que los salvadoreños apreciamos muy poco la democracia porque lo que nos interesa es que nos resuelva nuestros problemas, así, por ejemplo, él afirma, con base en una encuesta de su publicación: “Ahora, que comenzamos a avanzar en democracia, ahora al salvadoreño eso le importa muy poco. No es que quiera un gobierno autoritario. Es que no le importa, con tal de que quien gobierne le resuelva sus problemas”.

Es evidente que Dada no está dispuesto a caer en la dicotomía, tantas veces y tan fácilmente esgrimida por la derecha autoritaria de que la gente, como no aprecia la democracia, prefiere la dictadura, como si el sentir de la gente se pudiera encapsular en estas dos alternativas y no hubiera otras, como por ejemplo que no quiere ninguna de las dos (algo así como: “¿Qué prefiere?... ¿Que lo fusilen o que lo ahorquen?...), o que no tiene opción por ninguna de las dos, porque las considera irrelevantes (algo así como: ¿Qué prefiere? ¿Ir a la luna o ir a Marte?...).

El argumento debe invertirse en el sentido de plantearse no en términos de si la gente quiere o no la democracia, sino en términos de si sus gobernantes están haciendo lo necesario para que la gente se reconcilie con la democracia o la aprenda; en otras palabras, solo si el ejercicio democrático le demuestra al pueblo que puede resolver 'sus problemas' y hacerlo de la mejor manera que la dictadura, es que la democracia tendrá valor y sentido para el pueblo. En consecuencia, el nudo del problema no reside en que la gente dé preferencia a encontrar soluciones a sus problemas sobre el tipo de régimen bajo el cual viva; el problema no está en la democracia sino en “los demócratas” que están en el gobierno implementándola, en los partidos políticos que la proclaman y en general en todos aquellos que la usan para su particular beneficio.

La democracia, como forma de gobierno, no tiene un valor metafísico intrínseco, no es en sí y por sí superior o mejor que otras formas de gobierno; su valor estriba en, por una parte, el conjunto de valores a los que apela y por el otro, y yo diría principalmente, en su eficacia, en su capacidad de resolverle, o ayudar a resolverle sus problemas a la gente.

La democracia dice referencia y trata de encarnar prioritariamente un conjunto de valores que éticamente consideramos preferibles a los de otras formas de gobierno: la libertad, el respeto a la persona humana, el desarrollo de la iniciativa individual, etc., etc.  Estos y otros más son valores que la democracia pretende encarnar  en la práctica política y se organiza para hacerlos realidad en instituciones y relaciones sociales; a diferencia de ella, un régimen autoritario va a apelar a otro conjunto de valores y con otras prioridades valorativas y tratará de encarnarlos en la sociedad; pero por encima o por debajo de ellos, el test más importante tanto para la democracia como para el autoritarismo es su eficacia y efectividad para resolver los problemas de los gobernados.

En definitiva estamos en el campo de la política y no de la ética en el que, si bien ambas participan de las exigencias valorativas, en la política estas no bastan pues se requiere de que la acción sea eficiente y efectiva; o como Santa Teresa decía: “El camino del infierno está empedrado de buenas intenciones”.

Por esto mismo es erróneo contraponer el apoyo a la democracia con la satisfacción de las aspiraciones concretas, materiales y espirituales de la población; al contrario, el test histórico de un sistema político democrático está precisamente en esto, no solo ni principalmente en la proclamación de valores, sino en su capacidad de responder a las demandas sociales, es decir, a lo que la gente quiere, pues la gran mayoría de la población se adhiere a la democracia principalmente por ello; pero si el gobierno que dice encarnar la democracia no pasa de la retórica y vive de espaldas a lo que la gente quiere y a lo que aspira, al final va a caer, sea este la prolongada dictadura militar que vivimos o la más prolongada aun del Socialismo Soviético, no tanto porque la gente no sea “demócrata”  o “socialista” sino porque sus gobiernos le han fallado y no le resuelven los problemas sociales que deberían resolver.

Dicho lo anterior, se plantea un nuevo problema y es que las demandas sociales no son ni homogéneas ni universales; al contrario, estando la sociedad estructurada por una diversidad de grupos, clases, organizaciones, etc la escogitación (prioridades) y el procesamiento del cúmulo de demandas provenientes de la sociedad al sistema político es casi siempre factible de diversas alternativas, las cuales están determinadas no solo por la fuerza, urgencia y generalidad de la demanda social, sino también por otros factores diferentes, como por ejemplo la capacidad del Estado de atenderlas e incluso por las condiciones naturales del país.

Aun más, las demandas sociales se estructuran a partir de las de las necesidades percibidas y no necesariamente “reales” de la gente; es decir son filtradas y hasta inventadas por la publicidad, los medios y las interacciones sociales en general; las demandas sociales no pocas veces buscan satisfacciones que solo funcionan en el corto plazo y cuyo costo de largo plazo es incalculable, véase si no la política “guerrerista” de la administración Bush.

Planteo todo lo anterior para señalar lo peligroso que es llegar a rápidas conclusiones, sobre “la democracia” con base en una encuesta; lo que la encuesta nos da son pistas acerca de los sentimientos de los encuestados en un determinado momento, pero de allí a sacar conclusiones estructurales, es muy riesgoso; al contrario, es un peligroso camino que puede llevar al populismo o a la forma de política cínica, tan practicada hoy en las “democracias avanzadas” en que las encuestas se convierten en la biblia para determinar las políticas a seguir, sin importar los valores ni las consideraciones de largo plazo.

Pero, con o sin encuestas, coincido plenamente con la segunda tesis del editorialista Dada: si el gobierno no atiende adecuadamente las necesidades de la población, que él resume en: seguridad, empleo, salud y educación, no importa lo “democrático” que el gobierno quiera hacer, estará condenado a caer o a dejar de ser democrático y ensayar la dictadura, que a su vez lo hará caer, como están cayendo algunas en estos días…. mientras tanto, el costo social y humano de estos avatares es inmenso.

 

*El autor es politólogo, ex candidato a la presidencia y actual embajador de El Salvador en India. 

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