El Ágora /

“Aquí la adulación se combina con la burla”

El Maestro Flor falleció el pasado 30 de diciembre de 2010. Esta es una entrevista que El Faro le hizo hace siete años. La publicamos nuevamente para que nuestros lectores puedan acercarse un poco a este personaje relevante del teatro salvadoreño.

Lunes, 3 de enero de 2011
Rafael Mendoza López y Lucía Ramirios

 

Amílcar Flor. Foto El Faro
Amílcar Flor. Foto El Faro

¿Qué significó, en tu vida en el CENAR, el hecho de descubrir talentos, relacionarte con ellos y ver su evolución?
Es un proceso de aprendizaje. Lo que cuenta más no es la gran habilidad del maestro, sino el lograr el nivel de confianza, y que el adolescente no se sienta violado en su forma de pensar, en su sentir, sino que partiendo de esa confianza puede dialogar y afrontar otra manera. En ese sentido el teatro, como escuela técnica, tiene una cantidad de valores de uso en otras esferas. Es decir, no se trata de negar el talento particular. Una persona, por muy talentosa que sea, si las demás personas no contribuyen, el espectáculo no sale.

¿Es necesario salir del país para lograr ser un mejor actor de teatro?
Por ejemplo, en relación con la guerra, yo nunca les he dicho nada. Lo único es que yo decía es que, estuvieran haciendo lo que estuvieran haciendo, por lo menos aquí en la escuela, ese tiempo lo ocuparan como un descanso. Y la reflexión de la relación conflicto en teatro parte de una línea humanitaria general, filosófica. No hay nada que tenga que ver con inducción porque entonces se vuelve como una especie de padre alcahuete y tendría que darle recetas o fórmulas. Usted no puede entrar en un grupo de adolescentes y en sus pensamientos íntimos, ni los padres logran entrar. Ellos forman sus propios núcleos… yo no puedo darle recetas a nadie, lo que pasa es que uno, cuando enseña, invita a hacer una reflexión sobre el otro, ahí podría decir amar al prójimo como a ti mismo.

¿Pero en necesario salir del país?
(Nuevamente Flor se desvía de la pregunta y continúa el curso de sus ideas). La misión de la escuela es abreviar, reducir los tiempos. Por la vía empírica uno puede conocer las reglas biológicas o sicofísicas que hay en su trabajo. Se puede encontrar varia gente rica y de manera empírica en todos los trabajos, albañiles que prácticamente son ingenieros, no saben de matemáticas pero la usan. La escuela no es Mandrake, el mago, sino que reduce y abrevia los tiempos de aprendizaje.

¿Pero cómo se mantiene económicamente un actor?
Ese es problema por el cual el adolescente que depende del núcleo familiar agarra el teatro como pasatiempo, porque los padres, entonces, están preguntando qué herramientas va a aprender su hijo para tener un medio de subsistencia. Ese no es un problema específico del teatro, sino que va para todas las artes.

¿Y a ti se te planteó la circunstancia de tener que estudiar lo que tus padres decían?
No, porque mi padre ya estaba muerto. Se murió al día siguiente del día que presenté mi último examen privado. En lugar de que se me plantearan circunstancias bien estrechas y bien agudas en el conocimiento, yo tenía todo el horizonte abierto.

¿Qué camino se te presentó a los 17 años?
Me dijeron que, como había salido de bachillerato en Letras, estudiara letras, y me gané una beca. Eran los 300 colones, que solo le daban a los primeros lugares de cada facultad. Entonces yo entré como el príncipe, con 300 colones, y yo decente, sin vicios, sin que me gustara fumar y tomar vino.

En tu época eso era un platal.
Eran como de tres mil a cinco mil colones de hoy.

¿Nunca te incluiste en alguna tendencia cultural o de tipo partidaria en Rusia?
En primer lugar, la absorción del tiempo de 48 horas semanales clase, ya es harto suficiente como para no meterme en nada. Nos daban pases para ir a ver espectáculo, no en la primera fila. A mí me da risa una cosa, yo me encontré a una delegación de salvadoreños en 1961, esos salvadoreños estaban viendo el ballet de Siberia, con 300 bailarinas, en un espectáculo al aire libre. Me acerqué a ellos y a las mujeres les dio pánico cuando me fui acercando, y entonces parecía un fantasma. “Uuuuuuy”, dijeron las mujeres, y me preguntaron quien era, me fui acercando más y le hablaba en ruso. Lo que me dio más risa fue cuando alguien me dijo: “Mirá, Flor, dejate de pajas, yo a vos te conozco”.

¿Quién le dijo eso?
El doctor Fidel Chávez Mena, que andaba en la delegación, ja, ja, ja, ja.

Entonces se les fue el susto a las mujeres.
Se les fue el susto. Y después me reconoció otra persona y me dijo: “Tu papá trabajó conmigo”, era uno de la familia Castellanos Sol o algo así. Entonces entramos en solidaridad con ellos.

¿Y qué pasó después?
Nos fuimos al hotel con este señor Castellanos Sol y me invitó a que me tomara un vino, y me dijo: “Yo quiero conocer Moscú, pero quiero conocer los barrios bajos”. Le dije que todo estaba centralizado y que lo podía llevar al mercado, y me dijo que sí. Cuando yo terminé mis estudios en Moscú, el doctor Chávez Mena me habló de que ya estaba creado el bachillerato en Artes.

¿Cuándo volvió a El Salvador?
En el 72. Terminé mi estudio, me dieron mi doctorado, que no me alcanzaron las divisas para el diploma, pero mi doctorado sí lo tengo.

¿Cómo percibió el ambiente de la Europa de esa época?
Un poco era copiar los patrones de protesta, de denunciar la sociedad. En Europa, dentro de la atmósfera del hipismo, ayudaban a todos los desertores de la guerra del Vietnam, luego estaban las diferencias chino-soviéticas que se montaron en la frontera y luego los latinoamericanos peleando sobre la vía pacífica y la vía armada.

¿Y eso se veía reflejado en el teatro?
En el teatro soviético eso no se veía. En un núcleo teatral, lo que se llama la “consigna”, solo lo saben los que están adentro, afuera nadie sabe nada, a menos que hayan trompudos. Los amos, las dudas, las orientaciones políticas se manejan como en una familia. No es fácil penetrar en el mundo de los actores.

En el caso del teatro, ¿qué pasa cuando llega la hora de mostrar el producto, amén de todo lo que está escondido en esos núcleos?
Ahí tienen que a ver puntos de mutuo acuerdo. Nosotros tuvimos el acierto, cuando yo estudié, que el trabajo de diploma era un grupo de gente que estaba terminando la escuela secundaria. Les cae la guerra, y después está el reencuentro, con sus conflictos y sus amores, y todo eso. Entonces me parece que hay cierta analogía con lo salvadoreño, los cipotes que estaban terminando el bachillerato ahí por los años 80, y les cae diez años de guerra.

En medio de todo eso estaban quienes hacían teatro o intentaban hacerlo, ¿cómo fue el futuro para esta gente?
Eso es parte de la incógnita. Muchos de mis alumnos han logrado, y no aquí, sus sueños y sus ambiciones personales, pero muchos se hundieron, los quebró la vida o ellos no se ayudaron lo suficiente. Para Navidad siempre recibo saludos de Suecia, Dinamarca, preguntándome cómo estoy, por que a ellos les parece que es un milagro que yo esté vivo y no me hayan dado chicharrón, porque yo me tiré todos los años de la guerra aquí. (Alzando el dedo índice, Flor interrumpe la construcción de una pregunta de Lucía, para pedir su tercera copa de vino). Me voy a poner bolo, ja, ja, ja.

Mejor que tome vino y no cerveza.
Ah, no. A mí la cerveza me empanza y me da sueño.

¿Cómo ves en los próximos años el futuro de este teatro salvadoreño?
Por un lado es un problema de mercadotecnia: ¿cómo vender lo que les a costado, de barato, dos horas diarias para elaborarlo, independientemente de la calidad que hayan logrado, porque en el no logro siempre hay aprendizaje. En varios de los grupos se tiene que reunir a gente para recibir entreno no solo del cuerpo y la voz, sino de la sensibilidad. ¿Cómo hacer complejo un personaje? ¿Cómo comprender la humanidad o lo inhumano sin caer en las orientaciones directas? ¿Cómo lo van a hacer?, no sé, pero tienen que tecnificarse. Se necesita más mercadotecnia. Cómo poner un espectáculo en estas noches donde todo el mundo anda comprando... llegarán solo los devotos los fieles...

¿Qué sentís, hoy en día, cuando la gente se refiere a ti como “el maestro Flor”?
Hay algunos que dicen “allí va el yuca del maestro”, jajaja. Fijate que al principio yo no era muy receptivo, porque aquí hay temporadas que la adulación se combina con la burla. Antes, en cualquier calle a uno le decían “bachiller”, los lustradores de zapatos, las vendedoras. Ya después pasó la cosa a “Licenciado”. Lo que sí no me gustaba era cuando me decía “teacher” o “profesor”.

Mejor “maestro”
Sí, lo de maestro suena bonito. Es una cosa de ganarse la confianza seriamente, no de adular, ni de forzar a nadie con autoritarismo. Porque uno está tratando de que en el grupo se tengan confianza entre ellos a pesar de sus diferencias.

Yo siento que estás un poco olvidado entre la gente...
Lo importante no es que yo enseñé, sino que el otro aprendió, y sobre todo, que no se engañe. Muchos de mis alumnos ya no se han dedicado al teatro, y no porque no tengan capacidad y talento, sino porque no hay el ingreso, y como ellos han descubiertos sus posibilidades. Han escogido otras profesiones que les satisfacen y que les brindan lo necesario, y ¿quién no quiere mejorar? Hasta los mareros, que usan el mismo lenguaje y viven en la misma comunidad, andan buscando una clave para sentirse mejor... Bueno, pero ya nos estamos metiendo en camisa de once varas.

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