El Ágora /

'Mi esposa de entonces me dijo: Yo o el partido'

En ese momento, en plena guerra, el ahora ministro de Gobernación optó por la segunda opción: el FMLN. Ahora, dice, los tiempos han cambiado y convive en armonía con el hogar que formó tras la firma de la paz. Fue telegrafista, sindicalista, diputado, discípulo de Schafik Hándal y periodista. Centeno tiene historias de sobra para hacer un libro. Es un tipo al que le gusta la viñeta de revolucionario y hombre de izquierdas. Afirma que está de acuerdo con el aborto terapéutico y con que las personas del mismo sexo puedan vivir como lo deseen. 'Es un debate abierto dentro del partido', dice, al explicar que el discurso del FMLN en algunos temas es contradictorio con lo que se espera de un partido de izquierdas. El ministro no espera la primera pregunta y él mismo comienza a hablar sobre términos del periodismo.


Domingo, 7 de marzo de 2010
Sergio Arauz y Mauro Arias. Fotos: Mauro Arias

Humberto Centeno. Foto: Mauro Arias
Humberto Centeno. Foto: Mauro Arias

Recuerdo que usted estaba en la Asamblea y que Schafik le daba entrevistas 'off the record', que no existen, ¿verdad?

… Sí existen.
No existen.

Sí existen.
Ahh. 

¡En serio!
Mire, yo soy periodista. Me considero periodista y sé que no existen. Siempre usted le cuenta a alguien, aunque sea a su compañero. Ahí cuando llega a su casa: “Fijate que Centeno…”

No, pero...
“… Centeno me dijo algo”.

No, pero eso es…
… Claro, off the record porque no está público. 

¡Ajá! El off the record tengo que contárselo a mi editor. En el caso Watergate, quien lo reporteó le contaba siempre a su editor todo. Siempre hay una persona que sabe. Y hay otro que se llama “deep off the record”, que es que usted me cuenta algo, pero no puedo ni siquiera usarlo.
¿Es una información que no le cuentan ni al juez, aunque lo presionen para que revele la fuente?

Ajá.
Es como el torturador.

¿Cómo?
El torturador quiere sacarle cosas a uno, y uno dice: “mmmm”.

 ¿A usted lo torturaron?
Claro, una vez. Fue grave… fue el 10 de marzo de 1986. Estábamos en las cercanías del Ministerio de Trabajo. La policía tenía rodeados a los sindicalistas. Nos avisaron, agarramos un bus y nos fuimos cerca de 50 gentes para reforzar. Cuando estaba ahí, un oficial de la Fuerza Aérea…

¿Ustedes estaban protestando?
Sí, exigiendo que le abrieran paso a los compañeros que estaban rodeados por la policía y los sacaran de ahí, porque tenían todo el día de estar en el Ministerio de Trabajo. Entonces, de repente apareció un tipo, ya de unos 45 años, en un pick up militar y se paró enfrente de mí. Me dijo: “Le exijo que se retire con la gente. Tengo orden de desalojo”. Mi respuesta fue: “Mire, yo no los he traído. Dígales usted que se vayan”. “Ya va a ver”, me dijo, y se fue. Como a la media hora llegó con dos camiones “mazzinger” con cerca de 50 soldados de la base aérea a sacarnos. Había unos compañeros y compañeras, entre las que estaban Mirtalita López, a los les quedaron pedazos de mi camisa cuando trataron de evitar que me detuvieran. Y había unos estadounidenses que también fueron testigos. Me agarraron, me subieron en uno de los camiones, me pusieron unas esposas en las manos y otras en los pies; y le dispararon al bus para que la gente se fuera. Me llevaron a la base aérea, me desnudaron y me torturaron. Ahí perdí el conocimiento. Me echaron agua y desperté en la Policía de Hacienda... No sé qué horas eran, pero ya estaba de noche, e iba sangrando y con alta fiebre. Entonces llegó el torturador... por eso me estaba acordando... Él me dijo: “¿Cómo te llamás?” Y uno había sido capacitado para no decirle ni siquiera su nombre al torturador, porque ese era el inicio de sacarle información a uno, y le dije: “¿Que no me conocés, hijo de no sé qué?”

Ja, ja, ja.
Y me tiró patadas. Y yo las costillas las tenía pero deshechas. Y se fue. Después les pedí agua y no me dieron. Pasó un tiempo y llegó alguien que me dijo que era médico. “Soy médico, vengo a ver qué tiene”, dijo. Era otro torturador. Me comenzaba a preguntar qué había pasado, dónde andaba yo, etcétera. Y le dije: “Y si usted es médico, ¿por qué no anda ni siquiera estetoscopio? ¡Usted no es médico!” Y le dije unas malas palabras y que se fuera.

Ja, ja, ja.
Un tiempo después sí llegó un verdadero médico. Me examinó y dijo que estaba grave. Realmente estaba echando sangre de los oídos, de la boca... Entiendo que Duarte, que era el presidente en ese tiempo, dio la orden para que en la madrugada me remitieran al Hospital de Diagnóstico. ¡Bien verguiado llegué! Él dio la orden. Como era el presidente, él sabía o le informaban lo que querían informarle. 

¿Y Duarte que no es el padre de la democracia en El Salvador?
Ji, ji... bueno, entonces...

Ja, ja, ja.
Mi risa dice mucho... me llevaron al hospital y ahí una enfermera me preguntó si tenía parientes. Sí, le dije, y en un papelito le apunté el teléfono de la que fue mi esposa. La enfermera, cuando salió de su turno, llamó a mi casa a Cojutepeque. Se comunicaron con Julio Portillo, que era de la Unión Nacional de Trabajadores Salvadoreños (UNTS), y ahí se enteraron dónde estaba. En el hospital habían puesto 40 policías de Hacienda. Me tenían tipo secuestrado. Entonces, llegaron unos compañeros, hubo quema de llantas y no sé qué más; dicen  que hasta al portón de la Embajada de Estados Unidos fueron a quemarlas. 

Ja, ja, ja.
Y, al día siguiente, llegó una gran marcha que penetró al hospital. Iban muchos periodistas con ellos, que se pararon hasta en mi cama, donde estaba ya con sonda y todo. En la cama los periodistas.

¿Por qué?
Porque entraron a la fuerza junto a los manifestantes. Recuerdo que dije que podrían quebrar el cuerpo de Humberto Centeno pero jamás la lucha de este pueblo. Dos años después me di cuenta de que los combatientes vieron en esa expresión una decisión de lucha, porque lo más normal era decir: “Me golpearon aquí y acá, me hicieron esto y lo otro”. Hay fotografías de eso.

Usted dice que estaba capacitado para el caso de que cayera en manos de un torturador…
... Sicológicamente hablando…

… ¿Estaba capacitado para la lucha clandestina?
No, sicológicamente hablando. Mire, sabíamos que muchos miembros de los llamados cuerpos de seguridad habían sido entrenados para torturar. Bueno, le comento: cuando estaban en Mariona mis dos hijos, que fueron capturados un año antes, me comentaron...

… ¿Eran sindicalistas?
No, eran estudiantes. Uno tenía 17 y el otro 15 años. 

¿Pero estaban organizados?
No, solo los capturaron porque yo era sindicalista de la Asociación Salvadoreña de Trabajadores de Telecomunicaciones (Astel) desde 1984. Entonces, mis hijos me comentaron que existía el torturador bueno y el malo. Aparecía el malo, agarraba a patadas a la gente, les daba bofetadas y a quererles sacar información. Después, aparecía el bueno mostrándose como un amigo pero iba con la misma finalidad. En Mariona conocí más de mil presos políticos. Todos, sin excepción, habían sido torturados. Incluso, un niño de 15 años del que salió su fotografía en los medios internacionales como una muestra de una violación de derechos humanos. La forma de resistir la tortura era no decir nada. Comenzaban preguntando el nombre, después continuaban preguntándole por su familia y vecinos. Al final, lo que querían era que se diera información en materia de la lucha clandestina y militar. Era el mismo esquema. Y la forma de tortura era la misma: la pila, la capucha con cal, los choques eléctricos… Los mismos métodos de todas las dictaduras militares de Latinoamérica. Entonces, cuando me llevaron a la PH, me rehusé a dar ni siquiera mi nombre. Claro, ¿cómo que no me conocían? Además era periodista, trabajaba en la YSU y otras radios, era sindicalista, trabajaba en ANTEL desde hacía muchos años.

¿Cómo llegó a la YSU?
Es una larga historia. Le voy a contar parte de mi vida. Comencé a trabajar a los 14 años. Era un cipote, el único hijo, el tercero de la familia. Me tomaron una fotografía de cerca para que pareciera de 18 años y me dieron una cédula de identidad personal. Mi primer salario fue de 50 colones mensuales como cartero en Jujutla, Ahuachapán. Ese es un lugar que parece Macondo. Es un pueblo…
 

Ministro de Gobernación. ¿Una cédula falsa porque le urgía trabajar?
Porque salí del sexto grado y había tres opciones. La primera, que me hiciera sacerdote, porque era bien ligado a la Iglesia Católica. Era de los niños que en la Semana Santa le lavaban los pies, para entonces ya daba catecismo... Pero mi papá no quiso. Él quería que fuera comerciante de ganado como él. Y también por eso no quiso que siguiera estudiando y me quedé en sexto grado. El director de la escuela hasta llegó a la casa porque había sacado excelentes notas, había sido bueno para las matemáticas y nunca me había sacado menos de 9. Pero mi papá no quiso que fuera sacerdote ni que siguiera estudiando. Él me dio dos opciones: trabajar en la alcaldía o en el telégrafo, que era lo que había en Concepción de Ataco, donde nací. Con 13 años, no sabía qué quería de mi futuro. Pensé que era bonito hablar por teléfono y empecé a trabajar en el telégrafo.

Ja, ja, ja.
En ese momento no había teléfonos públicos, solo el de la oficina del pueblo. Ahí llegaba todo el pueblo a comunicarse. Yo nunca había hecho una llamada telefónica, nunca, nunca. Entonces, me comenzó a gustar. Un compañero que había llegado conmigo en las mismas fechas tenía algunas habilidades con la madera e hizo dos de madera para aprender. Me gustó tanto que solo desayunaba y me iba para el telégrafo, que quedaba a dos cuadras de la casa. Iba a almorzar y seguía aprendiendo la clave internacional. Iba a cenar y regresaba al telégrafo a seguir aprendiendo. Me iba hasta que el telegrafista jefe me sacaba a las 10 de la noche, la hora que cerraban la oficina. Aprendí en seis meses cuando algunos se estaban de tres a más años. Bueno, mi compañero jamás aprendió. 

¿Y qué hacía ahí?
Bueno, estaba meritoriando, haciendo méritos, aprendiendo. Entonces, nadie me pagaba. A los seis meses que ya podía, tenía mi papel de empaque y con mi lápiz recibía mensajes. Las líneas, antes, eran entre San Salvador y Sonsonate y entonces pasaban por Ataco. Todos los telegramas que cursaban y el aparato pasaba sonando todo el día y la noche.

¿Cómo era el sistema? 
Era una sola línea. Cada línea tenía derivación en un municipio, en una oficina. Todos los telegramas desde San Salvador hacia Sonsonate y viceversa pasaban por la oficina...

¿Todos lo oían? 
Todos escuchaban.

¿Y qué escuchaba?
Ah, el telégrafo... (Centeno hace una serie de ruidos con su lapicero y explica en qué consiste cada emisión). Cada letra tiene un sonido. Entonces, unís cada letra para formar palabras. Hay un receptor y un transmisor, como en toda comunicación.

¿Y qué tipo de mensaje se recibía en ese momento? 
De todo tipo. La mayoría, mensajes personales. Pocos mensajes de comercio. La gente tenía un formulario. El telegrafista tenía que adivinar unas letras horribles. La gente llegaba a depositar los formularios, el que los recibía solo miraba cuántas palabras eran y cobraba. Los telegrafistas aprendimos a adivinar la letra mala. Desgraciadamente, excepto los telegrafistas, la gente tiene mala letra. Licenciados, periodistas... tienen mala letra y mala ortografía. Después que aprendí el oficio de telegrafista apareció esa plaza de cartero en Jujutla y me fui para allá. En Jujutla, el telegrafista era zumbero. Era un señor que tenía dos salarios, uno como director de correos y otro como telegrafista. Lo primero que hacía cuando pagaban era comprar 10 litros de guaro. Y como él pasaba borracho, tuve la oportunidad de ejercer de telegrafista. Aprendí más. Viví ahí 24 horas. Dormía en una cama de lona donde descansábamos a menos que hubiera alguna emergencia.

¿Qué año era ese?
1957. Entonces, ahí pasé 20 meses. Después me nombraron telegrafista ambulante de Ahuachapán. Ahí pasé los 12 municipios, sacando las vacaciones de los telegrafistas. Tenía ya como 16 años y ganaba 200 colones.

¿Era un buen salario...?
¡Un gran salario! ¡Los profesores ganaban 210 colones! Estuve dos años y salió la oportunidad de que en la central de San Salvador se iban a jubilar cerca de 20 viejos telegrafistas. El presidente de la dirección general de comunicaciones decidió someter a concurso las plazas. De todo el país nos inscribimos cerca de 100 personas. A mí siempre me gustó aprender. Pasaba en la oficina, era mi casa, prácticamente. A mi cuarto en Ahuachapán llegaba a las 11 de la noche. Aprendí bien la profesión y me saqué el quinto lugar. Y ya antes de los 18 años, era el telegrafista más joven de San Salvador. 

Pero no sabía nadie, porque tenía cédula que decía que usted tenía 21 años...
... No, nadie sabía.

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