Opinión /

La victoria de Micheletti


Lunes, 30 de noviembre de 2009
El Faro

El presidente de facto hondureño ganó por cansancio. Si el golpe contra Manuel Zelaya no fructificó de inmediato por lo burdo y lo anacrónico, terminó cuajando por inamovilidad de todas las partes contrarias: la comunidad internacional, el propio Zelaya y sus seguidores.

Las elecciones del domingo pasado estaban programadas y convocadas antes del golpe del 28 de junio, pero se llevaron a cabo en una situación totalmente anómala, con un gobierno no reconocido oficialmente por ningún otro en el mundo, sin observadores internacionales legítimos y con pocas garantías para la libertad de voto y la movilización de ciudadanos. 

Pero hubo elecciones y hay un ganador, lo que avanza un paso más el establecimiento práctico del nuevo orden hondureño impuesto con la expulsión militar del presidente constitucional.

Micheletti, el gobernante de facto, ha ganado una batalla importantísima que probablemente es el triunfo final de los golpistas, y lo ha hecho jugando hábilmente con los tiempos que le permitieran llegar al domingo 29 de noviembre para poder contar ya con un presidente electo y devolver a la “normalidad” el proceso hondureño. Y lo ha hecho con la negligencia de una comunidad internacional que nunca supo exactamente cómo proceder ante un país en el que los tres poderes del Estado conspiraron para evitar el retorno de Zelaya.

El toque de gracia lo dio Estados Unidos, al avalar el proceso electoral para conseguir en el Congreso la nominación del candidato de la Casa Blanca, Arturo Valenzuela, para el despacho encargado de asuntos hemisféricos. Pero eso solo fue el toque de gracia. El retorno de Zelaya, en realidad, murió cuando se sentó a dialogar con una contraparte que sólo quería ganar tiempo, y cuya principal condición de partida era no permitir el regreso del presidente depuesto.

Con presidente electo, que todo indica será el nacionalista Porfirio Lobo, Zelaya sólo puede ahora pensar en un asilo político, probablemente en Nicaragua. Su lucha por regresar a la presidencia hondureña ha terminado, porque ya no tiene posibilidades de hacerlo.

Su fracaso es una derrota política para Chávez, pero también para Lula, para Obama, para la OEA y para la comunidad internacional en general. Por ser incapaces de respetar sus propios mandatos y de hacer efectiva su decisión de no permitir nada que no fuera el regreso del presidente. Su fracaso es, también, evidencia de las fragilidades políticas de los países centroamericanos, que ni siquiera se quisieron meter directamente en el problema a pesar de tratarse de un serio asunto con efectos en todo el istmo.

La victoria de Micheletti implica que la democracia terminó perdiendo en Honduras. Ahora solo resta hacer votos para que se reconstituya pronto y esperar que este golpe de Estado sea un paréntesis absurdo en los procesos de democratización del continente, y no un primer capítulo del retorno a los días en que América Latina estaba sometida a los caprichos de quienes tienen el dinero y las armas. 

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