Hombres de maíz
Daniela Raffo
Tarde o temprano la comida entra en acción, y muchas veces más temprano que tarde. La manzana fue la responsable de que a Adán y a Eva se les echara del paraíso, así, sin más que unas hojitas por vestido, y que a partir de ahí se creara parte del mundo. La otra mitad, que ahora se desparrama por buena parte de los países de la manzana, nació del maíz. La planta amarilla como el sol que da vida desde tiempos inmemoriales.
Así lo dice el Popol Vuh y así lo cuenta el filósofo y escritor Matías Romero.
“Primero hace Dios unos hombres de barro que quedaron muy mal hechos y no dio resultado. Después hizo unos hombres de madera que resultaron unos muñecos ridículos de los cuales vienen los monos. La última versión fue la verdadera y la que dio resultado. Dios hizo los hombres de la masa del maíz y esos hombres le resultaron demasiado bien hechos, demasiado perfectos”. Tanto, que hubo que recortarle algunas virtudes y quedó el hombre como es ahora, “muy menguado, muy disminuido..."
El Salvador, chiquito e indígena, está de este lado y, claro, se alimenta de maíz. El maíz que encontró Quetzalcóatl hace miles de años.
El doctor Zetino, de nombre Patricio o Gu Ku Can en lengua maya, izalqueño, médico de origen indígena, lo relata como quien habla de antepasados más recientes: “Quetzalcóatl y Tezcatlipoca son los primeros abuelos que existieron, personajes que nos sirven de guía. Son las personalidades más importantes de la cultura náhuatl".
Fue a Quetzalcóatl a quien se le encomendó buscar el sustento de la humanidad. “Dicen los viejos abuelos que convertido en hormiga roja, Quetzalcóatl siguió a una hormiga negra, que sacaba de un hoyo de la tierra un grano de maíz y así descubrió el cerro del sustento donde estaban guardados todos los nutritivos granos que ahora nos alimentan”, cuenta Gu Ku Can.
El maíz se transformó en tortilla, rigua, tamal, atol, chilate, nuégado, totoposte o enchilada, y en épocas más modernas, de mercadeo y ritual de feria, se disfrazó de elote loco, cubierto de colores.
Cuando los europeos lo descubrieron, color sol, lleno de ojos dorados, se lo llevaron como otros granitos de oro. Más nutritivos, menos ambiciosos, más populares... los cargaron pero sin recuerdos. No se llevaron las recetas de los abuelos. No comieron tortilla, inventaron la polenta. Lo que sí se llevaron fue la relación escondida, obligada, de la naturaleza con el hombre.
La mazorca no tiene ningún mecanismo para dispersar la semilla de manera natural, por lo que solo sobrevive si el hombre la cultiva.