Opinión / Cultura y sociedad

Por qué falta reconocimiento internacional a los cafés salvadoreños

Se cometió errores brutales como comercializar internacionalmente un producto de mala calidad pero con calificación de buena calidad. La consecuencia fue simple: el valor de la marca “café país El Salvador” se fue a la baja. El café salvadoreño se volvió un simple “blender”, es decir, un café únicamente bueno para ser mezclado y servir de base en lugar de ser comercializado y comprado como un café codiciado por las características de su origen como cafés de especialidad y estates coffees. Haciendo eso, El Salvador cedió a otros competidores el prestigioso espacio que ocupaba en el mercado internacional.


Miércoles, 12 de enero de 2011
propietario de Ben´s Coffee Benoit Gravel

En las próximas columnas responderé a demandas especiales de aficionados al café realizadas vía nuestro facebook. Ya recibimos varias sugerencias interesantes y hoy trataré de clarificar una. Nuestra amiga Hazel Valle preguntó: “¿Por qué nuestros cafés, siendo de tan buena calidad, no han sido exportados como otros países latinoamericanos lo han hecho? ¿Será que el cultivo no es lo suficientemente grande? ¿Será que la burocracia no lo permite? ¿O será simplemente que nadie ha hecho el esfuerzo?'

Son excelentes preguntas. De hecho, cuando estaba en Canadá, tenía la oportunidad en prácticamente todas las tiendas de encontrar cafés de Guatemala, de Costa Rica y de Panamá. Con un poquito más de búsqueda, se encontraba de Honduras y Nicaragua. ¿Y El Salvador en todo eso? ¿No pertenecemos a la misma región, pues?

Según la Organización Internacional del Café, el volumen de producción para la cosecha 2009 fue de un millón 447 mil sacos para Costa Rica, de 3 millones 850 mil para Guatemala y de un millón 476 mil para El Salvador.

Lo que nos permite entender la comparación de esas cifras es que el problema nuestro no proviene del nivel de producción. Lógicamente, más produciremos y más mercado podremos abordar. Pero la falta percibida de reconocimiento internacional para nuestros cafés no se explica por el volumen de producción, pues países que tienen producciones similares a la nuestra disponen de mayor reconocimiento internacional, como Costa Rica, por ejemplo.

En cuanto a las exportaciones, El Salvador se ubica bastante bien. Para el ejercicio 2007/08 los principales destinos de las exportaciones de café de El Salvador fueron: Estados Unidos, Alemania, Bélgica y Japón. Para dicho período más del 90% de nuestra producción se fue a exportación. La falta de reconocimiento internacional que se percibe, entonces, no está relacionada con la falta de disponibilidad del producto en los mercados internacionales. Nuestros cafés son tan exportados como los de nuestros vecinos centroamericanos y latinoamericanos.

Entonces, si producimos lo suficiente, si tenemos un café de excelente calidad y si exportamos el producto, ¿por qué no escuchamos más de nuestros cafés a nivel internacional? ¿Será una cuestión de calidad? Un poco de historia es necesario para entender la situación.

Con la reforma agraria, que nos llegó el 2 de enero de 1980 en el decreto 75, y con la creación del Incafé, nacionalizando el comercio interno y externo del café, el efecto fue quitar a los productores cafetaleros la posibilidad de exportar su producción. Habría muchísimo que decir sobre este tema, pero por razones de espacio y tiempo trataré de abordar únicamente los puntos claves que respondan al planteamiento de hoy.

En la nacionalización de las exportaciones de café está en gran parte el origen del declive de la cultura cualitativa de la producción salvadoreña de cafés. En otras palabras, es ahí donde hemos perdido, en gran parte, nuestra calidad, productividad y, por consecuencia, nuestra reputación internacional. Desposeído de su trabajo y -mejor dicho- del resultado final de su trabajo, que es la exportación del producto, los cafetaleros ya no tenían por qué dedicarse a la producción de un café de calidad, pues no iban a beneficiarse de los frutos de su trabajo.

Iniciamos entonces a experimentar una producción orientada al volumen, en detrimento de la calidad o de la producción de cafés diferenciados. Ya no se trataba como sector de dedicarse a la obtención de la mayor calidad de grano posible, sino de producir masivamente café para financiar las actividades del gobierno. Se cometió errores brutales como comercializar internacionalmente un producto de mala calidad pero con calificación de buena calidad. La consecuencia fue simple: el valor de la marca “café país El Salvador” se fue a la baja. El café salvadoreño se volvió un simple “blender”, como decimos en el mercado. Es decir, un café únicamente bueno para ser mezclado y servir de base en lugar de ser comercializado y comprado como un café codiciado por las características de su origen como cafés de especialidad y estates coffees.

Haciendo eso, El Salvador cedió el prestigioso espacio que ocupaba en el mercado internacional, dejando la vía libre y fácil a otros competidores. Cuesta siempre más recuperar un terreno perdido y ocupado por otros, que haber pegado primero. El Salvador había pegado primero, estábamos en la cima, pero la nacionalización de las exportaciones vino a botar esa tradición.

Durante la misma época de los 80s, Costa Rica inicia una fuerte ofensiva en el mercado turístico, dándose a conocer en el mundo entero. Con el reconocimiento como marca país, viene el reconocimiento para sus productos. El café no es tema aparte. Cada turista que visita Costa Rica aprende a conocer y a apreciar el café costarricense. Por lo tanto, Costa Rica empieza a mercadear su café al mismo tiempo que se mercadea como país. Otros países utilizaron dicha estrategia turística para alimentar su marca café-país.

Y ahí es donde dos elementos se juntan. Los planes estratégicos “país” y el mercadeo cafetalero. Pendientes de que en El Salvador el Incafé nacionalizaba el comercio y las exportaciones de café, otros países de la región lanzaban programas de mercadeo internacionales para sus marcas café-país. Colombia lo hizo con su marca Juan Valdez. Personaje mítico creado en 1959, Juan Valdez tomó auge internacional en los 80s. En Guatemala se desarrolló un programa de diferenciación del café de calidad en función de las regiones de producción. Antigua, por ejemplo, bella ciudad colonial y gran región cafetalera, no tardó en ubicarse en los lugares de preferencia de los compradores internacionales.

En El Salvador, la nacionalización del comercio del café dio como resultado la exportación de un café genérico, desposeído de sus características de origen, volviendo el producto muy difícil de mercadear internacionalmente a nivel de calidad.

Durante el último gobierno se hizo grandes esfuerzos para que El Salvador recuperara su imagen cafetalera internacional. Muchas iniciativas tal como el programa Taza de Excelencia, la participación en ferias comerciales por parte del Consejo Salvadoreño del Café, la denominación de origen para el café producido en la región Apaneca-Ilamatepec por Procafé, son todos ejemplos de la vitalidad de un sector cafetalero que desde el inicio del año 2000 lucha para recobrar sus letras de nobleza. Ahora estamos pendientes de ver lo que hará el nuevo gobierno para apoyar concretamente la marca “café de El Salvador” a nivel internacional.

Las empresas privadas también están apoyando la revitalización de la imagen de la excelencia de nuestros cafés. Varios productores han tomado el giro hacia una producción más sostenible aplicando las técnicas necesarias para conseguir un café de calidad. De ahí la importancia de una institución como Procafé, enfocada en la investigación y el desarrollo de los cafetales salvadoreños. Los beneficios y cooperativas también empezaron a tener un enfoque productivo hacia la calidad, procesando micro y pequeños lotes en función de las variedades de granos y el origen de la producción, obteniendo así trazabilidad del pedigrí del café procesado y exportado. Algunos coffee shops nacionales empezaron a apoyar el sector con la comercialización de cafés salvadoreños de especialidad, dando al producto una vitrina local ante el público interno y extranjero.

No queda duda, sin embargo, de que mucho queda por hacer. La excelencia de nuestros cafés podrá ser percibida internacionalmente únicamente si el país se dota de una fuerte política de gestión integral del parque nacional cafetalero, que incluye una poderosa comercialización internacional de la marca “café de El Salvador” y sus bondades. El Salvador tiene mucho que ofrecer al mundo en términos cafetaleros, siempre y cuando tengamos los equipos de trabajo y la voluntad adecuada para devolver a nuestros granos lo que merecen: la excelencia.

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